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jueves, 2 de agosto de 2018

De mi libro V.G. - 50 - Saulo de Tarso, Preso en Damascus


Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Agosto 3 del 2018.

DEL LIBRO
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
50 de 130


Hierosolyma, Provincia de Iudae
Januarius XXIII
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.

SAULO DE TARSO, PRESO EN DAMASCUS

Ha llegado un correo de la caballería del Ejército Imperial con una nota que me envía el Procurador de Siria-Fenicia, Aulus Vitellius (el imberbe hijo de Lucius Vitellius, Censor de Claudio, éste, sobrino de Tiberio César), quien a los escasos veintidós años de edad (y ante la muerte del Procurador anterior), ha quedado temporalmente a cargo del gobierno de la Provincia, en la cual se lee:

¡AVE CÉSAR!

Damascus, Provincia Siria-Fenicia
Januarius XXII
 Año XXIII del Reinado de Tiberio Julio César

         Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
         Plenuspotenciarius Christus Mandatus

         Mi muy amado Thius Verito:

         Al recibo de tu misiva respecto de localizar y confinar a los sospechosos de un asesinato cometido en Hierosolyma en días pasado, en la cual se incluye el nombre de SAULO DE TARSO, nuestras fuerzas de defensa iniciaron de inmediato su labor, dando como resultado siempre, ejemplares resultados.

         Te informo con gran alegría que el tal individuo SAULO DE TARSO, a quien también llaman Paulus, ha sido localizado y puesto en custodia en esta ciudad de Damascus en la casa de un iudaicus de nombre Iudas.

         Estando tú tan cerca de esta Damascus, concédeme el honor de tu visita como          premio a nuestro exitoso logro, en donde además, daremos cuenta de tu altísima          investidura concedida por mi Thius, Tiberius Iulius Cæsar.
        
         Ansío tu presencia.
                                               ¡Ave César!
          
                                                                           Aulus Vitellius Claudius
                                                                 Siria-Fenicia Procurâtor

Este joven Vitellius, que seguramente algún día será Emperador Romano (si no le matan antes), ni es mi sobrino, ni soy su tío; me dice así porque entre su padre Lucius y yo, siempre ha habido una sincera y gran amistad.  No me ha dejado opciones, tendré que visitarle en Damasco.

En cualquier otra circunstancia, esta noticia me daría muchísimo gusto y sería yo capaz de pavonearme con el logro, ciertamente exitoso, alcanzado por las Huestes del Romanorum Imperialis Exercitum; pero con lo sucedido el día de ayer en el Cenacûlum, mejor tomaré consejo del Apóstol Petrus.
       El Señor, Veritelius, hace posibles todas las cosas. Me responde simple y llanamente el Christi Vicarîus después de haberse enterado de los sucesos.  Ve tú son tus hombres; allá te verás con Ananías, quien es uno de los Discípulos del Señor, y que después de Pentecostés partió a Damasco para predicar el Evangelio.  Él te dirá que hacer, pues también está lleno del Sanctus Spirîtus de nuestro Señor Iesus Christi.
        Desde allá partiré para Insûla Capreæ, Apóstol Petrus; debo informar a Tiberio César sobre mis ‘logros’, incluyendo los deseos de Usted y de Mariam, la Santa Madre del Señor.  Rece por mí. Me despido del Sanctus de Dios, portento de diligencia y mesura.
       ¡Shalom, Veritelius!, que la Paz de nuestro Señor Iesus Christi esté contigo y con los tuyos; me responde él, apoyando su dextra mano en mi hombro.

Desde Hierosolyma partimos de inmediato hacia Damascus, en Syria, en donde la visita tendrá dos facetas: una oficial y otra secretum confidentialis.  Igualmente envío a Cesarea de Palestina aviso para que La Liburna Christina zarpe para Sidón en Fenicia y allá nos espere para partir a Insûla Capreæ.


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Damascus, Provincia Syria-Fenicia
Januarius XXV
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.

