LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Playa del Carmen,
Q.R., México;
Mayo 19 del
2019.
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TRADICIONES Y COSTUMBRES
José
era muy apegado a sus costumbres judías, pero Jesús insistía en que, además de
ellas, Él debía conocer las de todos los pueblos. ‘Está bien papá - le decía el Niño - no comeremos con ellos, pero déjame
visitarlos para platicarles de mi Padre, para decirles todo eso que tú me has
hablado’. Nada más se podía hacer ante
semejante razón.
Durante
doce años (y muy especialmente los últimos cuatro), José le contó a Jesús todo
cuanto sabía acerca de la Ley, los Profetas y las Tradiciones del Pueblo
Hebreo. A últimas fechas, hasta visitaba
a solas a sus amigos o conocidos Rabinos, para preguntar algo que no supiera, e
inmediatamente después lo platicaba con el Pequeño Jesús. El Niño, por supuesto, tenía una memoria
privilegiada, qué digo eso, la tenía perfecta.
Todo cuanto escuchaba, veía o sentía, se quedaba gravado para siempre en
su saber. Y no solo su memoria, cuanto
la infinita capacidad de discernir lo que verdaderamente era justo, bueno y
correcto. Puede ser que José no le haya
provisto a Jesús Niño toda la sapiencia requerida para generar La Buena Nueva,
ya lo creo que no, eso fue obra del Divino Dios que se hizo Hombre, pero estoy
seguro que sus enseñanzas sí encaminaron al Hijo de Dios en las sendas de
gloria que recorrería en la última etapa de su vida, como El Cristo.
La
autodidaxia es una realidad de todos los pueblos y culturas; se da en los
grandes hombres con mayor frecuencia.
Para nosotros había un sinnúmero de nombres que podíamos manejar como
buenos ejemplos de este hecho. Los
griegos pensadores de hace más de 500 años; los egipcios constructores de hace
2,000 años; los sumerios comerciantes de hace 30 siglos; los fenicios
navegantes de tiempo inmemorial. Ellos
fueron autodidactas todos, alcanzaron sus niveles de conocimiento en pleno uso
de su inteligencia; echando a perder, equivocándose y luego corrigiendo,
mejorando y avanzando.
El
Pueblo de Dios, Israel, no tuvo que sufrir nada de eso en la implantación de
sus formas religiosas, jurídicas y de gobierno; no, nada de eso tuvieron que
crear, el Dios de nuestros antepasados lo puso claro y evidente en La Ley de
Moisés, que aplicarían los levitas, los sacerdotes de esta nación. Igualmente, en las recomendaciones de
convivencia, conquista y la gobernabilidad, solo hubo que seguir el Dictamen
Divino a través de los Profetas.
Todo
era inspiración Divina, por lo tanto, todo debió habernos salido muy bien, solo
que nuestra necedad y desobediencia siempre fueron mayores que nuestra
cordura. Nosotros solo podemos presumir
a un solo ‘autodidacta’ desde el punto de vista de conocimiento humano, a Jesús
de Nazaret, del cual tampoco creíamos que fuese Dios.
Si
José se encargó de enseñar al Pequeño Jesús los conocimientos prácticos de un
judío, María instruyó al Niño acerca de todas las costumbres (que resultaban
ser muchas y muy complicadas), de una vida de alabanza a Dios. María se imaginaba a Jesús como un gran
Maestro; ella pensaba que desde esa figura sería el Mesías y por ello se afanó
en sus instrucciones como una auténtica madre judía de un Rabboni. Toda su infancia y adolescencia Jesús vió a
su madre preparar las ceremonias de purificación que marcaba la tradición, con
tal detalle, apego y abnegación como solo María podía lograr.
El
Sabat era meticulosamente cumplido por la más querida familia de Nazaret: Jesús, María y José. No existía en ese pueblo ninguna madre judía
que no haya ido, cuando menos una vez, a preguntarle a María acerca de tal o
cual asunto del día. Era una verdadera
experta en este tema. Al igual que su
madre, la venerable Ana, la esposa de Joaquín, su padre. En verdad que se disfrutaba hasta el más
mínimo detalle, todo cuanto esta gran mujer disponía para el Día del
Ofrecimiento, el descanso del Sábado.
Yo
me deleité durante mucho tiempo de sus arreglos, preparativos y disposiciones
para cada ocasión. Los lienzos de
presentación, hechos por ella todos, de las telas más finas y con los bordados
más hermosos que uno podría imaginar; los vasos de ofrecimiento, impecablemente
limpios; las velas de la iluminación, siempre de primer uso y tal como lo
prescribía La Sagrada Escritura. Los
alimentos a comerse, sin más ni menos que como debería ser; todo exacto, todo
acorde a la más pura tradición de nuestros antepasados hebreos, israelitas y
judíos. Y el aseo personal, llevado al
extremo. Su presencia en la mesa para el
Agradecimiento era de tal pulcritud, que parecía mentira que se pudiese lograr
siendo ellos tan pobres.
