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sábado, 18 de mayo de 2019

De mi libro: "El Evangelio Según Zaqueo" - 11 - TRADICIONES Y COSTUMBRES



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Playa del Carmen, Q.R., México;
Mayo 19 del 2019.

11 DE 40


TRADICIONES Y COSTUMBRES

José era muy apegado a sus costumbres judías, pero Jesús insistía en que, además de ellas, Él debía conocer las de todos los pueblos.  ‘Está bien papá  - le decía el Niño -  no comeremos con ellos, pero déjame visitarlos para platicarles de mi Padre, para decirles todo eso que tú me has hablado’.  Nada más se podía hacer ante semejante razón.

Durante doce años (y muy especialmente los últimos cuatro), José le contó a Jesús todo cuanto sabía acerca de la Ley, los Profetas y las Tradiciones del Pueblo Hebreo.  A últimas fechas, hasta visitaba a solas a sus amigos o conocidos Rabinos, para preguntar algo que no supiera, e inmediatamente después lo platicaba con el Pequeño Jesús.  El Niño, por supuesto, tenía una memoria privilegiada, qué digo eso, la tenía perfecta.  Todo cuanto escuchaba, veía o sentía, se quedaba gravado para siempre en su saber.  Y no solo su memoria, cuanto la infinita capacidad de discernir lo que verdaderamente era justo, bueno y correcto.  Puede ser que José no le haya provisto a Jesús Niño toda la sapiencia requerida para generar La Buena Nueva, ya lo creo que no, eso fue obra del Divino Dios que se hizo Hombre, pero estoy seguro que sus enseñanzas sí encaminaron al Hijo de Dios en las sendas de gloria que recorrería en la última etapa de su vida, como El Cristo.

La autodidaxia es una realidad de todos los pueblos y culturas; se da en los grandes hombres con mayor frecuencia.  Para nosotros había un sinnúmero de nombres que podíamos manejar como buenos ejemplos de este hecho.  Los griegos pensadores de hace más de 500 años; los egipcios constructores de hace 2,000 años; los sumerios comerciantes de hace 30 siglos; los fenicios navegantes de tiempo inmemorial.  Ellos fueron autodidactas todos, alcanzaron sus niveles de conocimiento en pleno uso de su inteligencia; echando a perder, equivocándose y luego corrigiendo, mejorando y avanzando. 

El Pueblo de Dios, Israel, no tuvo que sufrir nada de eso en la implantación de sus formas religiosas, jurídicas y de gobierno; no, nada de eso tuvieron que crear, el Dios de nuestros antepasados lo puso claro y evidente en La Ley de Moisés, que aplicarían los levitas, los sacerdotes de esta nación.  Igualmente, en las recomendaciones de convivencia, conquista y la gobernabilidad, solo hubo que seguir el Dictamen Divino a través de los Profetas. 

Todo era inspiración Divina, por lo tanto, todo debió habernos salido muy bien, solo que nuestra necedad y desobediencia siempre fueron mayores que nuestra cordura.  Nosotros solo podemos presumir a un solo ‘autodidacta’ desde el punto de vista de conocimiento humano, a Jesús de Nazaret, del cual tampoco creíamos que fuese Dios.

Si José se encargó de enseñar al Pequeño Jesús los conocimientos prácticos de un judío, María instruyó al Niño acerca de todas las costumbres (que resultaban ser muchas y muy complicadas), de una vida de alabanza a Dios.  María se imaginaba a Jesús como un gran Maestro; ella pensaba que desde esa figura sería el Mesías y por ello se afanó en sus instrucciones como una auténtica madre judía de un Rabboni.  Toda su infancia y adolescencia Jesús vió a su madre preparar las ceremonias de purificación que marcaba la tradición, con tal detalle, apego y abnegación como solo María podía lograr.

El Sabat era meticulosamente cumplido por la más querida familia de Nazaret:  Jesús, María y José.  No existía en ese pueblo ninguna madre judía que no haya ido, cuando menos una vez, a preguntarle a María acerca de tal o cual asunto del día.  Era una verdadera experta en este tema.  Al igual que su madre, la venerable Ana, la esposa de Joaquín, su padre.  En verdad que se disfrutaba hasta el más mínimo detalle, todo cuanto esta gran mujer disponía para el Día del Ofrecimiento, el descanso del Sábado.

Yo me deleité durante mucho tiempo de sus arreglos, preparativos y disposiciones para cada ocasión.  Los lienzos de presentación, hechos por ella todos, de las telas más finas y con los bordados más hermosos que uno podría imaginar; los vasos de ofrecimiento, impecablemente limpios; las velas de la iluminación, siempre de primer uso y tal como lo prescribía La Sagrada Escritura.  Los alimentos a comerse, sin más ni menos que como debería ser; todo exacto, todo acorde a la más pura tradición de nuestros antepasados hebreos, israelitas y judíos.  Y el aseo personal, llevado al extremo.  Su presencia en la mesa para el Agradecimiento era de tal pulcritud, que parecía mentira que se pudiese lograr siendo ellos tan pobres. 

