Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Mayo 4 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
37 de 130
Canea, Creta
Iulius XXX
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
NAVEGANDO A CASA
La
última etapa de nuestro I Viaje a Hierosolyma
está por iniciar; todos estamos ansiosos de regresar ya. Hace veinticinco días que no hemos visto a
nuestras familias y realmente queremos estar con ellas. Esto es verdaderamente como las campañas
militares; no hemos disparado una sola flecha, no hemos blandido ni una espada
ni una lanza, pero hemos enfrentado y triunfado en tres batallas peligrosísimas
para la estabilidad del Imperio: La Audiencia de Declaraciones que inició en Apollonia y terminó en Hierosolyma; el Juicio de Poncio Pilatus
en Cesarea de Palestina y Los Contactos Apostólicos en la Ciudad de David;
todas ganadas para bien del Imperio Romano y para la posteridad.
Silenio
sigue tratándonos como esclavos; me ha dicho que espera tormentas en nuestro
trayecto a Reghium, por lo que nos ha
hecho abordar antes de la última vigilia, ni siquiera han aparecido las
estrellas de la mañana. Cuando me
planteó esta necesidad, le he dicho que aceptaría siempre y cuando en la comida
y la cena nos sirvieran carne y vino rojo; que de forma contraria se olvidara
del asunto. El pobre Centurio del Mar
enrojeció con la pena de mi comentario; aceptó, y como hoy comeremos bien, bien
vale la pena del desvelo. Los que no están
muy a gusto con la decisión, son los Centuriones; quizás porque apenas han dormido
unas horas por el gusto de la cena de ayer.
–
¡Todos a bordo!,
se
oye la voz del Præfecto Abdera. ¡Leven anclas!, vuelve a gritar el hombre. ¡Suelten
amarras!, ordena impetuoso, y los nautas de cubierta se mueven por todos
lados a estribor. Yo estoy parado justo
al pié del gran madero que sobresale de la quilla en la proa y alcanzo a ver a Lucanus y Silvano en el muelle, pues han
ido a despedirnos.
–
¡Indíquenme por
escrito sus estadías para que estemos en comunicación! Les digo a los
dos hombres; ¡Platiquen todo el día de
hoy entre ustedes del Christus Mandatus!; y después de eso, ¡A trabajar los
dos!, riéndonos todos al momento en que nos despedimos.
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
dicen ambos, más por bien educados que por el gusto de hacerlo.
–
¡Ave César! ¡Ave
César! ¡Ave César! les
respondemos a ellos, todos nosotros desde la liburna.
Los
golpes de ritmo de remeros comienzan su estruendo y de inmediato se siente el
jalón del impulso de los fortísimos hombres; el cielo empieza a perder su
negrura y a tomar ese azul del amanecer que tantas veces en mi vida he visto; nautîcus indîcus que a nosotros nos
señala solo dos cosas: o vamos al frente de batalla; o vamos de regreso a
casa. Esta vez es la segunda acepción; ¡Alabado sea Dios!, como dicen los
Apóstoles de Iesus Nazarenus. A casa vamos.
El
tiempo ha sido muy corto para tantos eventos, voy a aprovechar estos dos días
para hablar con cada uno de mis hombres, para saber su sentir respecto de
nuestra Misión. Hasta ahora a algunos
los siento muy integrados y familiarizados con lo que estamos haciendo; sin
embargo a otros, y en razón de su propia forma de ser, los siento ajenos a
nuestros objetivos. Es de entenderse,
aunque buena parte de ellos están ya retirados de la Militia Romana, les gusta más la acción física que esta nueva
forma de emociones: los escritos. Con
los primeros que hablaré serán Ícaro y Galo, nuestros recién incorporados emissarii. Mucho habrán de contarme de su viaje y
estancias en Achaia:
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
–
¡Ave César
Centuriones Ícaro y Galo! Antes que cualquier otra cosa, quiero manifestarles
mi satisfacción por la labor que realizaron como ‘emissarii in vestigatoris’
del Fariseo Misael de Cafarnaúm; sus informes fueron muy oportunos para los
datos que también nosotros obteníamos analizando libros y papiros. ¡Buen
trabajo, soldados!
