“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, México; Diciembre 13 del 2019.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO, SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA.
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN JESUCRISTO,
Su Único Hijo, Nuestro Señor.
El
segundo artículo del Credo es el centro de la Fe Cristiana. El Dios confesado en el primer artículo es el
Padre de Jesús, Ungido por el Espíritu Santo como Salvador del Mundo. Siendo el corazón de la Fe Cristiana, la
fórmula original “Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”, se
desenvuelve en varios artículos de nuestro Credo: nació, padeció, murió,
resucitó… Es decir, la Fe Cristiana confiesa que Jesús, un hombre que nació y
murió crucificado en Palestina al comienzo de nuestra Era, es el Cristo, el
Ungido de Dios, centro de toda la Historia.
Ésta
es la Fe y el escándalo fundamental del cristianismo. Jesús, hombre histórico,
es el Hijo de Dios o, lo que es lo mismo, el Hijo de Dios es el hombre Jesús de
Nazaret. En Jesús, pues, aparece lo
definitivo del ser humano y la manifestación plena de Dios.
A) CREO
EN JESUCRISTO
Jesús
el Ungido del Padre
La
palabra Jesucristo –al unir Jesús y Cristo– es una confesión de Fe. Decir Jesucristo es confesar que Jesús es el
Cristo. En nuestro lenguaje habitual,
Jesucristo es una sola palabra, un nombre propio. Para nosotros, Jesús, Cristo y Jesucristo hoy
son intercambiables.
Sin
embargo, en los orígenes del cristianismo no fue así. Cristo era un adjetivo. Cristo aplicado a Jesús, es un título dado a
Jesús. San Cirilo de Jerusalén, de
origen griego, sabía muy bien el significado de Cristo en su lengua natal y así
lo explicaba a los catecúmenos:
“Se llama Cristo, no por haber sido
ungido por los hombres, sino por haber sido ungido por el Padre en orden a un
sacerdocio eterno supra-humano. Cristo
significa ungido, no con óleo común, sino con el Espíritu Santo… Pues, la
unción figurativa, por la que antes fueron constituidos reyes, profetas y
sacerdotes, sobre Él fue infundida con la plenitud del Espíritu Divino, para
que Su Reino y Sacerdocio fuera, no temporal –como el de aquéllos–, sino
eterno.”
San Cirilo de
Jerusalén
Y
ya antes, en el Credo romano se profesa la fe, diciendo: “Creo en Cristo Jesús.” Esta
inversión es fiel a la tradición apostólica del Credo. San Clemente Romano repite constantemente la
misma fórmula: “En Cristo Jesús.”
En
efecto, Cristo es la palabra griega Χριστός (Christós), que significa
ungido y traduce la expresión bíblica hebrea de Mesías משיח (Meshaih), del mismo significado.
Cuando
San Mateo Apóstol y Evangelista habla de “Jesús
llamado Cristo” (Mt 1, 16) está indicando que en Jesús se ha reconocido el
Mesías esperado. En Cristo ha puesto
Dios Su Espíritu. (Is 42, 1) Jesús de
Nazaret es aquel a quien “Dios ungió con
el Espíritu Santo y Poder.” (Hch 10, 38) Y según San Lucas Evangelista (4,
17-21), el mismo Jesús interpreta la profecía de Isaías ((61, 1) como cumplida
en sí mismo. Él es, pues, de manera definitiva el Cristo, Mesías, El Ungido de
Dios, para la salvación del hombre.
En
la Escritura el título de Cristo –Ungido–, se aplica primeramente a reyes y
sacerdotes, expresando la elección y consagración divinas para su misión. Luego pasa a designar al destinatario de las
esperanzas de Israel, al MESÍAS. Cristo,
aplicado a Jesús de Nazaret, era, por tanto, la confesión de Fe en Él como
Mesías, “él que había de venir”, el esperado, en quien Dios cumplía sus
promesas, el Salvador de Israel y de las naciones.
San
Pedro, el día de Pentecostés, lo confiesa con fuerza ante el pueblo congregado
en torno al Cenáculo: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios
ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros habéis
crucificado.” (Hch 2, 36) Y lo mismo
hacían los demás Apóstoles, que “no dejaban de proclamar en el templo y por las
casas la buena noticia de que Jesús es el Cristo.” (Hch 5, 42)
Esto
es lo que confesaban con valentía Pablo y Apolo, que “rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la
Escritura que Jesús es el Cristo.” (Hch 18, 28) Para lo mismo escribe San Juan en su
Evangelio: “Jesús realizó en presencia de sus Discípulos otras muchas señales
que no están escritas en este libro.
Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios, y para que creyendo tengáis vida en Su Nombre.” (Jn 20,30)
+ + +
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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por el gusto de proclamar El Evangelio.
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