La
parsimonia y dedicación que le daba María a estas cosas, formó en Jesús un
respeto profundísimo por las fiestas y actos de guardar. Y ni qué decir de las Fiestas en el Templo,
no se escatimaba en entrega para que fueran las mejores. O las que debían atender en la Sinagoga allá
en Nazaret, siempre eran ellos los primeros en llegar. La vida completa de los tres giraba en torno
a un solo y mismo eje: alabanza y gloria a Dios. Este fue el profundísimo ambiente de
religiosidad y respeto a Dios en el que creció Jesús, éstas fueron las
directrices de vida que le trazaron sus padres con el testimonio de sus
acciones, de sus intenciones y de sus devociones. Si Jesús de Nazaret no hubiera sido Hijo de
Dios, Dios Él mismo hecho hombre, María y José de todas formas lo hubieran
colocado en el camino de la salvación, para que Él lograse con sus acciones
todo lo necesario para salvarnos.
Yo
ni de casualidad tuve unos padres como los que tuvo Jesús Niño. Mi padre era un acaudalado hombre de las
transas y el comercio. Era capaz de
vender su alma al mejor postor, para después comprársela al precio que
verdaderamente valía: nada. Era tal su
pasión por el dinero, la riqueza y el poder, que no hacía otra cosa en su vida
que procurarlos y alcanzarlos. Y una vez
conseguidos, seguía con más.
Hoy
no recuerdo haber salido de niño con mi padre a ningún viaje él y yo solos, en
el cual su intención fuese enseñarme algo, aunque fuera sobre negocios o
transacciones. Cuando tuve edad
suficiente (20 años), para empezar con él sus andanzas, simplemente se
desapareció mi vida personal y resulté ser como su sombra: a donde él fuera,
iba yo; sin decir palabra, sin participar en nada; ‘solo viendo para
aprender’. Así, uno acaba irremediable-mente
como yo era: jefe, publicano y rico; pero sin nada en el espíritu, sin nada en
el alma, con la terrible angustia de vivir y morir y no poder trascender. ¡Qué bueno que te conocí, Jesús de
Nazaret! ¡... Y qué bueno que nos
dejaste a tu maravillosa Madre, para que nosotros la tuviésemos como Tú.
Los
levitas eran desde siempre los únicos que enseñaban a leer y escribir, por
aquello de que eran los únicos que podían leer, interpretar y aplicar la Ley y
los Profetas. Aquéllas 48 ciudades que
por decreto de Moisés les habían sido entregadas a lo largo y ancho de la
Tierra Prometida, se usaron siempre para el establecimiento de Sinagogas y
escuelas para educar a los hijos de los que pudieran pagar por dichos
estudios. Obviamente, los que no podían,
no estudiaban. Mi padre sí pudo y yo sí
estudié; solo para acabar dedicándome a lo mismo que él, a transarse al que
descuidara o se dejara. Yo transé con
los romanos, ellos se dejaron y me convertí en publicano. Esa era mi vida hasta que conocí a Jesús de
Nazaret y después, durante muchos años conviví con María, Su Madre.
Yo
no tengo historia que contar – y mucho menos que alguien la cuente – de mi
vida, ni de niño, ni de joven, ni de adulto, ni de viejo. Mi vida estuvo siempre rodeada de la envidia,
la calumnia y el odio. Nunca me importó
que así fuera, finalmente el que tenía el poder y poseía las riquezas era yo,
no los que me maldecían. Pero ese día
que Jesús estuvo en mi casa y empezaron a injuriarme y a evidenciarme, ese día
si me importó; me estaban haciendo quedar mal ante El Mesías, esto sí era
peligroso para mí, por eso contesté delante de Él, que el que tuviera razón en
sus reclamos, le restituiría el cuádruplo.
Lucano allí la dejó; yo les concluyo el episodio: nadie pudo acusarme
con razón, a nadie le pagué nada, simplemente porque eran injurias, mentiras.
A
los doce años de edad, el Niños Jesús era experto en ceremonias de la religión
judía; era capaz de hablar durante horas y horas desde La Creación (pasando por
Los Patriarcas, La Ley, Los Profetas, Los Reyes y el Cautiverio), hasta los
días de los Macabeos. Sus padres María y
José y sus tutores de enseñanza (que habían sido cuanto hombre o mujer fuera
capaz de contarle algo al Infante), habían acumulado tal cantidad de datos en
su mente, que no existía un ser humano capaz de superar los conocimientos de
Jesús Niño.
