LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, México; Septiembre 8 del 2019.
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JOSÉ DUERME EL SUEÑO DE LOS JUSTOS
Jesús se volvió a Cafarnaúm, al mar de Galilea, en
donde iniciaría su Gran Obra Salvadora. Lo primero que hizo fue llamar a sus
primeros cuatro discípulos: Andrés y Juan; e inmediatamente después a los
hermanos de éstos Simón y Santiago. Los hijos de Zebedeo dejaron a su padre
para seguir al Divino Maestro; también Andrés actuó de inmediato; Simón sin
embargo, a veces estaba con ellos, otras veces no.
Ya no andaba solo, ahora siempre era acompañado por
estos cuatro. A donde iba el Maestro, allí le seguían sus discípulos. El quinto
en unirse al grupo fue Simón el cananeo, quien fiel a al recomendación del
Señor “…Venderás todo y te unirás a mi donde yo esté…”, al momento de
oír lo sucedido en Nazaret, emprendió su viaje a Cafarnaúm. Así, cada uno fue
dejando cuanto antes realizaba para unirse al Divino Maestro en su Ministerio.
El último de todos fue Mateo. Todavía unos días
antes de que Jesús le invitara, había estado en mi casa; me había externado su
profunda preocupación de que el Maestro no le llamaba. Me acuerdo muy bien que
le dije: “No te preocupes, conmigo no tendrás el Reino de los Cielos, pero
vas a tener mucho más dinero del que alguna vez soñaste.”
Y él me respondió muy conmovido: “Zaqueo, bien
sabes que eso a mí no me interesa; que mi vida solo tendrá sentido si puedo
dedicarla a la predicación del Evangelio de Jesucristo, porque solo siguiéndole
a Él seremos salvados.”
Ni siquiera había pasado un mes desde su visita a
Nazaret cuando el más allegado de sus primos, Santiago, lo encontró en Cafarnaúm
para informarle que José, ‘su padre’, había muerto repentinamente el día
anterior.
“José no ha
muerto, Santiago, ahora solo duerme el sueño de los
justos que
precede a la resurrección para la vida eterna. José
es el primer
hombre que va a la tumba con esa seguridad; mi
Padre que esta
en los cielos se lo ha dicho.”
Por supuesto, Santiago no tenía ni idea de lo que
su amadísimo primo le estaba diciendo; no obstante, él mismo sintió un gran
hueco en su interior cuando Jesús le señalaba estas cosas, como que su corazón
le decía que algo grande estaba por suceder.
Como ya era de tarde, el Maestro les ordenó a todos
que comieran y durmieran, para que el alba del día siguiente partieran a
encontrarse con Él en las laderas al poniente del Tabor. Jesús salió del lugar
en que se hospedaban todos en Cafarnaúm y emprendió camino al Monte caminando
hacía Tiberíades por toda la orilla del Mar de Galilea; llegando a Sanabris
desvió su camino a la derecha, hasta ese significativo lugar que era para Él y
para José el Monte Tabor.
José y Jesús habían subido por primera vez el Tabor
cuando el Niño tenía apenas ocho años; en aquella ocasión, muy pequeñín, había
impresionado sobremanera a su padre adoptivo con un profundo rezo de
agradecimiento a Dios. Estaban en la cima del Monte y Jesús rebosaba de alegría
por haber subido y por todo lo que era posible ver desde la cúspide.
Ahora, más de 20 años después, cuando Jesús llego a
ese mismo lugar, se postró en tierra, se quitó sus vestidos, tallo su cuerpo
con el áspero polvo del Monte y lloró amargamente por la muerte de José. Era
una noche fría y desolada del invierno en Galilea; la temperatura había
descendido considerablemente y todos los pequeños depósitos de agua del Tabor
se encontraban congelados, Jesús podía sentir como sus lágrimas rodaban por las
apretadas comisuras de su rostro.
Incluso su sudor era frío; incapaz de condensarse
en gotas, se pegaba a su piel como lacerando un extra en su dolor.
Cuánto le debía a este justo José el Hijo del
Hombre, por él había sido conservado con vida en su primerísimo infancia, justo
en su nacimiento; por él había crecido sano, vivaz e inteligente; por él había
forjado su juventud apegado a los más fieles principios de la ley de Dios; por
él había podido esperar ‘ su momento’ ya que José le instaba
constantemente a la Gran Paciencia que
es Don de Dios; por él se hizo hombre, hasta llegar a ser ahora el Más digno de
todos los humanos.
El llanto de Jesús era profundo, como queriendo
avisarle al Niño que rezó a su Padre en el Tabor y que sorprendió a José con su
Divinidad Infantil. Los sollozos de Jesús eran pesados, como tratando de
alcanzar en el tiempo al Joven Dios que tanto Había procurado José, el
carpintero de Nazaret. Las lagrimas de Jesús eran amargas, como tratando de
limpiar con el escaldo el cúmulo de sufrimientos que este Hijo de David había
padecido en su vida humana para conservar la de Él; por conservar al Verbo
hecho Hombre.
José siempre lo supo, porque Jesús siempre se lo
dijo y se lo demostró: a ningún hombre amaría tanto el Mesías como a su
Honrosísimo Padre Adoptivo. ¡¡Bendito seas, José, que en tu entereza de hombre
y en la valía de tu amor paterno, hiciste que Jesucristo amara a Dios como
hombre y llevara al hombre hasta Dios!!
