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sábado, 20 de julio de 2019

De mi libro "El Evangelio según Zaqueo" - 20 - LOS PARIENTES DE JESÚS (2 de 2)



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)

Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, Q.R., México;
Julio 20 del 2019.

20 DE 40


LOS PARIENTES DE JESÚS (2 DE 2)

Quizá el evento más extraordinario de éstos fue el que les sucedió con una caravana que se les unió en un viaje de Nazaret a Gadara en la zona de la Decápolis, al sur del Monte Tabor. En Gadara se realizaba cada año un gran bazar de animales vivos al que concurrían compradores y vendedores no tan solo de Palestina, sino de muchos lugares de los países vecinos. Era una gran oportunidad para rehacer ganados ya fuera comprando, vendiendo o cambiando los mejores ejemplares que uno tenía o que otros poseyeran.

En el viaje Cleofás llevaba más de mil animales entre ovejas, cabras y reses para trueque o venta. Él no compraría ni un solo animal y su intención era regresar con toda su mercancía vendida y algunos muy buenos ejemplares con los que iniciaría otros rebaños. A las faldas del lado Sur del Tabor, se les unieron unos idumeos que llevaban ya cinco días de camino con una manada de camellos y dromedarios que venderían igualmente en Gadara. Los jefes de ambas caravanas acordaron seguir juntos, ya que la zona que estaban por atravesar hasta el Río Jordán, estaba totalmente despoblada de personas y vivían allí animales salvajes como lobos y leones. Cuando se encontraron era apenas pasado el medio día y las condiciones del camino se veían buena; así que no pararon para hacer campamento.

De repente, se inició una gran tormenta de arena venida de las llanuras de Escitópolis que los sorprendió a todos.

Los gritos para ordenar tanto a la gente como a los animales se desataron inmediatamente; cada quien corrió al mejor lugar posible para resguardarse de la tormenta. Con gran dificultad pudieron observar un gran peñasco que les podría servir de resguardo momentáneo contra el fuerte viento cargado de arena. Cuando María y José corrieron para salvaguardar a Jesús, este dijo:
“Vayan ustedes; yo me quedaré aquí para contener esta ráfaga que nos ha sorprendido. Voy a pedirle a mi Padre su ayuda y su protección para que no muramos.”

Jesús debió haber tenido 15 años y estaba perfectamente consciente de sus actos. Todos se fueron, excepto José, Cleofás y Santiago, que le insistieron en quedarse con él. Aquella tempestad de tierra y arena incrementaba su fuerza y todos estaban en peligro de perecer.  En ese momento, el Joven Jesús levantó los brazos y gritó con gran fuerza:
¡Adonai Abbá!, ¡Adonai Abbá! ¡¡Menaj eis Elohim!! (¡Yahvé, mi Dios y Padre! ¡¡Consuélanos Señor!!)
¡¡Ten piedad de tus siervos Señor y que podamos traspasar esta tempestad con vida; para seguir alabando Tu Santo Nombre!!

Casi nada podía oírse, sino el silbar del poderoso viento que todo arrebataba de su sitio. José estaba totalmente tendido en la tierra con los brazos abiertos; atrás de él, hincados, se abrazaban fuertemente Cleofás y Santiago, tratando de hacer fuerza para no ser arrastrados por el impetuoso aire. Jesús sin embargo, no hacía ningún esfuerzo para permanecer parado con los brazos extendidos dirigidos al cielo. Y entonces sucedió lo extraordinario; el Joven Dios emitió un grito tan potente como los truenos que provocaban la turbulencia y dijo.
¡¡¡Cálmate, Yo te lo mando!!! Que quede quieto todo lo que se mueve!!!  Así  lo quiere el Señor de la Creación, mi Padre!!!

Al instante, cesó la tormenta. Todo lo que volaba por los aires, cayó a tierra inmediatamente. Jesús aún mantenía sus brazos levantados y se veía sudoroso y fatigado.

De inmediato, el primero que se levantó fue José, que hincado y con los brazos al cielo solo gritaba ¡Aleluya! ¡Aleluya! Dios nos protege!   Las dos Marías, los hijos e hijas que estaban con ellas y todos los demás de la caravana, se empezaron a acercar al lugar en donde estaba Jesús, Santiago, José y Cleofás. En ese instante María empezó a cantar el Salmo de la Salvación que cantaron los Israelitas cuando fueron salvados en el Mar Rojo.

Todos estaban atónitos con lo ocurrido; solo tres se dieron cuenta del hecho mismo: María y José abrazaban con gran fuerza a Jesús, mientras Santiago permanecía con sus ojos tan abiertos, como si se fueran a salir de sus cuencas, mirando fijamente a su amadísimo primo. Ese mismo día constató lo sobre-natural del Hijo de María y José, ese mismo día vio la divinidad que poseía Jesús de Nazaret. Nunca lo olvidaría, siempre estaría presente entre los dos.

Reordenar la caravana les llevó muchas horas de constante trabajo en el arreo de los animales. Finalmente ya entrada la noche pudieron terminar el cerco del ganado para protegerlo de las fieras. En ese instante se oyeron los rugidos y aullidos de leones y lobos; se acercaban en grupos de ataque dispuestos a una gran matanza de cuanto pudieran alcanzar. Todos se aterrorizaron al saber lo que les esperaba. Jesús se separó del grupo y le dijo a su Madre:
Que preparen los alimentos; debemos hacer una gran fiesta en el nombre de Yahvé, ya que hoy nos ha salvado. Yo iré a apacentar a los animales que nos acechan.

De inmediato Santiago y Judas se unieron a Jesús, quien junto con Cleofás y José, se encaminó hacia fuera del improvisado campamento. En efecto, varias jaurías de lobos se agazapaban cerca del lugar en el que se encontraban los rebaños de cabras y ovejas que llevaban. El Joven Dios extendió sus manos al frente con las palmas hacia arriba y empezó a caminar hacia los animales que, ya para entonces, mostraban una gran fiereza.

Cuando el lobo jefe del grupo lo miró, de inmediato agachó la cabeza, bajó las orejas, metió su larga cola entre las patas traseras y esperó a que el Divino Señor se acercara. Todos los demás animales que integraban el grupo hicieron lo mismo. Jesús les hablaba de una forma que ni Santiago ni Judas (quienes seguían junto a Él), podían comprender; más atrás se encontraban José y Cleofás que, atónitos, no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Los animales emprendieron la retirada tan sumisamente como un perro de casa o de compañía ante la presencia de su amo. De la misma forma hizo con la manada de leones; todos se retiraron tranquilamente dejando el lugar del campamento en plena paz.

Volvieron todos juntos a donde estaban los demás y realizaron una fiesta de alabanza a Dios, sacrificando un cabrito de seis meses en un improvisado altar levantado para el momento. Los primos de Jesús no olvidarían jamás esta experiencia, igualmente Cleofás y José.

Muchas manifestaciones portentosas y sobrenaturales hizo Jesús de Nazaret delante de sus familiares, no en balde muchos dejarían todo para seguirle como discípulos en la predicación de su Evangelio.

Ni María ni José, ni nadie que acompañara al Hijo de Dios padecía jamás un deterioro en su salud; andar con Jesús era siempre sinónimo de estar a salvo, de todo cuanto pudiera presentarse.


Ʊ Ω Ʊ

Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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Solo por gusto de proclamar El Evangelio.

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