¿SAULO DE TARSO, CONVERSO?

Desde Cesarea de Filipo, lugar en donde pernoctamos después del viaje desde Hierosolyma, y de un opipârus banquete, que nos ofreció el Tetrarca de Traconítida Herodes Filipo (a quien yo no conocía personalmente y que es el hermano de Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea), partimos al toque de la última vigilia hacia Damasco, en donde somos recibidos como ‘héroes triunfantes que regresan a Roma’.  Verdaderamente no hay ninguna necesidad de este dispendio, pero el joven Procurâtor Vitellius así lo ha dispuesto; “Panis et circus”, algo que repudio en verdad, pero que no puedo eliminar de los romanos.

Las ceremonias se prolongan por horas y yo lo que realmente quiero es ir a la casa del tal Iudas para entrevistarme con Ananías y Saulo de Tarso.  Paciencia, Veritelius, me digo a mí mismo, paciencia; finalmente estás aquí porque ellos tienen ‘algo’ que tú buscabas.’  Al mediodía terminan por fin las demostraciones militares en el Circus Magnus en Damasco, y nosotros partimos de inmediato a atender lo que nos tiene aquí, ver a Paulus de Tarso; el enigmático Fariseo que se ha dado a la tarea de perseguir a los Seguidores de Iesus Nazarenus.

La casa es una modesta construcción típica de estas tierras: cuatro paredes exteriores de muros anchos, fabricados con ladrillos de adobe, en cada una de las cuales se deja espacio para una pequeña ventana que a penas recibe alguna luz; una columna interior de ladrillos, sobre la que descansan las vigas que detienen el techo completamente plano.  Solo una puerta de entrada al frente de la casa de dimensiones apenas aceptables de alto y ancho.  Toda repellada con estuco de arena caliza sin pintar.  En el interior, un salón grande al centro, rodeado de pequeñas habitaciones para diferentes usos, por lo general dormitorios.  Aún sin entrar, en un diminuto pórtico techado nos esperan Iudas y Ananías, quienes han auxiliado a Saulo de Tarso.
       ¡Shalom, Veritelius!, soy Ananías; que la Paz de nuestro Señor Iesus Christi esté contigo y con los tuyos; me recibe con las mismas palabras que me ha despedido el Apóstol Petrus, y con tal familiaridad, como si me conociera desde siempre.
       ¡Shalom, Ananías!, contesto; y sin más preámbulo, él empieza a hablar.
       Debo decirte que algo sorprendente ha sucedido por obra y gracia de nuestro Señor Iesus Christi; Saulo ha sido tocado por el Señor y ha hecho patente su fe en el Evangelio; yo mismo le he bautizado en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y ha quedado lleno de Gracia del Señor; me narra el buen hombre sin parar.  Sucedió que hace tres días, viniendo Saulo de Yerushalayim hacia Damasco, le envolvió una luz venida del cielo, le cegó, cayó en tierra y oyó una voz que le decía:
              “–Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”
     Y él preguntó:
              “– ¿Quién eres, Señor?
     Y le respondió:
              “–Yo soy Iesus, a quien tú persigues.”
     Ayer, he tenido una visión (continúa hablando sin cesar Ananías), en la cual me ha hablado el Señor, diciendo:
              Ananías; levántate y ve a la calle Recta y pregunta en casa de              Iudas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha              visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las                    manos para recobrar la vista.” 
     Pero yo le respondí:
              “Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos            males que ha causado a tus Santos en Yerushalayim, y que aquí                  tiene poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que                    invoquen Tu Nombre.”
     Pero el Señor me respondió:
              “Vete, pues éste me es un instrumento elegido para llevar mi           nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. 
              Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.”
       ¡Alabado sea Iesus Christi!, digo impulsivamente levantando los brazos, y parándome del solium en donde estoy sentado, sin siquiera coordinar mis palabras; ¡El Señor ha leído mis pensamientos! ¡Ahora sí el “Christus Mandatus” será para todos los hombres! ¡Bendito sea Dios!
       ¿De qué hablas, Veritelius? ¿Qué es el Christus Mandatus que dices? ¿Cómo es eso que ‘será para todos los hombres’?, pregunta Ananías con insistencia ante mis reacciones.
       Ya se lo explicaré, Discípulo Ananías, ahora quiero ver a Saulo de Tarso; le digo al angustiado hombre.
       Ven por acá Veritelius, lo tenemos en un cuarto con poca luz, a causa de sus heridas en los ojos.