–
¡Gracias,
Señor!;
responden al unísono.
–
Lo siguiente es
saber sin temor a otras circunstancias, cómo se sienten en este ‘proiecto’ del
“Christus Mandatus” nos ha asignado el Emperador. Les anticipo que sus
respuestas serán tomadas solo para su conveniencia, por cuestión de su edad y
rango, esto es, yo haré con ellas lo mejor que sea para Ustedes, lo merecen.
–
Gracias Tribunus
Legatus,
me dicen. El primero que habla es Galo.
–
Yo estoy
fascinado, Tribunus Legatus; nada mejor me ha sucedido en mi vida que conocerle
a Usted y que nuestro amado Emperador le haya dado la encomienda te tan hermoso
proyecto. Yo seguiré aquí en tanto le
sea útil a Usted o hasta que Usted ordene mi reasignación. Aprender acerca de todas estas cosas, a mí me
apasiona, Señor.
–
Bien Galo;
seguirás con nosotros y seguirás siendo mi Segundo Asistente. ¿Ícaro, qué será de ti?, le pregunto al
más ‘viejo’.
–
Yo soy, he sido
y seré incondicional suyo, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; ni me imagino
en otras fuerzas armadas del Imperio, ni me imagino lejos de Usted. Yo haré, como siempre, lo que Usted me ordene,
Señor, no puedo imaginar otra vida.
–
Gracias por tus
palabras Ícaro, me animan a seguir contando contigo; le respondo al
soldado con el que llevo más de treinta años junto.
Han
traído con ellos todas las notas que tomaron y elaboraron en su estancia en
Achaia y me narran cada día de su asignación como emissarii; estos dos podrían
hablar todo el tiempo que uno les prodigue.
Llevamos tres horas y no tiene para cuando terminar. En adelante, será muy útil tenerles cerca.
Ponto del Mare Nostrum
Iulius XXXI
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
LA PROFUNDIDAD
INMENSA, ANGUSTIA TOTAL.
Lo
he dicho en varias ocasiones, pero voy a repetirlo: el Præfecto Silenio Abdera realmente domina su oficio; desde que
salimos de Canea estuvo tras nosotros un viento tempestuoso que nos hizo
navegar a gran velocidad. No se
utilizaron los remos más que para salir al Mar de Creta, esto es, unas dos
horas solamente; a partir de allí, fue navegación con velas. Todo el día fue así; pero la tormenta nos ha
alcanzado en plena noche y no es cualquier cosa, es verdaderamente la mayor
cantidad de agua en forma de lluvia que yo haya visto, sentido y sufrido. Todos estamos trabajando con fuerza e
intensidad; hay agua por todas partes en La
Liburna Christina que se mueve cual si fuese una cáscara de castaña en un
inmenso balde lleno de agua, transportado en una carreta tirada por burros.
La
negrura de la noche, más la intensidad de la lluvia, más las olas de la marea
que llegan a cubrir la eslora completa de la liburna, hace que la visibilidad sea absolutamente nula; no se ve
nada a un metro de distancia. El único
lugar sin agua es mi camarote, en donde tenemos protegidos con todo lo que
podemos los valiosísimos libros y las vitales e importantísimas hojas de papiro
que son el registro único e insubstituible de nuestro trabajo en los últimos
treinta días. La puerta y las ventanas
del cubículo las hemos tapiado con mantas para que el agua no penetre; adentro
están dos scriptôris atendiendo que
nada les suceda.
Sobre
la cubierta hemos formado una cadena humana portando baldes y cubetas para
‘achicar’ constantemente el agua que entra (que es muchísima), a la contra
cubierta en donde se encuentran los remerii.
