Alemán Español Español Francés Inglés Inglés Italiano Polaco Portugués Portugués Ruso Chino
DA CLIC EN UNA BANDERA PARA OTRO IDIOMA

sábado, 7 de septiembre de 2019

De mi libro "El Evangelio según Zaqueo" - 27 - JOSÉ DUERME EL SUEÑO DE LOS JUSTOS



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)

Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, México; Septiembre 8 del 2019.

27 DE 40

JOSÉ DUERME EL SUEÑO DE LOS JUSTOS

Jesús se volvió a Cafarnaúm, al mar de Galilea, en donde iniciaría su Gran Obra Salvadora. Lo primero que hizo fue llamar a sus primeros cuatro discípulos: Andrés y Juan; e inmediatamente después a los hermanos de éstos Simón y Santiago. Los hijos de Zebedeo dejaron a su padre para seguir al Divino Maestro; también Andrés actuó de inmediato; Simón sin embargo, a veces estaba con ellos, otras veces no.

Ya no andaba solo, ahora siempre era acompañado por estos cuatro. A donde iba el Maestro, allí le seguían sus discípulos. El quinto en unirse al grupo fue Simón el cananeo, quien fiel a al recomendación del Señor “…Venderás todo y te unirás a mi donde yo esté…”, al momento de oír lo sucedido en Nazaret, emprendió su viaje a Cafarnaúm. Así, cada uno fue dejando cuanto antes realizaba para unirse al Divino Maestro en su Ministerio.

El último de todos fue Mateo. Todavía unos días antes de que Jesús le invitara, había estado en mi casa; me había externado su profunda preocupación de que el Maestro no le llamaba. Me acuerdo muy bien que le dije: “No te preocupes, conmigo no tendrás el Reino de los Cielos, pero vas a tener mucho más dinero del que alguna vez soñaste.”
Y él me respondió muy conmovido: “Zaqueo, bien sabes que eso a mí no me interesa; que mi vida solo tendrá sentido si puedo dedicarla a la predicación del Evangelio de Jesucristo, porque solo siguiéndole a Él seremos salvados.”

Ni siquiera había pasado un mes desde su visita a Nazaret cuando el más allegado de sus primos, Santiago, lo encontró en Cafarnaúm para informarle que José, ‘su padre’, había muerto repentinamente el día anterior.

“José no ha muerto, Santiago, ahora solo duerme el sueño de los
justos que precede a la resurrección para la vida eterna. José
es el primer hombre que va a la tumba con esa seguridad; mi
Padre que esta en los cielos se lo ha dicho.”

Por supuesto, Santiago no tenía ni idea de lo que su amadísimo primo le estaba diciendo; no obstante, él mismo sintió un gran hueco en su interior cuando Jesús le señalaba estas cosas, como que su corazón le decía que algo grande estaba por suceder.

Como ya era de tarde, el Maestro les ordenó a todos que comieran y durmieran, para que el alba del día siguiente partieran a encontrarse con Él en las laderas al poniente del Tabor. Jesús salió del lugar en que se hospedaban todos en Cafarnaúm y emprendió camino al Monte caminando hacía Tiberíades por toda la orilla del Mar de Galilea; llegando a Sanabris desvió su camino a la derecha, hasta ese significativo lugar que era para Él y para José el Monte Tabor.

José y Jesús habían subido por primera vez el Tabor cuando el Niño tenía apenas ocho años; en aquella ocasión, muy pequeñín, había impresionado sobremanera a su padre adoptivo con un profundo rezo de agradecimiento a Dios. Estaban en la cima del Monte y Jesús rebosaba de alegría por haber subido y por todo lo que era posible ver desde la cúspide.

Ahora, más de 20 años después, cuando Jesús llego a ese mismo lugar, se postró en tierra, se quitó sus vestidos, tallo su cuerpo con el áspero polvo del Monte y lloró amargamente por la muerte de José. Era una noche fría y desolada del invierno en Galilea; la temperatura había descendido considerablemente y todos los pequeños depósitos de agua del Tabor se encontraban congelados, Jesús podía sentir como sus lágrimas rodaban por las apretadas comisuras de su rostro.
Incluso su sudor era frío; incapaz de condensarse en gotas, se pegaba a su piel como lacerando un extra en su dolor.

Cuánto le debía a este justo José el Hijo del Hombre, por él había sido conservado con vida en su primerísimo infancia, justo en su nacimiento; por él había crecido sano, vivaz e inteligente; por él había forjado su juventud apegado a los más fieles principios de la ley de Dios; por él había podido esperar ‘ su momento’ ya que José le instaba constantemente  a la Gran Paciencia que es Don de Dios; por él se hizo hombre, hasta llegar a ser ahora el Más digno de todos los humanos.

El llanto de Jesús era profundo, como queriendo avisarle al Niño que rezó a su Padre en el Tabor y que sorprendió a José con su Divinidad Infantil. Los sollozos de Jesús eran pesados, como tratando de alcanzar en el tiempo al Joven Dios que tanto Había procurado José, el carpintero de Nazaret. Las lagrimas de Jesús eran amargas, como tratando de limpiar con el escaldo el cúmulo de sufrimientos que este Hijo de David había padecido en su vida humana para conservar la de Él; por conservar al Verbo hecho Hombre.