Finalmente entramos en la casa; todo está con poca luz, pues los cuartos deben evitarla para reducir el intenso calor del sol aún en los días de invierno.  En la habitación del fondo, en un lecho de cuatro patas y correas de cuero, está la figura tendida de un iudaicus común: cinco pies de alto, corpulento sin ser obeso, de cabellos rizados y obscuros; con barba profusa, larga y bien cuidada, como buen Fariseo; es un hombre muy joven  de veintitantos años.  Ataviado con túnica, manto y una toca de lana blanca, llena de flecos retorcidos, que usa en los momentos de oración.  Ya puede ver, pero procura no mirar hacia la luz.
       ¡Shalom, Saulo de Tarso!, soy Veritelius de Garlla, Tribunus Legatus del Ejército Imperial Romano; le digo al hombre, quien se incorpora de inmediato de donde estaba sentado.
       ¡Shalom Veritelius de Garlla!, me responde con toda propiedad y mesura. Sé muy bien quién es Usted, Tribunus Legatus; todo el mundo le conoce, más aún ahora que encabeza el “Christus Mandatus”, algo que hasta hace cuatro días, yo aborrecía, perseguía y odiaba. Pero el Señor Iesus Christi, me ha hecho cambiar el equivocado pensamiento que tenía al respecto; pues estaba ciego por las enseñanzas mal habidas de los Doctores de la Ley y los Rabbuni perversos de nuestro pueblo.
       Alabo oír eso, Saulo de Tarso; pero debo decirle que por el proceder de sus acciones y las de algunos otros de sus correligionarios,  se cometió un asesinato atroz en un acto sedicioso contra el Imperio Romano; pues al hombre que lapidaron, Esteban, era un ‘Cæsar Ius Latii ad arbitium’, lo cual Usted comprende bien; y que agravó aún más la situación.
Fui cabalmente informado por declaraciones de los que allí estuvieron,   muchos de los cuales fueron ejecutados por esos hechos, que Usted        encabezó esa trifulca; por lo cual yo emití declaración de aprehensión en su contra y ésta se ha presentado al mismo tiempo que su ‘encuentro’ con Iesus Christi; algo que a mí me parece verdaderamente milagroso.     Dadas estas circunstancias, Usted deberá quedar confinado a esta ciudad de Damascus (u otra que sea seleccionada), siempre con la custodia ‘ad disceretîo’ de su persona, por un Soldado Legionario. 
     Nadie podrá agredirle, pues a partir de hoy está Usted bajo mi      protectorado; y será llamado a declarar cuando sea necesario, en juicios iniciados por los delitos cometidos. 
     Le doy gracias al Señor Iesus Christi, que Él mismo haya arreglado los   sucesos tan convenientemente y sea Usted ahora uno más de sus         Discípulos; y no alguien que busca matarles.
Por ninguna razón puede abandonar Damascus sin mi autorización; si lo hace, será buscado y encarcelado de inmediato; algo que no deseo que          suceda.  Mis garantías, Saulo de Tarso, son sus seguridades; úselas en     tanto llega el momento de su propio ministerio.
       Mi ministerio, Veritelius de Garlla, ya lo conoce Usted; y ha llegado directo del Señor Iesus Christi; me responde el joven e impetuoso iudaicus; ex fariseo por Gracia Divina.
       Que le quede muy claro, Saulo de Tarso, si Usted quiere predicar el Evangelio, puede hacerlo con total libertad en Damascus y solo en Damascus.  Así será por los próximos tres años.
     Mis hombres le conseguirán una casa muy digna en donde vivirá y en la          cual también podrá predicar el Evangelio.  Tiene mucho qué meditar         Paulus, use su tiempo con inteligencia y con cordura.
       Tribunus Legatus, yo soy Ciudadano Romano, puedo apelar al César.
       No hay nada de Usted en su vida pasada que yo no sepa, Saulo de Tarso, sin embargo, nada de ella me interesa.  Sé que tiene la Ciudadanía Romana porque pagó por ella; que es una forma lícita de obtenerla.  Pero también sé que la sedición en el caso de ciudadanos romanos es traición al César, lo que le convierte de igual forma en un sentenciado a muerte. Yo no sé para qué quiere apelar al César, si es él mismo quien lo está acusando de sedición como iudaicus o de traición como romano.
       Pero tengo derecho a un juicio, Tribunus Legatus, en donde pueda defenderme; refuta el hombre.
       Saulo de Tarso, yo soy su protector, no alguien contra quien Usted tenga que luchar; pero por el momento, solo le toca obedecer lo que se le diga; ya vendrá el tiempo en que le toque decidir y que nosotros obedezcamos.  Solo que ese tiempo, aún no ha llegado.