La parsimonia y dedicación que le daba María a estas cosas, formó en Jesús un respeto profundísimo por las fiestas y actos de guardar.  Y ni qué decir de las Fiestas en el Templo, no se escatimaba en entrega para que fueran las mejores.  O las que debían atender en la Sinagoga allá en Nazaret, siempre eran ellos los primeros en llegar.  La vida completa de los tres giraba en torno a un solo y mismo eje: alabanza y gloria a Dios.  Este fue el profundísimo ambiente de religiosidad y respeto a Dios en el que creció Jesús, éstas fueron las directrices de vida que le trazaron sus padres con el testimonio de sus acciones, de sus intenciones y de sus devociones.  Si Jesús de Nazaret no hubiera sido Hijo de Dios, Dios Él mismo hecho hombre, María y José de todas formas lo hubieran colocado en el camino de la salvación, para que Él lograse con sus acciones todo lo necesario para salvarnos.

Yo ni de casualidad tuve unos padres como los que tuvo Jesús Niño.  Mi padre era un acaudalado hombre de las transas y el comercio.  Era capaz de vender su alma al mejor postor, para después comprársela al precio que verdaderamente valía: nada.  Era tal su pasión por el dinero, la riqueza y el poder, que no hacía otra cosa en su vida que procurarlos y alcanzarlos.  Y una vez conseguidos, seguía con más. 

Hoy no recuerdo haber salido de niño con mi padre a ningún viaje él y yo solos, en el cual su intención fuese enseñarme algo, aunque fuera sobre negocios o transacciones.  Cuando tuve edad suficiente (20 años), para empezar con él sus andanzas, simplemente se desapareció mi vida personal y resulté ser como su sombra: a donde él fuera, iba yo; sin decir palabra, sin participar en nada; ‘solo viendo para aprender’.  Así, uno acaba irremediable-mente como yo era: jefe, publicano y rico; pero sin nada en el espíritu, sin nada en el alma, con la terrible angustia de vivir y morir y no poder trascender.  ¡Qué bueno que te conocí, Jesús de Nazaret!  ¡... Y qué bueno que nos dejaste a tu maravillosa Madre, para que nosotros la tuviésemos como Tú.

Los levitas eran desde siempre los únicos que enseñaban a leer y escribir, por aquello de que eran los únicos que podían leer, interpretar y aplicar la Ley y los Profetas.  Aquéllas 48 ciudades que por decreto de Moisés les habían sido entregadas a lo largo y ancho de la Tierra Prometida, se usaron siempre para el establecimiento de Sinagogas y escuelas para educar a los hijos de los que pudieran pagar por dichos estudios.  Obviamente, los que no podían, no estudiaban.  Mi padre sí pudo y yo sí estudié; solo para acabar dedicándome a lo mismo que él, a transarse al que descuidara o se dejara.  Yo transé con los romanos, ellos se dejaron y me convertí en publicano.  Esa era mi vida hasta que conocí a Jesús de Nazaret y después, durante muchos años conviví con María, Su Madre.

Yo no tengo historia que contar – y mucho menos que alguien la cuente – de mi vida, ni de niño, ni de joven, ni de adulto, ni de viejo.  Mi vida estuvo siempre rodeada de la envidia, la calumnia y el odio.  Nunca me importó que así fuera, finalmente el que tenía el poder y poseía las riquezas era yo, no los que me maldecían.  Pero ese día que Jesús estuvo en mi casa y empezaron a injuriarme y a evidenciarme, ese día si me importó; me estaban haciendo quedar mal ante El Mesías, esto sí era peligroso para mí, por eso contesté delante de Él, que el que tuviera razón en sus reclamos, le restituiría el cuádruplo.  Lucano allí la dejó; yo les concluyo el episodio: nadie pudo acusarme con razón, a nadie le pagué nada, simplemente porque eran injurias, mentiras.

A los doce años de edad, el Niños Jesús era experto en ceremonias de la religión judía; era capaz de hablar durante horas y horas desde La Creación (pasando por Los Patriarcas, La Ley, Los Profetas, Los Reyes y el Cautiverio), hasta los días de los Macabeos.  Sus padres María y José y sus tutores de enseñanza (que habían sido cuanto hombre o mujer fuera capaz de contarle algo al Infante), habían acumulado tal cantidad de datos en su mente, que no existía un ser humano capaz de superar los conocimientos de Jesús Niño.

