“Santifícalos con La
Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, México, Octubre 2 del 2019.
M Í S T I C A
Por: Lilia Garelli
“…Por eso doblo mis rodillas ante el Padre,
de quien toma
nombre toda familia en el cielo y en la tierra…”
San Pablo
(Ef 3,14)
EL PADRE
Muy estimados en Cristo:
Continuando con el
tema de la Familia y después de haber meditado sobre la dignidad del ser humano
desde su creación, a imagen y semejanza de Dios, en esta ocasión me gustaría tocar
el tema de la figura del “padre” quien en diversas culturas es considerado como
uno de los pilares del hogar, junto con su esposa (de quien hablaremos en
próximos escritos). La paternidad necesita de la maternidad y viceversa, y se
da como fruto de ese don procreador que El Padre concedió a la persona humana.
Buscando darle un toque místico, considero muy
importante partir de Dios Padre con el texto bíblico que enmarca este escrito
(Ef 3, 14); a través de estas palabras nos queda claro el hecho de centrar
nuestra vida en lo más importante, el Padre, nuestro Creador, Omnipotente y
Eterno; y continuar nuestra reflexión con el mejor ejemplo de “padre” con la
imagen de ese Santo del que poco se habla, quien fue designado por Dios, nada
menos que para ser el “guardián del Hijo
de Dios” (nutritor domini) y cuya veneración se remonta apenas por el
siglo IX. En efecto él es San José, el
padre adoptivo de Jesús, a quien Dios le asignó el cuidado, protección y sano
crecimiento, de Su Hijo y de la Inmaculada, Siempre Virgen María.
Muy poco se ha escrito de San José, no obstante, en
múltiples momentos de la historia de la Iglesia se consideró la importancia de
la misión asignada a él por Dios, la cual cumplió cabalmente. Fue después de
innumerables peticiones de obispos y patriarcas de la Iglesia, que el 8 de
diciembre de 1870 el Papa Pío IX lo proclamó Patrono de la Iglesia Universal;
dicho momento coincidió con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción y se celebró
en tres Misas realizadas al mismo tiempo en San Pedro, Santa María la Mayor y
San Juan de Letrán, todas ellas Basílicas Vaticanas situadas en Roma.
Más adelante el
Papa Pío IX escribió: “El
ilustre Patriarca, el bienaventurado José, fue escogido por Dios prefiriéndolo
a cualquier otro santo para que fuera en la tierra el castísimo y verdadero
esposo de la Inmaculada Virgen María, y el padre putativo de Su Hijo único. Con
el fin de permitir a José que cumpliera a la perfección un encargo tan sublime,
Dios lo colmó de favores absolutamente singulares, y los multiplicó abundantemente.
Por eso, es justo que la Iglesia Católica, ahora que José está coronado de
gloria y de honor en el cielo, lo rodee de magníficas manifestaciones de culto,
y que lo venere con una íntima y afectuosa devoción”.
En 1889 el Papa León XIII, escribió
la primera Carta Encíclica “Quamquam Pluries – Sobre la devoción a San José, en
donde destacó todas sus virtudes con gran cercanía a su figura.
Por otro lado, San Juan XXIII al inicio del
Concilio Ecuménico Vaticano II encomendó por primera vez la protección de San
José, y el Papa Francisco eligió iniciar su pontificado el 19 de marzo de 2013,
diciendo: “doy gracias al
Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en
la Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia
universal: es una coincidencia muy rica de significado”.
Grandes virtudes las que tenía San José para haber sido escogido por
Dios para tan grande misión, y sin lugar a duda las supo poner en práctica en
la cotidianidad de la vida familiar. Imaginemos cuánto pudo compartir José con María
y Jesús en los años que estuvieron juntos, desde la espera en el seno de María,
su niñez y quizá algunos años de su juventud, situaciones triviales del día a
día, es posible que pase por nuestra mente la pregunta: ¿qué podría haberle
enseñado un sencillo mortal al Hijo de Dios?
Y a pesar de ello, estoy segura que Jesús estuvo atento a todo lo que
con naturalidad y sencillez le mostraba José. Él siendo carpintero, seguramente enseñó a su
Hijo el oficio, un oficio de artesano, que requería de mucha paciencia,
delicadeza para crear cualquier pieza de madera, y que al terminarla se sentirían orgullosos de
su trabajo hecho con dedicación y entrega.
San José, hombre trabajador, responsable y valiente, no fueron pocos
los retos que tuvo que superar: En varias ocasiones el Ángel del Señor se le
apareció en sueños a José aclarándole su mente y corazón para guiarlo en los
siguientes pasos a seguir con la Sagrada Familia: (Mt 1, 20-24) Dio casa, comida y sustento a la Sagrada
Familia; los protegió cuando tuvieron que huir a Egipto; (Mt 2, 13-15); durante
los viajes llenos de tensión y miseria por ser perseguidos, dio su total apoyo
y protección tanto a su esposa la Virgen María, como a su Hijo Jesús; (Mt 2, 19-23);
mostró en todo momento esa paternal autoridad llena de ternura de la que Jesús
comprendió, como al padre terrenal, le debía respeto y obediencia. José, cuya prudencia en el actuar, demostraba
la inmensa fe que desbordaba en su vida, aceptando en silencio y asumiendo su
papel de padre adoptivo del Salvador. (Lc 2, 39-40)
Cuáles serían las tres lecciones que nos daría San José: (1)
descansar en el Señor, orando y meditando sobre los retos que Dios
Nuestro Señor nos propone en nuestra vida; (2)
crecer en sabiduría con las experiencias que vivimos día a día, a
ejemplo de la Sagrada Familia, guiada por José y María; (3) ser ese ejemplo de
humildad, sencillez y vida apostólica influyendo en la sociedad a través de Su
Ejemplo, porque no tan solo escuchó la voz del Ángel del Señor en sueños, sino
que actuó de inmediato, seguro de su intuición marcada por los principios que
enseñaba la Voluntad de Dios en su vida.
Los invito a encomendarse a San José:
(Papa León XIII)
Oración a San José
A ti, bienaventurado
san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de
tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.
Con aquella caridad
que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno
amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas
benigno
los ojos a la herencia
que con su Sangre adquirió Jesucristo,
y con tu poder y auxilio socorras nuestras
necesidades.
Protege, oh
providentísimo Custodio de la divina Familia,
la escogida descendencia de Jesucristo;
aleja de nosotros, oh
padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios.
Asístenos
propicio desde el
cielo,
en esta lucha contra el poder de las
tinieblas;
y como en otro tiempo libraste de la muerte la
vida amenazada del Niño Jesús,
así ahora defiende a la Santa Iglesia de Dios
de las hostiles
insidias y de toda adversidad.
Y a cada uno de
nosotros protégenos con tu constante patrocinio,
para que, a ejemplo tuyo, y
sostenidos por tu
auxilio, podamos vivir y morir santamente
y alcanzar en los
cielos la eterna bienaventuranza.
Amén
¡San José es el hombre de los
sueños, con los pies en la tierra!
Papa Francisco
Afectísima
en Jesucristo,
Lilia Garelli
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