En este fogosísimo hombre, lo que el Señor Iesus Christi se ha conseguido, es un ímpetu hebraicus del tiempo de Moisés, para su Evangelio.  Ninguno de los Doce, ni los Discípulos, tienen sus invaluables cualidades (y afortunadamente tampoco sus defectos, que Dios irá transformando en virtudes); ello servirá para esa maravillosa etapa del “Christus Mandatus” que será la ‘Gentîlis’ Predicatiônis.  Ya veo a Paulus causando estragos a propio y extraños; ya lo veo escribiendo a dextra y sinistra; ya lo veo ‘apelando al César’, aún sin merecerlo.  ¡Alabado sea Iesus Christi y que se haga Su Voluntad!

Nuestro itinerario de regreso a casa es: de Damasco a Sidón; de allí a Canea en Creta; para seguir hasta Insûla Capreæ; probablemente de inmediato a Roma para concluir  esta pesadilla con el mismísimo Poncio Pilatus.  Jamás pensé que el “Christus Mandatus” me ocupara tanto como en campañas militares.  Me pregunto:
¿Por qué aparecen tantos enemigos contra algo tan convenientemente bueno? 
No lo entiendo ahora; pero ya lo comprenderé después.


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Insûla Capreæ Imperialis
Januarius XXIX
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.

UNA PENA MENOS QUE VIVIR

Estamos regresando a casa después de diez agotadores días de ‘campaña tipo Christus Mandatus’; creo que nunca había dejado a mi familia en pleno Invierno.  Esto significa, que como Comandante en Jefe de Fuerzas Armadas los eventos eran más previsibles; como Plenuspotenciarius, no.  La guerra, pues, es un hecho previsible; el “Christus Mandatus”, no.  A penas hemos desembarcado en el muelle y un Centurión de la Guardia Pretoriana me informa que el César quiere verme en el Palacio Central; pero que primero salude a mi familia; y después, con todos ellos, me traslade hacia esa Residencia Imperial.

Allí mismo, en la marina de la isla, están Lili, mi amada esposa, junto con mis hijos varones Gallio y Tito (adoptado, temporalmente); y las cuatro flores que nunca dejan de reír: Minerva, Vesta, Diana y Venus; mis adorables hijas.  El aire del lugar es tan frío que pareciera que corta la piel como una espada a pleno filo; por lo cual, nos apresuramos a subir en las cuadrigas que nos lleven pronto al hogar de Novus Villa Garlla Capreæ. 

