“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, México, Septiembre 25 del 2019.
M Í S T I C A
Por: Lilia Garelli
“…ser familia hoy;
lo indispensable que es esto para la vida del
mundo,
para el futuro de la humanidad…"
Papa
Francisco
LOS HIJOS
Muy estimados en Cristo:
Después de haber
tratado varios temas sobre La Pareja las semanas pasadas, espero haber dejado
en todos ustedes la esencia del inmenso Amor de Dios por nosotros, porque ¿qué es el
hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te
cuides? Apenas inferior a los ángeles lo
hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de
tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies…” (Sal. 8, 5-7); de
igual manera haberles mostrado la importancia del papel de la pareja humana, al
formar una comunión de personas,
como bien lo enfatiza San JP II en la Carta a las Familias: “… solo las
personas son capaces de vivir en comunión conyugal, que el Concilio Vaticano II
califica como alianza, por la cual
el hombre y la mujer se entregan y
aceptan mutuamente…” (Gaudium et Spes 48)
En esta donación
del hombre y la mujer que logra en sí misma la complementariedad y bendecida
por el matrimonio sacramental, forma ese núcleo, considerado como la primera
“sociedad” de personas, que engendra a los hijos y constituye la comunidad
que enriquece y refleja la comunión conyugal; así lo podemos constatar
al leer los primeros capítulos de la Biblia que nos dicen: “… Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos
y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla’…” (Gen.1, 26)
Nos enfrentamos a
uno de los hechos más significativos de la humanidad, cooperar con Dios para
dar vida a un nuevo ser, no tan solo carne de tu carne, hueso de tus huesos,
sino un hijo de Dios que es fruto del amor; “…también el nuevo ser humano, igual
que sus padres, es llamado a la existencia como persona y a la vida en la verdad y en el amor. Esta llamada se refiere no solo a lo temporal, sino a lo eterno…” (San JP II Carta a las familias No. 9),
enfatizo ciertas palabras que en otros escritos ampliaré.
Hablando del sensible
acto de la maternidad y la paternidad, según el concepto de la sociedad
contemporánea, pareciera que es un resultado natural, que se da por sí mismo en
el acto conyugal; y no es así, cuántos matrimonios se ven en dificultad de ser
fecundos, a pesar de que ello fuere uno de sus mayores deseos.
Es por tanto
necesario reflexionar sobre la importancia de recibir el don que Dios nos
podría conceder, al acoger la vida de otro ser humano a nuestro cuidado y
reconocer el compromiso tan grande de formarlo integralmente para la vida. Nos lo recuerda muy acertadamente San JP
II: “… Dios… los llama a una especial
participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre,
mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la
vida humana…” (Familiaris Consortio No. 28).
Todo lo anterior
nos lleva a meditar sobre la maravilla que Dios nos permite vivir, en cada
momento en que podemos constatar que la vida es un milagro que solo Dios puede
dar y que nosotros, como obra privilegiada suya, debemos dignificar con
nuestros actos, respetando la vida por sobre todos los dones recibidos del
Creador.
Ese hijo(s),
hija(s) que Dios nos brinda como don a nuestro cargo, debe vivir y crecer en
armonía con el bien común que debemos procurar para todos los integrantes de la
familia, es entonces cuando esos pronombres personales: > yo > tú > nosotros, se hace
efectivo, como signo de nuestra entrega sincera al amor que el Creador nos ha
concedido y que nosotros hacemos extensivo en la sociedad de donde se deriva la
genealogía de la familia esposo/esposa; hijo/hija; hermano/hermana; tío/tía;
abuelo/abuelo; nieto/nieta.
De aquí podríamos
desprender la importancia de lo que ese ser, totalmente vulnerable desde su
concepción, dependiente de su padre y madre, debe recibir para su cuidado y
bienestar, considerándolo como los derechos a que se hace merecedor por ser
frágil e indefenso, mismos que mencionaré de forma general y ampliaré en
particular en diversos escritos posteriores:
Derecho a la vida y a la supervivencia: ¡derecho a
nacer!
Derecho a la identidad: ¡ser reconocido como parte de una
familia, nombre y apellidos!
Derecho a vivir en una familia: ¡a ser amado!
Derecho a la educación: ¡integral de calidad!
Derecho a vivir en bienestar y en un sano
desarrollo integral: ¡dentro y fuera del núcleo familiar!
Derecho a vivir en un ambiente sano: ¡libre de
peligros y violencia!
Derecho a ser educado en la fe. ¡con
principios, valores y virtudes congruentes!
Derecho a la salud: ¡corporal, psicológica y espiritual!
Derecho a ser integrado a la sociedad aun sufriendo
alguna debilidad. “capacidades
diferentes”
Los invito a no
olvidar que ante todo derecho hay una obligación que por justicia hace
equitativa la vida para todos; y de igual manera ante todo deber que nos puede
ensombrecer el camino, tenemos la paz que Cristo nos propone “… Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, yo os daré descanso…” (Mt
11,28)
¡Levanta tu mano,
divino Niño,
y bendice a estos
pequeños amigos tuyos,
bendice a los niños de toda la tierra!
San JP II
Carta a los niños –
13/XII/ 94
¡Formarse nos ayuda a
EVANGELIZAR BIEN!
Afectísima
en Jesucristo,
Lilia Garelli
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