No nos podemos ver debido a la lluvia y la obscuridad, estamos hombro
con hombro y amarrados todos por la cintura; hemos sincronizado nuestros
movimientos de tal forma que solo nos sentimos al movernos; izquierda tomo el
balde, derecha lo entrego; giro la cintura y vuelvo: izquierda tomo el balde,
derecha lo entrego. Llevamos más de tres
horas haciendo lo mismo y ni el viento, ni la lluvia, ni la marejada han
disminuido un ápice en su furia e intensidad.
Silenio veía venir la tormenta y se anticipó muy bien; pero ésta resultó
ser mucho más fuerte y duradera de lo que se esperaba. No hay un solo madero, remo o mástil que no
esté amarrado con nudos marinos que impiden el deslizamiento de las sogas; las
velas están casi envueltas en lazadas que las mantienen inmóviles.
Los
saltos que da La Liburna Christina de
ola a ola son descomunales, a veces sube a una cresta, la cual puede
desaparecer de inmediato y caemos de forma casi vertical hasta lo profundo de
la ola; otras veces subimos por la comba interior para ser bañados por completo
con la caída del agua de frente a proa.
Toda la navis truena y se estremece ante la furia marina; nada podemos
hacer ante ella.
Por
momentos siento que ‘a alguien’ no le gusta nuestro cargamento y nos lo quiere
quitar; pero en otros instantes siento que el Mare Nostrum nos tragará a todos junto con nuestra insignificante
nave. Esto no se parece a nada de lo que
yo haya vivido, ni en las guerras, ni en los desastres naturales que me han
tocado a lo largo de mis cincuenta y cuatro años de existencia, ni en mis
peores pesadillas me he sentido tan angustiado, tan insignificante, tan al
borde de la muerte. Las plegarias de
desesperación ya empiezan a escucharse, los gritos de terror ante el embate de
las olas ya se oyen con llantos de impotencia; los lamentos e imploraciones de
perdón salen de lo más profundo de cada hombre.
Somos
las mismas personas que hemos sido siempre; portamos las mismas armas que hemos
traído con nosotros toda la vida; hacemos lo mismo que siempre hemos
hecho. Lo único diferente es nuestro
cargamento, y ese pertenece a un Dios que nunca hemos implorado; a Él es a
quien dirigiré mi plegaria:
–
¡“Ya Havá Wé
Hayá”!, ¡Dios del cielo y de la tierra, Señor de todo lo visible y lo
invisible, apiádate de nosotros!; ¡no sabemos cómo orar a Ti, pero sí sabemos
que debemos hacerlo, por eso te lo pedimos!, grito con toda la voz que puedo
exhalar de mis pulmones.
–
¡Dios
Todopoderoso y Eterno, apiádate de nosotros!, me secunda Tadeus.
–
¡Dios de
Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, auxílianos!, implora también
Nikko Fidias.
–
¡“Ya Havá Wé Hayá”
de los Ejércitos ayuda a estos soldados tuyos!, se oye a
Diófanes en su oportunidad.
–
¡Iesus Christus
Nazarenus, Hijo de Dios Padre, ven en nuestro auxilio!, se oye decir a
Galo.
–
¡Sanctus
Spirîtus que te diste a los Apóstoles, ven en nuestra ayuda!, hasta Tremus ha
rezado su plegaria.
En
tan solo el tiempo que nos hemos tardado en decir estas frases, la tempestad se
ha reducido a cero; ya no hay ni lluvia, ni marejada, ni viento. Nada,
absolutamente nada de lo que azotaba con tal intensidad aparece ahora. Esto en
verdad es sorprendente; todo ha cesados de un momento a otro. No hay más que una palabra para explicar
esto:
–
¡UN MIRACÛLUM!, gritan todos
desaforados
–
¡“Ya Havá Wé
Hayá”!, ¡Bendito seas, Dios de dioses!, digo
con pleno agradecimiento.
–
¡Iesus Christus
Nazarenus! ¡Bendito seas Señor de los señores!, es Fidias.
–
¡Esto es
verdaderamente un Miracûlum! ¡Un Miracûlum para nosotros, de Iesus Christus!
¡Alabado sea Dios!;
grita Tadeus tan emocionado que llora como un infante.
Todos
estamos expectantes; nuestras miradas y nuestros semblantes son de
incredulidad; lo estamos viviendo, pero no acabamos de creerlo. Hace algunos minutos sentíamos que moriríamos
todos y ahora todo es calma y paz; como si volviésemos a empezar la vida. Silenio, que es un hombre absolutamente
práctico (y aparentemente sin ninguna devoción especial), se acerca, también
lleno de desatino y me dice en voz baja:
–
Tribunus
Legatus, hemos entrado al centro del remolino; es la calma después de la
tempestad, pero que avisa que volveremos a entrar a ella.
–
No, Silenio, le digo
inmediatamente, esto es un miracûlum, no
es otra cosa; tenga fe, eso es lo que necesita, fe en Dios, en el que quiera,
pero fe.
La
noche sigue negra como el fondo de una cueva con vueltas; ni siquiera podemos
ver lo que hay delante de nosotros; seguimos atados a las cuerdas y con los
baldes en las manos. Llamo a Tadeus para
que de la orden de revisión:
–
¡Todo el mundo a
sus puestos!; ordena
mi segundo al mando; y hasta ese momento nos damos cuenta de nuestras posiciones
en la liburna
Bajan
los remerii, suben los nautas, se colocan en sus posiciones los
Centurios. Un momento dejo pasar para
que todos recuperemos las fuerzas hasta para hablar, después del terrible
esfuerzo realizado.
–
¡Præfecto
Abdera!
–
¡Al Mandato, Señor!
–
¡Tome cuenta de
los daños!
–
¡Sí, Señor! Timonel, reporte daños.
–
¡Timón en
posición y funcionando Señor!
–
Mástil mayor a
proa, reportes daños.
–
¡Mástil completo
y firme, Señor!
–
Mástil Mayor a
popa, reporte daños.
–
¡Mástil completo
y firme, Señor!
–
Mástil Mayor al
centro, reporte daños.
–
¡Mástil completo
y firme, Señor!
–
Vela de proa,
reporte daños.
–
Vela izada y
cubierta, Señor.
Así
repasa cada uno de los puestos y lugares de “La Liburna Christina”; nadie
reporta daños en absoluto; ni remos ni remeros; ni balaustres ni cubiertas; ni
pro ni popa; ni guarda vigía ni quilla; nadie reporta daños. Entonces le grito yo a los que están
encerrados en mi camarote:
–
¡Centurión
Ícaro, reporte su estado!
–
Todo en orden y
seco, Tribunus Legatus; ¡nuestra linterna no se apagó nunca, Señor!, responde desde
adentro quienes vigilan nuestra máxima posesión.
–
¡Tripulación
toda de “La Liburna Christina”, acabamos de vivir un milagro de los Dioses; de
“Ya Havá Wé Hayá”, de Iesus Christus y del Sanctus Spirîtus, que son a los
únicos que hemos implorado! ¡Estamos vivos, bien y sin daños después de tan
horripilante tormenta, esto es un milagro de Dios! ¡Sépanlo así; y así
recuérdenlo para agradecerlo!
Ponto del Mare Nostrum
Augustus I
Año XXI del
Reinado de Tiberio Julio César
El
día de ayer lo hemos dedicado a la oración, al ayuno y a la penitencia; ha
sido, por decirlo de alguna manera, “El
Yom ha-Kippurim del Christus Mandatus”.
El Yom ha-Kippurim es el ‘día
de la expiación’, la más sagrada de las efemérides iudaicus. Así lo señala el
libro de “Va-Ikrá” (que quiere decir:
‘y llamó’), o Levitîcus, como le han
renombrado griegos y latinos, porque su contenido es solamente de Leyes,
Sacrificios y Ofrendas; todas esas cosas que solo le estaban asignadas a los
sacerdotes del pueblo Israelí; en pocas palabras: ‘cosas de Levitas’. Y para mayor sorpresa de todos, este día en
el calendario Hebraicus, es en los
últimos días de Septembris y primeros días de Octobris, correspondientes al
nuestro, exactamente un mes antes. ¿Casualidad, suerte, coincidencia? Yo definitivamente no creo en esas cosas;
siempre me ha parecido mucho más explicable y entendible pensar que estamos
expuestos a la mirada atenta y constante de los dioses, de Dios, que
simplemente ‘pensar’ en la buena o mala suerte.
Los dioses han trazado un camino, es cierto, pero nuestra vida lo
recorre o no. Eso también es
cierto.
Sin
saberlo, pues, porque hasta hoy me lo ha hecho saber Nikko Fidias (que se está
convirtiendo en un experto en asuntos iudaicus
y hebraicus), nosotros estábamos en nuestro propio ‘día de la
expiación’. Ya veremos qué respuesta nos
tienen nuestros expertos en Capreæ:
Tiberio, Theodorus, Tito y el mismísimo Gallio, el más pequeño de mis hijos
varones. O tienen una explicación para
esto; o tienen que formular una a partir de esto. Ni en la peor de mis batallas he sentido tan
cerca la muerte; y me vino a ocurrir en el mar; único de los elementos contra
el cual no podemos batallar (aunque tampoco podemos hacer mucho contra los
otros tres: el viento, la tierra y el fuego en su estado natural): el agua, y
más aún en estas cantidades, es simplemente invencible. En más de una religión el agua es símbolo de
purificación, de limpieza del alma, de eliminación del mal; nosotros en este
momento estamos limpísimos, yo diría que inmaculâtus,
sin manchas, ni pecados; no tan solo por el agua, sino por la cantidad de ésta
y su violencia. ¿Habrá sido nuestro
‘Bautismo’, ese del que hablan los Apóstoles?
En la primera oportunidad que tenga se los voy a preguntar; yo con esta
duda no me quedo.
Reghium está delante de
nosotros, vamos a seguir de frente hasta
Capreæ; si nos toca buen tiempo, llegaremos al anochecer; si no, no tenemos
prisa, arribamos al amanecer.
Ponto del Mare Nostrum
Augustus II
Año XXI del
Reinado de Tiberio Julio César
¡FINALMENTE INSÛLA CAPREÆ!
Cuando
cruzamos el Fretum Siculum, esa
pequeñísima franja de mar que dejan la Isla de Sicilia y la Península Itálica
en Reghium, nos dimos cuenta que
muchos árboles estaban arrancados de raíz, que las plantas habían sido
golpeadas por un fortísimo viento; igual vimos cuando nos acercamos al Posidium, la saliente de tierra en
donde termina el Golfo de Salernum,
justo antes de divisar la Insûla de
Capreæ; parece que algo muy grave pudo haber sucedido. Que ni nos cuenten; porque allá abajo, en el Ponto del Mare Nostrum, descendimos al
Hades que domina Neptûnus; y casi le
saludamos personalmente.
Es
la tercera hora del día, se ven a lo lejos dos grandes humaredas en Capreæ; una se distingue en la parte
Meridional Oriente y la otra parece ser en la Septentrional Poniente; la
primera es cerca de la bahía de llegada, en el Templo de Neptûnus y Martis, la
segunda pudiera ser en el Templo de Iuppiter, Minerva y Iuno. Eso es muy
raro, espero no tener peores noticias que las ‘malas’ que supuestamente yo
traigo. En la Bahía de la Crûpta Indicus están anclados muchas navis: hay galeras de guerra,
embarcaciones mercantes y liburnas
desde pequeñas hasta muy grandes; esto es señal de que hay una gran cantidad de
gente en la Isla Imperial. Si no estoy
equivocado en obvio de lo que veo, deduzco que han organizado una parada
militar o un desfile civilis; le
ordeno a Tadeus informe a toda la tripulación que descenderemos en uniformes de
gala todos.
Entre
tanta nave, han dejado suficiente espacio para que la “Liburna Christina” transcurra sin dificultad hasta el muelle
principal de la marina; en efecto, hay tal cantidad de personas a cada lado de
los caminos, que serían suficientes para colmar la Vía Imperialis del Foro en
Roma. Siempre lo he dicho, los eventos
más costosos que puedan organizarse en el Imperio son aquellos en los cuales
algo tengan que las tres fuerzas de gobierno: El Emperador, El Senado y El
Ejército Imperial. Muchas veces he
tenido que autorizar grandes cantidades de ‘aureus’ para solventar los gastos
que estas demostraciones representan; pero son buenas en todo caso.
Nunca
he estado de acuerdo con el significado que se quiere dar a la celebérrima
frase Republicana: “Al pueblo que nunca
le falte pan y circo”; en el sentido de distraer con ello realidades
fundamentales o errores de gobierno, pero creo que esta ocasión no se trata de
eso; y no porque homenaje sea para nosotros, sino que se trata de una verdadera
acción conjunta Emperador Senado Militia.
Tal y como se lo reporté a Tiberius Iulius Cæsar, el comportamiento de todos en los eventos de Cesarea de
Palestina, son dignos de la Pax Romana.
Mis
hombres están muy emocionados, más aún los que nunca han participado en alguna
de estas manifestaciones; esto es, las hechas en su honor, no en gloria de
otros. Los más jóvenes son los más
nerviosos, aunque Tadeus, Tremus, Ícaro y Diófanes también lo están y
mucho. A mí generalmente estas paradas
me emocionan mucho, pero esta ocasión me siento muy tranquilo, como con la paz
que da el hecho de saber que se ha cumplido; sin vana gloria o con un infundado
orgullo pernicioso, sino consciente de lo hecho y lo mucho que falta por
hacerse.
Apenas
tocamos tierra y somos levantados en hombros por fornidos hombres que nos
llevan a cuadrigas adornadas, en las cuales seremos transportados por los
caminos de la Insûla Capreæ Imperialis
hasta la gran explanada del hermoso Templo de Iuppiter, Minerva y Iuno; allá donde empezó todo esto. El Senador Cayo Quinto Régulo, el Líder más
reconocido del Senado Romano; y Fitus Heriliano, General en Jefe de la Guardia
Pretoriana del César, me reciben apenas desembarco:
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar Imperator Maxîmum, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me saluda el
militar, ¡Siéntase como un gran Héroe de
nuestra Militia Imperialis, así le reconocemos todos!
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!, le respondo y agrego: No es nuestro el mérito, General, solo hicimos
lo que el César nos ha pedido, Præfecto Heriliano.
–
¡El Militaris Mágnum sin espada!, me dice el
Senador, ¡Tribunus Legatus Veritelius de
Garlla, es probable que su nombre lo olvide la historia, pero su obra nunca
será pasada por alto!
–
¡Ave César, Senador
Cayo Quinto Régulo!, le agradezco sus palabras y su presencia en este lugar; le
digo al venerable hombre.
Las
cuadrigas casi no pueden circular en la estrecha vía, por la cantidad de
personas que atiborran el camino; pasamos frente al Palacio Meridional Poniente
y enfilamos hacia el Palacio del Centro, hay todo tipo de personas y personajes
en el trayecto. Giramos a la izquierda y
subimos la loma que nos llevará hasta el Templo de Septentrional Poniente, en donde
nos esperan otras personalidades, encabezadas por supuesto, por nuestro anciano
Emperador Tiberius Iulius Cæsar;
están: Marco Cayo Agripa, Tribunus
Legatus de África–Gætulia; Lauro
Pietralterra, Tribunus Legatus de Asia Menor;
Camito Apión, Procurador de Cyrenaica;
Rulus Livio, Procurador de Ægyptus.
El
improvisado, pero fuertemente construido, pódium
que ha sido instalado frente al Templo de Iuppiter,
Minerva y Iuno, tiene una sección especial con un gran letrero adornado con
flores y guirnaldas de ramas de olivo y laurel que dice: “CENTURIA DEL CHRISTUS MANDATUS”.
Todos mis hombres han sido colocados allí: remerii, nautas, centuriones
y jefes; todos están juntos esperando ser homenajeados por sus esfuerzos y
principalmente por sus logros. Cuando yo
subo para reverenciar al César, la gritería es ensordecedora toda la gente, que
es mucha, grita desaforada y emocionada.
Toda mi familia, incluso los de Villa Garlla, está sentada junto al
Emperador y su familia.
–
¡Verito!,
¡Verito!, ¡Verito!; ¡El Hombre del Christus Mandatus; qué grandes cosas te han
permitido los dioses! ¡No sabes cuan feliz haces mi vida con tus logros!, me dice el
gran hombre, al cual quiero como a un Pater,
al momento en que me abraza con fuerza y besa mis mejillas un par de ocasiones,
alternando diestra y siniestra.
–
¡¡Divinus
Tiberius Iulius Cæsar, mi amado Imperator Maxîmum!!, alcanzo a
contestar antes de que la emoción me venza;
¡¡El César ha Ordenado y así se ha hecho!!; le digo antes de que la voz sea
consumida por un llanto pleno de felicidad y mis ojos abunden en lágrimas de
emoción; y me estrecha con fuerza el César contra su pecho, tomando mi cabeza
por la nuca y apretándola contra la suya rompiendo en llanto también.
Toda
la concurrencia ha guardado un silencio estremecedor, a pesar de haber más de
tres mil personas en el lugar; Claudio y Calígula han flanqueado al César en
tanto éste se ha levantado para mi saludo y allí han permanecido inmóviles
aguardando el acontecimiento. Cuando
finalmente nos separamos Tiberio César y yo, les saludo a ellos con la consideración
que siempre me ha merecido la familia imperial.
En
ese momento veo que a sus espaldas ya esperan, todos llorando de emoción: mí
amada esposa Lili, que es un mar de lágrimas, la cual al primer instante de
oportunidad me abraza rodeando mi cuello con sus brazos, sin poder decir
palabra alguna; mis cuatro hijos que la secundan y las cuatro diosas que los
dioses me han regalado, mis pequeñas hijas a las que estrecho contra mi
cuerpo. Todos me rodean, me abrazan y me
acarician como pueden, aguardando mi atención personal a cada uno, que daré sin
excepción y con todo mi amor.
Cando
salimos a esta ‘campaña’, nadie sabía lo que iba a suceder, ni en lo bueno ni
en lo malo; lo cual esto último, pudo haber sido desgarrador para Roma y su
Imperio, para mi familia y para mí: pude haber muerto a manos de los que fueron
sancionados. Se pudo haber presentado
una insurrección dentro del Ejército, que hubiese sido nefasta para el
Imperio. Nada de eso ha sucedido, y en
cambio tenemos objetivos alcanzados en el bien, que superan hasta la más osada
de nuestras imaginaciones. Cuando vuelvo
de mis pensamientos a la escena que estamos viviendo, veo con gran gusto que
mis hombres y sus familias también están fundidos en abrazos de felicidad y
amor. Cada hombre ha sido coronado con
guirnaldas por el mismísimo Emperador, estos días son presencia de por vida y
así debe ser. ¡Ave César!, ¡Ave Christus Mandatus!
Bien
ha dicho el Senador: que mi nombre se olvide, no importa; pero que el “Christus Mandatus” nunca deje de
existir. Estoy de acuerdo.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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