En cuanto llegamos, el olor a pan recién horneado (más el hambre que tengo, pues en la Liburna Christina siempre como poco), hace que mi estómago ruja como león y mi saliva se adelgace como agua.  Hamed, el Maiordomus, de inmediato prepara unos panecillos aderezándolos con queso derretido, olivas y unas delgadas rebanadas de carne seca.  Esto es para mí, lo más parecido al Paraíso Terrenal que Dios hizo en el Edén: una casa caliente, una comida suculenta y una familia con quien compartir.  Si esto es ‘un reino en la tierra’; ya me imagino cómo será El Reino de los Cielos.

Ya acomodados en la sala de las chimeneas, empiezan las preguntas de chicas y grandes:
       ¿Mataste a muchos, Patis?; avienta la primera cuestión la mayor de ellas. 
       No, querida Minerva, yo no mato gente, le respondo.
       Pero sí ordenas que los maten, agrega Diana.
       No, hijita, no es tan sencillo como lo haces ver; hay mucho más que debe ser hecho, antes de que alguien muera.
       Pero al final sí se mueren, Patis; replica Minerva.
       Sí, al final sí se mueren los que están contra Roma; porque de manera contraria, son ellos los que nos matan a nosotros.  Pero ¿por qué quieren hablar de muertos? ¿Por qué no mejor hablamos de vivas, de Ustedes, por ejemplo? ¿Cómo se ha portado Venus?; cuéntenme, ¿quién ha sido la más diligente en sus tareas, quién la más obediente a Mamá?

Siempre ha sido la parte más difícil de mi vida como militar, responder las preguntas de mis hijos e hijas pequeños; ¿cómo justificar ante ellos que la gente a veces ha de morir?  Muchas ocasiones no hay manera de hacerlo.  Y cuando uno no puede ‘convencer’ a la inocencia infantil de la pérdida de la vida, difícilmente puede ‘justificar’ el hecho de quitarla.  Esto necesariamente tiene que cambiar, aunque me temo que pasarán miles de años antes de que lo podamos ver; pues lo primero que habría que modificar es la esencia humana, o al menos, su forma común de resolver los problemas, matando.