¡¡Que sea bendito José, que como mentor incondicional y como educador
amorosísimo del Niño Dios, hizo posible que todos los hombres fijáramos en la
paternidad la valía máxima de la vida!!
“José no ha
muerto, Santiago, ahora solo duerme el sueño de los
justos que
precede a la resurrección para la vida eterna…”
A media mañana, cuando los Discípulos del Señor
atravesaban por la ribera de Magadán, María Magdalena les salió presurosa al
encuentro y les dijo:
-“He tenido un sueño horrible acerca del
Señor. ¿A dónde van ustedes?”.
-Leví le respondió: “José, ‘el padre’ de
Jesús ha muerto
y
vamos para alcanzarlo en el Tabor, camino de Nazaret.”
-“Yo me uno a ustedes; pues
verdaderamente sufre mi alma por
lo
que he soñado acerca de Jesús de Nazaret” dijo ella.
La Magdalena no era bien vista por los galileos,
excepto por Mateo. La tenían en muy mala reputación, por más que el Señor la
apreciara y la considerara su amiga. Ella le dio algunas instrucciones a su
servidumbre y emprendió el camino junto con los discípulos para encontrarse con
Jesús. Pedro, Andrés, Santiago y Juan caminaban aprisa y formaban un grupo de
avanzada; en medio iban otros con un paso menos veloz y al final, Leví, Simón y
Natanael acompañaban a María Magdalena que se esforzaba por no perderles el
ritmo.
No pararon hasta Tiberíades en donde se detuvieron
para comer y comprar provisiones. Apenas llegaron a la ciudad y dos escoltas de
Herodes y de Pilatos, el Procurador Romano, avistaron a María de Magadán y al
instante se fueron a dar parte del hecho a sus amos y superiores. Cuando
todavía estaban en el mercado, llegaron los hombres de Herodes hasta la
Magdalena y le informaron que el Rey quería verla en su palacio
La respuesta de María Magdalena sorprendió por
demás a los Discípulos:
“Díganle al Rey
que voy a ver a Mi Señor; a Jesús de Nazaret, con
quien tengo que
reunirme. Díganle También que no me busque ya
más, pues he
muerto a la vida para nacer de nuevo en Él.”
Todos se quedaron pasmados, incrédulos, como que no
habían oído de Magdalena esas palabras, o como que las hubiera dicho otra
mujer. Fue entonces cuando Simón Pedro se atrevió a dirigirle la palabra, a
tomarla en cuenta, a recibirla entre ellos. Salieron de Tiberíades hacia el
Monte Tabor, en donde habrían de encontrar a Jesús.
Allí estaba el Señor, con un aspecto terrible por
lo demacrado que se veía. Los ojos, normalmente grandes, abiertos y con una
gran luz, se le notaban pequeños, casi cerrados y cansados de tanto llorar. Era
la tarde del día siguiente y Jesús no había probado alimento alguno. Andrés y
Juan se apresuraron a atenderlo, en tanto los demás permanecían rezagados
esperando actuar en su momento; María Magdalena estaba al final del grupo
sentada en unas rocas, como agazapada, queriendo no ser advertida pero esperando
que Jesús se percatara de su presencia.
Todos tenían cara de incredulidad, de
desesperación, de angustia; no sabían cómo reaccionar ante la situación que se
estaba viviendo. Finalmente, luego de haber comido pan y bebido un poco de
vino, el Maestro se incorporó y todos hicieron lo propio al unísono; Jesús se
dirigió con paso firme hacia cada uno, los saludó, los acarició con amabilidad
y les dirigió algunas palabras personalmente, como tranquilizándolos por los
acontecimientos.
Cuando estuvo frente a la Magdalena, todos estaban
atrás del Señor y miraban fijamente la escena; le dijo a María:
“Todo cuanto has
soñado sobre mí sucederá. Mi Padre que
está en el Cielo
te lo ha hecho saber para que seas testimonio
vivo del
arrepentimiento que es necesario para comulgar con
Dios. Nadie
puede contactar con Dios, si primero no limpia su
alma del pecado
y pone su contrición sincera ante Él. Esto es
solamente el
inicio de un largo camino de sufrimientos que, si
todos quieren,
vivirán en mi nombre. Yo los he llamado, pero
corresponde a
cada uno decir voluntariamente si quieren
seguirme o no.
El sufrimiento del alma viva en el cuerpo, es el
crisol en donde
se funden y purifican los más íntimos
sentimientos; es
donde se realiza la separación del mal que les
aqueja, en su
condición de pecado, del bien no logrado, aún que
querido, para su
salvación.”
Y siguió diciendo el Señor:
“María ha tenido
visiones en sueños que le han mostrado a multitudes,
a veces ansiosas
de Dios, otras iracundas y otras veces
perdidas sin
encontrar el camino que les conduzca a Él. A todas
éstas las
veremos y viviremos juntos; a algunas las apacentaremos,
a otras las
sufriremos hasta el martirio, pero a las
más tendremos
que conducirlas
a la Salvación. Algunos de ustedes tropezarán
en el camino,
otros desfallecerán, pero la mayoría permanecerá
y alcanzará el
objetivo final, que es el Reino de los Cielos.”
Dicho esto, María Magdalena se lanzó a los pies de
Jesús, pues Él había descrito todo cuanto ella quería decirle respecto de sus
sueños. Leví, Natanael y Simón el Cananeo se miraron con incredulidad respecto
de lo que estaban viendo.
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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
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