En
aquél memorable viaje a Jerusalén para la Fiesta de la Pascua, en el que “se
perdió” y que nadie se dio cuenta de la razón de su extravío, los Doctores de
la Ley y los Fariseos, tomaron nota de algo nunca antes visto en Palestina: alguien
que siendo aún un pequeño, supiera más que los ancianos más versados y sabios
de las Tradiciones Judías. ¡Precisamente
por esto es que yo digo que el Ministerio del Señor empezó muchos años antes de
sus 30; comenzó aquí, a los 12! ¡Solo
hay que recordar la respuesta que le dio a María: “...No sabéis que y me tengo que dedicar a las cosas de mi
Padre?..”! ¡Claro que sí! Y ya se estaba dedicando a ellas; ya había
sido suficientemente informado, enseñado y educado para hacerlo. Solo que los judíos normales requerían de ¡30
años para aprenderse lo que Jesús Niño manejaba a la perfección a los 12! La diferencia seguiría siendo la misma por
siempre: ellos eran simples pecadores y comunes mortales, y Él era el Hijo de
Dios. ¡¡Pequeña diferencia!!
Pero
se les olvidó todo (como siempre); ya no se acordaban que hacía 12 años había
nacido en Belén el Rey de los Judíos; que bajaron los Ángeles del Cielo para
rendirle alabanzas a Jesús el Salvador; que habían venido unos importantísimos
Magos de Oriente siguiendo su estrella.
Todo se les olvidó, hasta la matanza del viejo Rey Herodes de los Niños Inocentes
de Belén. Por eso siempre se sorprendían
con Jesús, porque no mantenían en su memoria los hechos que le habían
antecedido, los eventos sobrenaturales que lo envolvían. Siempre los tomará por sorpresa el Mesías;
por desmemoriados, por atender cosas mundanas en lugar de atender las que a
ellos supuestamente les correspondían, las Cosas Divinas.
Los
Rabinos de los pequeños pueblos, los de las ciudades o las máximas autoridades
que vivían en Jerusalén siempre se iban a sorprender por ‘éste’ Jesús de
Nazaret; porque no le siguieron los pasos, porque no le creyeron en sus
enseñanzas, porque creían que eso ‘no era posible’. ¡Con razón Mateo quedó tan impresionado, tan
conmovido cuando ‘lo llamó! ¡¡Mateo sí
sabía quién le estaba hablando, Mateo nunca dudó de su Divinidad!!
Para
María y José fue impactante haberse dado cuenta qué tan rápido había pasado el
tiempo. El Niño Jesús ¡ya había iniciado
su Ministerio! El Pequeño Dios ya no
cabía en su ínfima forma humana y quería empezar pronto la Predicación de la
Buena Nueva que habría de cambiar la vida de los hombres, de toda la
historia. Era tal la necesidad de la
gente por una redención; estaban tan llenos de pecado, que se podía palpar en
todos esa ansia de Dios que expele el alma para su salvación. Y Jesús Niño, por supuesto que percibía tal
ambiente.
La
falsedad de los Escribas y Fariseos siempre iba a repugnarle al Señor; la
primera vez que lo sintió fue en esta ocasión.
El crimen que ellos cometían contra el pueblo, usando los Preceptos
Divinos dejados a los Patriarcas y Profetas, le hacían muy difícil la espera de
su Predicación. Casi les puedo asegurar
que en esta ocasión tan especial, la esencia Divina del Niño Jesús trascendió
su condición humana y se mostró por un momento para (una vez más), dejarles
evidencia a los Doctores de la Ley de que Él ya había llegado, que ya estaba
presente en la Tierra, que ya había tomado ‘condición humana’. Pero estaban tan absortos en el poder y las
riquezas que una vez más no se dieron cuenta del mensaje recibido. Por enésima ocasión, El Verbo, como lo llamó
Juan, se manifestó a los que podían ‘descubrirlo’ y no lo notaron; habrían de
pasar muchos años todavía para que lo empezaran a palpar.
-¡Quiénes son
ustedes? - preguntó un joven Fariseo de
los que platicaban con el Niño Jesús, llamado Gamaliel.
-Somos María y
José de Nazaret; y él es nuestro hijo Jesús, al que andamos buscando.
-¿Cuál es tu
oficio, José de Nazaret? - volvió a inquirir el joven.
-Soy carpintero,
Rabí - contestó José.
-Los
conocimientos de tu hijo sobre los Sagrados Escritos no son comunes en un niño
de su edad. ¿Ha asistido a alguna
Yeshiva?
-No, Rabí; él
nunca ha asistido a ninguna escuela; lo que sabe se lo hemos enseñado su madre
y yo y algunos amigos del pueblo. Pero
tiene mucha facilidad para recordar las cosas que oye.
-Sí es así -
dijo, entonces tiene un gran don del Señor nuestro Dios.
-Sí, de eso
estoy segura - respondió María.
-Si ustedes
quieren, yo me puedo encargar de la educación de su hijo, ya que como me han
dicho, no podrá asistir a la escuela.
-¡No! Rabí, eso no será necesario. El muchacho podrá hacerlo solo - interfirió
María. Dentro de algún tiempo podrá
enseñar lo que ha aprendido a la gente humilde de nuestro pueblo; estoy segura
de que Dios estará con Él siempre.
¡¡Y
vaya que sí estaba segura!!
Ʊ Ω Ʊ
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
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