Salimos todos juntos hacia el Palacio Central para reunirnos con Tiberio César, y llevamos ceñidas nuestras más abrigadoras pieles; de pies a cabeza, pues el frío es tremendo.  Solo pienso cómo estará Roma si aquí el frío es insoportable ¡y ni qué decir de Mediolanum!, deben estar cubiertos de nieve y hielo.  Para nuestro mayor disgusto, el Emperador se encuentra postrado en cama; un terrible resfrío lo mantiene inhabilitado por completo y a su edad, esto es bastante preocupante; el Divino Tiberio ha cumplido ya setenta y ocho años.
       ¡Los Garlla en familia vienen a visitar al abuelo Tiberio!; pasen Verito, pasen que a todos les quiero ver y saludar.
       Divino Tiberio, me da mucho gusto saludarle, aunque no es la forma en que quiero verle.
       No te preocupes mucho, Verito, el viejo César no morirá aún.
       Usted nunca morirá, Divino Tiberio; nuestros pensamientos y recuerdos le mantendrán vivo entre todos.
       Ven acá Lili, porque con tu esposo uno nunca acaba por gana una sola batalla; ¡ni que pensar en ganarle la guerra! ¿Cómo estás, alma de las diosas del hogar, la amada Lili?
       Bien, Divino César; pero muy preocupada por usted, debido a su salud.
       Pues no te preocupes, hija de Iuppiter y Minerva, pues de peores cuchilladas me he salvado.  ¿Y las bellísimas hijas cómo están?; vengan súbanse a la cama para ver sus resplandecientes rostros.
       ¿Te vas a morir, Divino Abuelo?
       Venus, por todos los dioses, eso no se pregunta, corrige Lili de inmediato.
       Hoy no pequeña Venus, pero cuando me muera, quiero que me prometas una cosa, ¿estás de acuerdo?
       Sí, Abuelo Tiberio.
       No dejarás que llore nadie de tu familia; y por supuesto ¡tu tampoco!; ¿me lo prometes Venus?
       Sí Abuelo Tiberio, aunque no sé si pueda lograrlo.
       Sí podrás, yo estoy seguro. ¡Pero qué barbaridad, de qué estamos hablando! Si lo que debemos hacer es disfrutar algo que mandé hacer especialmente para ustedes; allí, Minerva, junto a ti están
       ¡¡Uau!! Castañas asadas y pan dulce con miel; ¡qué delicia, Divino Abuelo! ¡Esto sí que es una fiesta!
       Qué bueno que les guste todo; cómanlo allá afuera pues se me va a antojar y a mí no me dejan comerlo.
       Vengan niñas, salgamos por acá; instruye la Madre de todas.
       ¿Cómo está Hierosolyma y la tierra de iudaicus, Tribunus Legatus?
       En calma, Divino Tiberio, se ha quedado en calma; aunque tensa, por los desagradables acontecimientos.
       ¿Están esos desalmados muertos, Tribunus Legatus?
       Los que merecían el castigo, lo han tenido, Divino César.
       ¿Al menos fueron doce, Veritelius de Garlla?
       Sí, Señor, desafortunadamente esos fueron.
       No es infortunio, Verito, es iustitia para la Pax Romana; ya verás que en años no tendrás que volver a hacerlo.  Así son estas ratas, a la muerte de unas cuantas, huyen todas.  Déjame darte una buena noticia al respecto: hace cinco días, y sabiendo el desalmado y cobarde que tú habías salido hacia Hierosolyma a liquidar a esos miserables, Poncio Pilatus se suicidó en su casa en Roma; allá donde tan bien decidiste mantenerle arraigado. No quiso el infeliz enfrentar su juicio.
       No es una noticia agradable oír eso, Divino Tiberio; un General Legionario nunca debe terminar así.
       Ya no era General Legionario, Tribunus Legatus; usted lo desvistió cual debió haber sido.  Ahora solo era una persona sin méritos en la vida, que no tenía por qué vivir.
       La vida, Divino César, es un don inmerecido de Dios y hemos de cuidarla.
       Bien dicho, Verito; muy apropiada tu respuesta con respecto a las enseñanzas de Iesus Nazarenus; pero que nunca se te olvide que la negligencia e incompetencia de esa paria humana, llevaron a la cruz al Hijo de Dios.  Eso te lo tienes que repetir todos los días.  Ninguna hiena humana tiene derecho a vivir.  Mátalos tú o te matarán ellos; Verito.
       Sí Divino Tiberio, siempre lo tendré presente.
       ¿Cuál es la suerte de los otros secuaces?, me pregunta con recelo.
       Están recluidos, señor; le respondo.
       No lo merecen, Verito, no merecen tu consideración. ¿Y Caifás, qué harás con él, que es verdaderamente un hijo del Demonio?
       En cuanto sea aprehendido, será juzgado, Divino Tiberio.
       Ya no te preocupes, yo ya lo localicé y ya lo mandé matar.
       Pero Divino César, Usted, precisamente Usted no debe estar dando esas instrucciones ni tomando la iustitia en su mano como voluntad propia; si el César hace eso, ¿quién habrá que crea en la Lex y la Iustitia Romana?
       Yo no me puedo morir si alguna de esas víboras vive aún; sería tanto como pensar que no pude hacer nada; y eso nunca se habrá de pensar de mí.  Prefiero que digan que fui un asesino, a un inepto incapaz de aniquilar a los asesinos.
       Señor, eso no está bien hecho, menos aún de su parte.
       Tú ocúpate de tus asuntos; haz que todos escriban, que lo hacen muy bien.  A mí déjame allanarles el camino de piedras, víboras y ‘humanos con ponzoña’.  Tú todavía tienes mucho que hacer; y yo poca vida que vivir.



† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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