José siempre lo supo, porque Jesús siempre se lo dijo y se lo demostró: a ningún hombre amaría tanto el Mesías como a su Honrosísimo Padre Adoptivo. ¡¡Bendito seas, José, que en tu entereza de hombre y en la valía de tu amor paterno, hiciste que Jesucristo amara a Dios como hombre y llevara al hombre hasta Dios!!  ¡¡Que sea bendito José, que como mentor incondicional y como educador amorosísimo del Niño Dios, hizo posible que todos los hombres fijáramos en la paternidad la valía máxima de la vida!!

“José no ha muerto, Santiago, ahora solo duerme el sueño de los
justos que precede a la resurrección para la vida eterna…”

A media mañana, cuando los Discípulos del Señor atravesaban por la ribera de Magadán, María Magdalena les salió presurosa al encuentro y les dijo:
-“He tenido un sueño horrible acerca del Señor. ¿A dónde van ustedes?”.
-Leví le respondió: “José, ‘el padre’ de Jesús ha muerto
y vamos para alcanzarlo en el Tabor, camino de Nazaret.”
-“Yo me uno a ustedes; pues verdaderamente sufre mi alma por
lo que he soñado acerca de Jesús de Nazaret” dijo ella.

La Magdalena no era bien vista por los galileos, excepto por Mateo. La tenían en muy mala reputación, por más que el Señor la apreciara y la considerara su amiga. Ella le dio algunas instrucciones a su servidumbre y emprendió el camino junto con los discípulos para encontrarse con Jesús. Pedro, Andrés, Santiago y Juan caminaban aprisa y formaban un grupo de avanzada; en medio iban otros con un paso menos veloz y al final, Leví, Simón y Natanael acompañaban a María Magdalena que se esforzaba por no perderles el ritmo.

No pararon hasta Tiberíades en donde se detuvieron para comer y comprar provisiones. Apenas llegaron a la ciudad y dos escoltas de Herodes y de Pilatos, el Procurador Romano, avistaron a María de Magadán y al instante se fueron a dar parte del hecho a sus amos y superiores. Cuando todavía estaban en el mercado, llegaron los hombres de Herodes hasta la Magdalena y le informaron que el Rey quería verla en su palacio

La respuesta de María Magdalena sorprendió por demás a los Discípulos:
“Díganle al Rey que voy a ver a Mi Señor; a Jesús de Nazaret, con
quien tengo que reunirme. Díganle También que no me busque ya
más, pues he muerto a la vida para nacer de nuevo en Él.”

Todos se quedaron pasmados, incrédulos, como que no habían oído de Magdalena esas palabras, o como que las hubiera dicho otra mujer. Fue entonces cuando Simón Pedro se atrevió a dirigirle la palabra, a tomarla en cuenta, a recibirla entre ellos. Salieron de Tiberíades hacia el Monte Tabor, en donde habrían de encontrar a Jesús.

Allí estaba el Señor, con un aspecto terrible por lo demacrado que se veía. Los ojos, normalmente grandes, abiertos y con una gran luz, se le notaban pequeños, casi cerrados y cansados de tanto llorar. Era la tarde del día siguiente y Jesús no había probado alimento alguno. Andrés y Juan se apresuraron a atenderlo, en tanto los demás permanecían rezagados esperando actuar en su momento; María Magdalena estaba al final del grupo sentada en unas rocas, como agazapada, queriendo no ser advertida pero esperando que Jesús se percatara de su presencia.

Todos tenían cara de incredulidad, de desesperación, de angustia; no sabían cómo reaccionar ante la situación que se estaba viviendo. Finalmente, luego de haber comido pan y bebido un poco de vino, el Maestro se incorporó y todos hicieron lo propio al unísono; Jesús se dirigió con paso firme hacia cada uno, los saludó, los acarició con amabilidad y les dirigió algunas palabras personalmente, como tranquilizándolos por los acontecimientos.

Cuando estuvo frente a la Magdalena, todos estaban atrás del Señor y miraban fijamente la escena; le dijo a María:
“Todo cuanto has soñado sobre mí sucederá. Mi Padre que
está en el Cielo te lo ha hecho saber para que seas testimonio
vivo del arrepentimiento que es necesario para comulgar con
Dios. Nadie puede contactar con Dios, si primero no limpia su
alma del pecado y pone su contrición sincera ante Él. Esto es
solamente el inicio de un largo camino de sufrimientos que, si
todos quieren, vivirán en mi nombre. Yo los he llamado, pero
corresponde a cada uno decir voluntariamente si quieren
seguirme o no. El sufrimiento del alma viva en el cuerpo, es el
crisol en donde se funden y purifican los más íntimos
sentimientos; es donde se realiza la separación del mal que les
aqueja, en su condición de pecado, del bien no logrado, aún que
querido, para su salvación.”

Y siguió diciendo el Señor:
“María ha tenido visiones en sueños que le han mostrado a multitudes,
a veces ansiosas de Dios, otras iracundas y otras veces
perdidas sin encontrar el camino que les conduzca a Él. A todas
éstas las veremos y viviremos juntos; a algunas las apacentaremos,
a otras las sufriremos  hasta el martirio, pero a las más tendremos
que conducirlas a la Salvación. Algunos de ustedes tropezarán
en el camino, otros desfallecerán, pero la mayoría permanecerá
y alcanzará el objetivo final, que es el Reino de los Cielos.”

Dicho esto, María Magdalena se lanzó a los pies de Jesús, pues Él había descrito todo cuanto ella quería decirle respecto de sus sueños. Leví, Natanael y Simón el Cananeo se miraron con incredulidad respecto de lo que estaban viendo. 

Ʊ Ω Ʊ

Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





También me puedes seguir en:

Solo por gusto de proclamar El Evangelio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario