Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Marzo 30 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
32 de 130
Cesarea de
Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XVII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
GRAN REUNIÓN
‘DISCIPULAR’
Dos
hombres del Cuartel General de Cesarea de Palestina han solicitado audiencia
conmigo; quieren comentarme algo respecto del “Christus Mandatus”, así han dicho.
Son Fidelius y Cornelio; Centuriones Legionarios Romanos; a ambos les
recibiré hoy en la tarde, les he invitado a cenar.
Mis
scriptôris son una maravilla de
taquígrafos, han tomado todo cuanto se dijo en la Audiencia de Declaraciones,
han hecho las copias que solicité y la caligrafía y ortografía son
excelentes. Ahora, envío al César.
Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
(Missum
II)
Divino
Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmus:
La
Audiencia de Declaraciones ha sido todo un éxito; Pax Romana. En ella podrán encontrar hechos sumamente
importantes para mi labor. El Juicio
iniciará en Iulius XXII, entre tanto, detalles y preparativos.
Herodes
Antipas les saluda muy afectuosamente.
¡Ave
César!
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
Plenuspotenciarius
“Christus Mandatus”
La
Legis Romana durará mil años o más,
estoy seguro de ello; nuestros juristas han hecho tan buen trabajo, que
prácticamente no existe quehacer humano que no esté incluido en ella. Además la morâlis
inmersa en la Lex es de tal forma
generalizada, que la hace irrefutable, amén de cuasi perfectus en su aplicación práctica. Pues, si tal belleza es, usémosla.
La
siguiente misiva es para Poncio Pilatus y está relacionada con la inasistencia
y por lo tanto desacato, de sus queridos amigos, Anás y Caifás, los Sumos
Sacerdotes del Sanedrín Iudaicus; y
buenos conocedores de la Ley Mosaica y del Derecho Romano, por lo tanto,
conscientes de grave error cometido. Él
deberá arreglar este asunto, pues este es su territorio y ellos son sus súbditos. De la reacción que haya podré medir el grado
de influencia entre las partes.
Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
G. M.
L. Poncio Pilatus, Procurador de Iudae:
A la
Audiencia de Declaraciones del “Christus Mandatus” fueron citados los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, ambos
miembros del Sanedrín Iudaicus, sin que ninguno de ellos se haya presentado a
la sesión. Como Usted sabe, esto es un desacato grave a la Autoridad de
nuestro querido Emperador Tiberio Julio César, que hace que el infractor sea
considerado reo de muerte.
Por lo
anterior, y en su carácter de Procurador de esta Provincia Romana de Iudae, le apremio informe a los
infractores su situación jurídica ante esta Audiencia y justifiquen de
inmediato con su presencia personal ante mí, su estado de rebeldía, pues de
forma contraria serán apresados por los Guardias Pretorianos a mi mandato. Informe al suscrito sus resultados antes de
la tercera hora de Iulius XVIII.
¡Ave
César!
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
Plenuspotenciarius
“Christus Mandatus”
Ya
es la décima hora del día, me preparo junto con Tadeus para la cena que tendré
con Cornelio y Fidelius, los Centuriones Legionarios que pidieron verme; a esta
velada he invitado también a José de Arimatea, quien ha aceptado gustoso a
reunirse con nosotros. Casi terminamos
los detalles, cuando se presenta en mis aposentos el guardia de la Puerta
Tiberia, la entrada y avenida principal a Cesarea, para darme aviso de que Leví
de Cafarnaúm, un Iudaicus Ciudadano
Romano, con una misiva firmada por mí, se encuentra esperándome en la plaza del
Templo de Iuno, justo enfrente del edificio donde nos encontramos.
–
¡Es Mateo de
Cafarnaúm, Tadeus! ¡Pronto, ve por él y tráelo aquí de inmediato!, le digo a mi
Asistente antes de que termine el mensajero.
–
¡Al Mandato,
Tribunus Legatus!,
me responde y sale presuroso.
¡Qué
maravilla de coincidencias todas éstas!, tal parece que los dioses están muy
atentos al “Christus Mandatus”; esto
sin lugar a dudas, es obra de Mercurius,
el dios al que Tiberio César ha encomendado todo este trabajo; no en balde es
tenido como: “El mensajero de los dioses”. ¡Ave
Mercurius, Divinus Protector! ¡Qué
gran ayuda será este hombre Mateo, sin lugar a dudas!
Le
he ordenado al Centurión Nikko que vaya por José de Arimatea hasta sus
habitaciones y le acompañe personalmente al salón comedor, en donde ya están
Fidelius y Cornelio; en tanto yo espero el arribo de la más agradable sorpresa
que he tenido en este primer viaje del “Christus
Mandatus”; ¡¡Voy a conocer a uno de los Apóstoles de Iesus Nazarenus!!, ciertamente estos hombres no son famosos por sus
dotes militares, políticas o sus grandes fortunas, ¡pero tienen ‘algo’, no sé
qué, pero lo tienen!
Llega
Tadeus con Mathêo Apostôlus (¿será
así como debo llamarle?), y yo me quedo impactado: el hombre es tan joven, que
dudo que tenga más de treinta años; y proyecta una paz interior como no le he
visto a ningún ser humano antes en mi vida.
No es alto, pero no es bajo; no es delgado, pero no es obeso; no es
rubio, pero no es marrón; tiene los ojos color de miel de abeja, la nariz
aguileña, los pómulos salientes, las cuencas de sus ojos profundas y como buen
judío su barba es profusa y rizada. Sus manos
se ven tan suaves, que pareciera que nunca han tocado ninguna cosa. Camina erguido, firme, determinado. Viste una túnica larga, clásica del pueblo iudaicus y encima solo trae ese gran
manto que usa esta gente, que les sirve para todo: a veces para abrigo, a veces
como tienda, a veces como manta para dormir. Está perfectamente limpio y hasta
huele bien. Cuando se detiene delante de mí, miro sus ojos a la altura de mi
barbilla, y en perfecto latín, antes de que yo pueda ligar algunas palabras, me
dice con voz profunda:
–
¡Shalom!
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, aquí estoy atendiendo su misiva; ¿en qué
le puedo servir?
No sé si postrarme ante él, si abrazarle, si besarle como ellos hacen; solo
puedo coordinar una leve reverencia:
–
Rabbuni Leví,
Hijo de Alfeo, es un inmerecido y gran honor conocerle personalmente y le
agradezco en nombre de Tiberius Iulius Cæsar y de todos los dioses que haya
aceptado venir; lo cual no era necesario, pues yo hubiese ido a donde usted me
indicara; le
respondo más de protocolo que lo que realmente quisiera decirle.
–
Veritelius; me dice aquélla
profunda voz, primero, no soy Rabbuni,
eso, solo uno, Iesus Christus, Señor y Dios nuestro; segundo, el Maestro me
llamó Mateo y ese es el nombre que uso ahora; y tercero, he venido porque
también ‘nosotros’ queríamos verle.
–
Su visita es
inesperada pero gratísima, Mathêus
Apostôlus, me preparo para asistir a una cena que tengo convocada en la que
estarán presentes José de Arimatea, más dos oficiales del Ejército Imperial
Romano, Fidelius y Cornelio, ¿a Usted le gustaría acompañarnos?; porque de
forma contraria yo cancelaría ese evento para atenderle personalmente.
–
¡Claro, me
encantará, a todos les conozco!, Veritelius; me contesta y yo me quedo por
demás sorprendido, ante tamaña ‘casualidad’.
–
Entonces, por
favor pasemos,
le digo.
Apenas
entramos en el salón y los otros tres invitados, que ya se encuentran allí,
saludan con gran alegría al recién llegado, y a mí, con gran propiedad.
–
¡Shalom, Mateo,
Apóstol del Señor!, mi alma se llena de regocijo por verte; le dice José de
Arimatea con gran respeto.
–
¡Shalom Joshua!,
le
contesta él también emocionado, en cuanto se saludan sosteniendo sus brazos y
besándose en cada mejilla; y pareciendo que un halo luminoso les rodea por
completo a su contacto.
–
¡Ave Tiberio
Julio César!, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, se cuadran ante
mí los dos Centuriones saludándome con toda propiedad.
–
¡Shalom,
Tribunus Legatus!, me
dice José de Arimatea.
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar!,
les contesto a los tres; a –tal parece
que el único extraño aquí soy yo, por más que sea el anfitrión,– concluyo
diciendo en broma.
–
No, Veritelius, se adelanta a
decir el Apóstol, aquí no hay extraños;
el Señor ha querido reunirnos a todos por alguna razón que no conocemos; quizá
sea su tan bien llamado “Christus Mandatus”.
–
¿Qué sabe Usted
del “Christus Mandatus”, Apóstol Mateo?, pregunto.
–
Que es una
especie de ‘reivindicación’ que el César quiere hacer ante la infamia cometida
con nuestro Señor Iesus Christus, quien fue tratado tan inmisericordemente por
el Procurador Poncio Pilatus y los Jefes del Sanedrín Iudaicus, Veritelius; responde él.
–
Desde hace
quince días que llegaron sus misivas a Yerushalayim, a Cesarea, Tiberíades y a
Arimatea, dice
José, todos estamos esperando el arribo
del Plenuspotenciarius del César, para entrevistarnos con él, Veritelius de
Garlla, esto es todo un acontecimiento en la zona; concluye el prominente
hombre.
–
Y ustedes dos,
¿qué saben?; les
pregunto a los oficiales romanos. Eso
mismo, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, lo que han dicho sus eminentîæ; responde
Fidelius con gran deferencia hacia ellos.
–
Bien, pues
sabiendo todos los que nos relaciona, pasemos a cenar y que nuestras pláticas
sean sobre el “Christus Mandatus”; seremos siete a la mesa; les digo.
–
“Perfectus”, dice el Apóstol, eso es el número siete; así diría cualquier escriba, fariseo o
saduceo.
–
¿También su
hermano Misael diría eso?, Apóstol Mateo, le pregunto.
–
¡Ah!, ¿le
conoce, Veritelius?; sí, también él diría eso. ¿Cómo le conoció?, me pregunta el
joven Apóstol.
–
Fuimos invitados
casualmente a una reunión celebrada en Florentia; algo organizado por un
Senador y un Sacerdote Romano, respecto a la posibilidad de tener ‘una sola
religión en el Imperio”. Su hermano, por
supuesto se opuso determinantemente a ello.
Fue una gran casualidad que nos conociéramos, pues yo solo iba de paso
por el lugar.
–
No hay
casualidades, Veritelius; hay Voluntad de Dios.
Por eso estaban los dos en ese mismo lugar, por Voluntad de Dios. Dice sereno y
pleno de convencimiento el Apóstol; yo
me quedo mudo sin poder contestar nada. Sé que ahora está en Athenæ estudiando
filosofía griega. Es un hombre muy
obstinado y celoso de las tradiciones del Pueblo Iudaicus; otro de los muchos
discípulos de Gamaliel, el tradicionalista Rabí del Sanedrín.
–
También a él le
conozco, le
digo sanamente al Apóstol; fue a
contactarme el Alexandria, Ægyptus, para desanimarme de continuar con el
“Christus Mandatus”. Sin embargo, aquí
sigo.
–
Una prueba más,
Veritelius, de que no hay casualidades, hay Voluntad de Dios; y si esto, como
ustedes le han llamado, es una “Orden de Cristo”, ‘nosotros’ solo esperamos que
se cumpla; sin importar quién vaya a hacer que así sea. Concluye el
hombre.
Como
sé que son judíos y no se recuestan cuando comen, he ordenado una mesa alta con
sillas solium para cada uno; la parte
larga la ocupamos el Apóstol Mateo, a quien he cedido el centro de la misma,
José de Arimatea a su izquierda y yo a su derecha; a la izquierda de José están
Fidelius y Cornelio y a mi derecha Tadeus y Nikko.
–
Este no es mi
lugar, Veritelius, me
dice el Sanctus, que es lo que a mí me parece este hombre, pues el de más alto rango aquí no soy yo; es quien tiene el “Christus
Mandatus”.
–
Entonces estamos
perfectamente sentados, le contesto sonriendo, al tiempo en que se presentan
los sirvientes con las viandas; y en el acto se levantan todos (menos nosotros
tres, que nos quedamos pasmados un instante), para escuchar al Apóstol:
–
Bendícenos,
Señor Iesus Christus, y bendice estos alimentos que dados por tu bondad vamos a
tomar. Y
dicen ellos al unísono, ¡Amén! Nosotros
nos levantamos de inmediato; justo al momento en que ellos se sientan. Lo asíncrono de nuestros movimientos solo
hace que yo diga un comentario en broma.
–
Queda claro
quiénes no somos ni iudaicus, ni estamos acostumbrados a sus hábitos; la risa es
generalizada; sin embargo, me doy cuenta
que nuestros dos Centuriones sí lo están, concluyo diciendo.
–
Dar gracias a
Dios por el alimento, dice Mateo, es
algo que siempre debiéramos hacer, Veritelius.
–
Estoy de acuerdo
con ello, Apóstol Mateo; le contesto, pero
quisiera saber lo ‘poco románica’ de las costumbres de mis Centuriones. ¿Usted lo podría explicar, Centurión
Fidelius?, le pregunto al apenado soldado.
–
Sí, Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, con gusto; responde el hombre, es una tradición muy hebraicus la bendición
de la mesa; una forma de agradecimiento sincero a Dios de lo que recibimos.
–
¿A cuál dios,
Fidelius;
le digo al soldado, a Ceres, diosa de los
cereales; a Baco, dios del vino y la vegetación; o a Diana, diosa de la
caza? Porque hoy de todo eso habrá en
nuestra mesa; concluyo. Mateo con un
ademán se adelanta a responderme.
–
A Dios Padre, el
único Dios verdadero, Veritelius; y a Su Hijo, Iesus Christus, que dio la vida
por nosotros para el perdón de los pecados;
y que con el Espíritu Santo nos ayuda a comprender todas estas cosas.
–
¿“Ya Havá Wé
Hayá”?,
le pregunto.
–
Ese mismo,
Veritelius, asiente
sonriendo; ya veo que sus estudios sobre el
Populus Isrâêli van ganando conocimiento, pero ése no será suficiente; tiene
que aprender de Iesus Nazarenus y su Evangelio. Me responde el Apóstol con
cierta sorpresa por mi contestación.
–
Y de Él, ¿dónde leo, Apóstol Mateo?, inquiero
tenazmente.
–
‘Nosotros’
predicaremos y enseñaremos todo lo que ha de saberse acerca de Él, Veritelius,
para eso nos ha sido dado El Paráclito; para hacer discípulos del Señor en
todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo;
me responde con su abrumadora paz.
–
Pero sería
infinitamente mejor si estuviese escrito, Apóstol Mateo, le digo
insistiendo, porque leyendo se
multiplicarían las personas que escribiesen acerca de Iesus Nazarenus y su
Evangelio; y podrían estar en muchos lugares a la vez; solo para esperar a que
‘ustedes’ llegase para bautizar.
Hoy
el mundo tiene mejores métodos de información que los mensajeros o
‘la tradición oral’, Apóstol Mateo; hoy el latín y el griego son dos idiomas que todo el mundo habla y que
también todos podemos escribir debido
a su sencillez en la caligrafía; no como antes con las lenguas cuneiformes, como la suya, que es
menester estudiar por muchísimo tiempo
antes de poder ser autorizado a escribir con ella.
Además, las tabulari u hojas de papiro, pueden ser
escritas con cualquier tinta existente en cualquier parte en que esté; no como
sus pergaminos que requieren de toda una
especialización que no se encuentra en todo lugar. Así funciona la información en el Imperio
Romano, Apóstol Mateo, yo mismo la uso; dentro de una semana Tiberio César
estará leyendo todo acerca de esta reunión, sin que él se mueva de Capreæ, en
Italia, ni yo de Cesarea de Palestina
Imagínese cuán benéfico sería que sus vastísimos
conocimientos acerca de Iesus Nazarenus,
las tradiciones, los profetas y este nuevo Evangelio del que Usted me habla, pudiesen estar a la mano de la gente de
Hispania o Britannia, al mismo
tiempo que en Iudae o en Syria. ¡Sería maravilloso,
Apóstol Mateo!; y eso es lo que me propongo hacer en el “Christus Mandatus”,
porque eso es lo que quiere Tiberio Iulius Cæsar, que haya una forma de
resarcir el mal cometido; porque ‘Lo hecho, hecho está’, como dijo mi estúpido subordinado Poncio Pilatus en ocasión del
‘juicio’ de Iesus Nazarenus; y eso, no podemos remediarlo como tal.
–
Yo no tengo esos
vastísimos conocimientos que dice Veritelius; además, ‘nosotros’ tenemos ya un
plan de ejecución de nuestra labor. Me dice.
–
¡Claro que los
tiene, Apóstol Mateo! Yo sé que los
tiene, y Usted sabe que yo lo sé; insisto en mi planteamiento. Sé
que estudió en las mejores Yeshiva para Escriba, pero harto de las
confrontaciones estériles entre fariseos y saduceos decidió dedicarse a algo
tan diametralmente opuesto como la Recaudación de Impuestos para el Imperio Romano;
hasta que el Divino Rabbuni le llamó, Leví de Cafarnaúm, Hijo de Alfeo.
Usted sabe
que se eso y muchas cosas más y yo jamás he estado en Cafarnaúm, Apóstol Mateo, simplemente he sido informado; o
como decimos en el Imperio Romano:
‘aliquem alicuius rei’, o lo que es lo mismo,
estar bien informado.
Además, El
Parâclitus también obrará su parte, ¿no es así?
Escribir no está en contra del
plan que Ustedes tengan, al contrario, les ayudará muchísimo a realizarlo más eficazmente.
–
Sin lugar a
dudas, como siempre, el Señor ha escogido bien; se voltea el
Apóstol a decirle a los de su lado izquierdo en la mesa; estamos en presencia de un “Apóstol
Gentil” para beneficio del Evangelîum, también con cosas ‘buenas y nuevas’
para su multiplicación.
–
Para mí, eso
significa que acepta, lo cual le agradezco infinitamente, Apóstol Mateo; le respondo de
inmediato. No sabe el gusto que me da poner a
disposición de todos ‘ustedes’ los recursos autorizados por Tiberius Iulius
Cæsar Imperator Maxîmum, para la difusión del “Christus Mandatus” en aras de la
posteridad. Todas las generaciones por
venir podrán leer el sentir de su propia vida en ese maravilloso libro que
Usted escribirá, titulado: “EL EVANGELIO DE IESUS CHRISTUS SEGÚN MATEO DE CAFARNAÚM”. Usted escríbalo en Arameo para toda su gente;
yo me encargaré de que sea copiado y traducido de inmediato en Latín y Griego
para el resto del mundo. ¿Está Usted de acuerdo Apóstol Mateo?
–
Lo estoy en
principio, Veritelius; pero es algo que deben autorizar Simón Pedro y Los Doce,
no solo yo.
–
Las
aprobaciones, mi queridísimo Apóstol Mateo, siempre vienen después de las
decisiones tomadas.
Le digo con mucho gusto; y le ordeno a Fidias: “–Nikko, que suban en el carruaje del Apóstol un millar de hojas de
papiro y tinta y plumas suficiente para llenarlas de escritura –.
–
¡Al mandato,
Tribunus Legatus!, responde
el Centurión levantándose de inmediato para ejecutar la orden.
–
Cada vez que
Usted tenga diez hojas escritas, Apóstol Mateo, mándemelas, yo les daré el
proceso de copia y traducción requerido. ¡Estoy feliz!, les digo y me
levanto con la copa en la mano llena de vino para celebrarlo y grito: ¡Ave Divinus Tiberius Iulius Cæsar,
Imperator Maxîmum! ¡Ave “Christus
Mandatus”! Los dos hombres del lado
izquierdo de mi mesa, ni se inmutan; los demás responden suavemente: ¡Ave César, Ave Christus Mandatus!
–
¿Qué dije mal?, volteo mirando
al Apóstol Mateo, consciente de que he hecho algo impropio, pues sus caras así
lo demuestran.
–
Divino, solo el
Señor nuestro Dios, Veritelius; me corrige el joven Apóstol y me quedo
inmóvil ante su respuesta, con mi copa en la mano.
Esto
último ha sido como un balde de agua helada ante mi encendida desnudez de mi
emoción; medito un poco respecto de la sorpresiva contestación y rápidamente me
doy cuenta de la equivocación: teocráticos desde siempre, uniteologales,
Discípulos del Hijo de Dios y ellos mismos sanctus, no puedo esperar otra cosa;
antes creo que me ha ido bien, pues no han tomado mi desliz con arrebato y
retirarse. Queriendo borrar el incidente
les digo:
–
Hay mucho más de
qué hablar, Fidelius y Cornelio; cuéntenme, qué debo saber yo de eso, le digo a los
dos Centuriones.
Fidelio
me narra detalladamente la ocasión en que conoció a Iesus Nazarenus en Cafarnaúm, cuando uno de sus criados había
enfermado de repente y se había quedado paralítico; y cómo él, acercándose a Christus le había pedido que lo curara
tan solo con decirlo. “–Yo tenía mucha esperanza en que eso podría
suceder, ya que realmente creía que él era el Hijo de Dios, pues obraba
portentosos milagros con la gente, especialmente los más necesitados y los
menos favorecidos. Y sucedió, Tribunus Legatus; mi criado se curó del todo.”
Mateo
asienta todo cuanto el Centurión dice, pues sucedió en su pueblo cuando el Christus empezó su Ministerio en
Galilea. Y ahora es precisamente el
Apóstol quien inicia su narración de cómo conoció a Iesus Nazarenus y cómo se hicieron amigos desde que él era pequeño
en Cafarnaúm; de cómo platicaban todo lo que él aprendía en la Yeshiva de Hierosolyma, o en la Antioquia y hasta
en la Éfeso, en Asia (allá donde es numerosa la diáspora iudaicus); y de cuántas diferencias había entre lo que los Rabbuni Fariseos o Saduceos
interpretaban de la Ley y los Profetas para su conveniencia, y lo que realmente
significaba de acuerdo con las explicaciones que le daba el Divino
Maestro. También explica su proceder al
enlistarse al cuerpo de Cobradores de Impuestos que encabezaba Zaqueo de
Jericó; y cómo éste le maldecía cuando hablaba del Christus, y peor aún, cuando le informó que dejaba todo porque el
Señor le había invitado a seguirle.
Toca
el turno a Cornelio, habitante de Cesarea de Palestina, quien dice que más de
una vez oyó al ‘Mashiaj’ predicando
el Evangelio, con esa impresionante voz que tenía, que todos podíamos
escucharle y entenderle perfectamente, pues ya fuera en arameo en griego o en
latín, siempre hablaba con mucha propiedad y dicción de erudito.
–
Pero el Señor
nunca habló en otra lengua que no fuera arameo, corrige el joven
Apóstol Mateo al Centurión.
–
Sí Rabbuni
Mateo, yo mismo le escuché, apunta nuevamente Cornelio.
–
Es verdad lo que
dices, Cornelio, tú escuchabas en latín, pero el Maestro solo hablaba en
arameo; es como ahora sucede con el Parâclitus nosotros hablamos en una lengua,
la que fuese mejor usar de acuerdo a la concurrencia, pero ellos escuchan en la
propia, de manera que puedan entender correctamente.
–
¿Es eso posible
que suceda? Intervengo
ante tamaña duda.
–
Para Dios no hay
nada imposible, Veritelius; avienta la tajante respuesta el Apóstol
Mateo; así nos decía el Sanctus Rabbuni.
Después
del incidente, el Centurio Cornelio continúa narrando sus experiencias y cómo
es que él aprendió a orar, según les enseñaba Iesus Nazarenus, pero lo más extraordinario es cómo lo que él pedía
al Padre (bien fuese para él mismo, su familia o sus amigos íntimos), se
cumplía en cabalidad.
–
¿Cómo es eso, le pregunto, usted le pide ‘algo’ al ‘Padre’ y Él se lo
cumple cabalmente?
–
Sí, así es,
Veritelius, se
adelanta a responder el Apóstol Mateo;
pero sus peticiones tienen que ser obras piadosas, hechos de bien absoluto que
a nadie puedan afectar, aún como bien mismo; me explica.
–
No entiendo eso,
Apóstol Mateo,
le digo.
–
La Fe, Veritelius, me dice, no es algo que podamos o debamos entender;
es simplemente algo que debemos creer en tanto Don de Dios.
–
Sigo sin poder
entender, Apóstol Mateo; le vuelvo a contestar.
–
Así es,
Veritelius, y así seguirá siendo en cuanto se use el entendimiento humano; pero
cuando éste se subordina al Don de Dios, entonces se comprenden esas cosas
imposibles de asimilar para el conocimiento de los hombres; me recalca el
beatísimo Apóstol; pero yo sigo sin entender.
–
Solo con Fe se
accesa a Dios, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; me aclara el
soldado.
–
Pues entonces yo
no tengo Fe,
les digo.
–
En efecto,
Veritelius, no la tiene; porque no conoce a Christus y su Evagnelîum; me avienta otra
el Sanctus Apóstol, de quien ya me estoy acostumbrando a su poco suave forma de
enseñar.
–
Pues por esa
razón sería más que suficiente que Usted escribiera, Apóstol Mateo; para la
instrucción de Iudaicus y Gentiles; de propios y extraños. Le respondo.
La
cena terminó hace horas, ni siquiera me di cuenta cuándo; pero nosotros hemos seguido
platicando con denuedo. Todos
pernoctarán en las habitaciones que tenemos en el edificio asignado al “Christus Mandatus”, todos no vamos a
dormir, mañana será otro día, con el favor de. . . alguno de nuestros múltiples
dioses; o de Uno Solo, el Solo Uno.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
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