En aquél memorable viaje a Jerusalén para la Fiesta de la Pascua, en el que “se perdió” y que nadie se dio cuenta de la razón de su extravío, los Doctores de la Ley y los Fariseos, tomaron nota de algo nunca antes visto en Palestina: alguien que siendo aún un pequeño, supiera más que los ancianos más versados y sabios de las Tradiciones Judías.  ¡Precisamente por esto es que yo digo que el Ministerio del Señor empezó muchos años antes de sus 30; comenzó aquí, a los 12!  ¡Solo hay que recordar la respuesta que le dio a María: “...No sabéis que y me tengo que dedicar a las cosas de mi Padre?..”!  ¡Claro que sí!  Y ya se estaba dedicando a ellas; ya había sido suficientemente informado, enseñado y educado para hacerlo.  Solo que los judíos normales requerían de ¡30 años para aprenderse lo que Jesús Niño manejaba a la perfección a los 12!  La diferencia seguiría siendo la misma por siempre: ellos eran simples pecadores y comunes mortales, y Él era el Hijo de Dios. ¡¡Pequeña diferencia!!

Pero se les olvidó todo (como siempre); ya no se acordaban que hacía 12 años había nacido en Belén el Rey de los Judíos; que bajaron los Ángeles del Cielo para rendirle alabanzas a Jesús el Salvador; que habían venido unos importantísimos Magos de Oriente siguiendo su estrella.  Todo se les olvidó, hasta la matanza del viejo Rey Herodes de los Niños Inocentes de Belén.  Por eso siempre se sorprendían con Jesús, porque no mantenían en su memoria los hechos que le habían antecedido, los eventos sobrenaturales que lo envolvían.  Siempre los tomará por sorpresa el Mesías; por desmemoriados, por atender cosas mundanas en lugar de atender las que a ellos supuestamente les correspondían, las Cosas Divinas. 

Los Rabinos de los pequeños pueblos, los de las ciudades o las máximas autoridades que vivían en Jerusalén siempre se iban a sorprender por ‘éste’ Jesús de Nazaret; porque no le siguieron los pasos, porque no le creyeron en sus enseñanzas, porque creían que eso ‘no era posible’.  ¡Con razón Mateo quedó tan impresionado, tan conmovido cuando ‘lo llamó!  ¡¡Mateo sí sabía quién le estaba hablando, Mateo nunca dudó de su Divinidad!!

Para María y José fue impactante haberse dado cuenta qué tan rápido había pasado el tiempo.  El Niño Jesús ¡ya había iniciado su Ministerio!  El Pequeño Dios ya no cabía en su ínfima forma humana y quería empezar pronto la Predicación de la Buena Nueva que habría de cambiar la vida de los hombres, de toda la historia.  Era tal la necesidad de la gente por una redención; estaban tan llenos de pecado, que se podía palpar en todos esa ansia de Dios que expele el alma para su salvación.  Y Jesús Niño, por supuesto que percibía tal ambiente. 

La falsedad de los Escribas y Fariseos siempre iba a repugnarle al Señor; la primera vez que lo sintió fue en esta ocasión.  El crimen que ellos cometían contra el pueblo, usando los Preceptos Divinos dejados a los Patriarcas y Profetas, le hacían muy difícil la espera de su Predicación.  Casi les puedo asegurar que en esta ocasión tan especial, la esencia Divina del Niño Jesús trascendió su condición humana y se mostró por un momento para (una vez más), dejarles evidencia a los Doctores de la Ley de que Él ya había llegado, que ya estaba presente en la Tierra, que ya había tomado ‘condición humana’.  Pero estaban tan absortos en el poder y las riquezas que una vez más no se dieron cuenta del mensaje recibido.  Por enésima ocasión, El Verbo, como lo llamó Juan, se manifestó a los que podían ‘descubrirlo’ y no lo notaron; habrían de pasar muchos años todavía para que lo empezaran a palpar.

-¡Quiénes son ustedes?  - preguntó un joven Fariseo de los que platicaban con el Niño Jesús, llamado Gamaliel.
-Somos María y José de Nazaret; y él es nuestro hijo Jesús, al que andamos buscando.
-¿Cuál es tu oficio, José de Nazaret? - volvió a inquirir el joven.
-Soy carpintero, Rabí - contestó José.
-Los conocimientos de tu hijo sobre los Sagrados Escritos no son comunes en un niño de su edad.  ¿Ha asistido a alguna Yeshiva?
-No, Rabí; él nunca ha asistido a ninguna escuela; lo que sabe se lo hemos enseñado su madre y yo y algunos amigos del pueblo.  Pero tiene mucha facilidad para recordar las cosas que oye.
-Sí es así - dijo, entonces tiene un gran don del Señor nuestro Dios.
-Sí, de eso estoy segura - respondió María.
-Si ustedes quieren, yo me puedo encargar de la educación de su hijo, ya que como me han dicho, no podrá asistir a la escuela.
-¡No!  Rabí, eso no será necesario.  El muchacho podrá hacerlo solo - interfirió María.  Dentro de algún tiempo podrá enseñar lo que ha aprendido a la gente humilde de nuestro pueblo; estoy segura de que Dios estará con Él siempre.

¡¡Y vaya que sí estaba segura!!


Ʊ Ω Ʊ

Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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