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viernes, 30 de marzo de 2018

V.G. - 32 - Gran Reunión Discipular

Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Marzo 30 del 2018.

DEL LIBRO
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
32 de 130

Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XVII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

GRAN REUNIÓN ‘DISCIPULAR’

Dos hombres del Cuartel General de Cesarea de Palestina han solicitado audiencia conmigo; quieren comentarme algo respecto del “Christus Mandatus”, así han dicho.  Son Fidelius y Cornelio; Centuriones Legionarios Romanos; a ambos les recibiré hoy en la tarde, les he invitado a cenar.

Mis scriptôris son una maravilla de taquígrafos, han tomado todo cuanto se dijo en la Audiencia de Declaraciones, han hecho las copias que solicité y la caligrafía y ortografía son excelentes.  Ahora, envío al César.

Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del
 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
                                           (Missum II)

         Divino Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmus:
                  
         La Audiencia de Declaraciones ha sido todo un éxito; Pax Romana.  En ella podrán encontrar hechos sumamente importantes para mi labor.  El Juicio iniciará en Iulius XXII, entre tanto, detalles y preparativos.

         Herodes Antipas les saluda muy afectuosamente.

                                                                  ¡Ave César!
                                                 Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
                                               Plenuspotenciarius “Christus Mandatus”


La Legis Romana durará mil años o más, estoy seguro de ello; nuestros juristas han hecho tan buen trabajo, que prácticamente no existe quehacer humano que no esté incluido en ella.  Además la morâlis inmersa en la Lex es de tal forma generalizada, que la hace irrefutable, amén de cuasi perfectus en su aplicación práctica.  Pues, si tal belleza es, usémosla. 

La siguiente misiva es para Poncio Pilatus y está relacionada con la inasistencia y por lo tanto desacato, de sus queridos amigos, Anás y Caifás, los Sumos Sacerdotes del Sanedrín Iudaicus; y buenos conocedores de la Ley Mosaica y del Derecho Romano, por lo tanto, conscientes de grave error cometido.  Él deberá arreglar este asunto, pues este es su territorio y ellos son sus súbditos.  De la reacción que haya podré medir el grado de influencia entre las partes.



Cesarea de Palestina, Iudae, Iulius XVII, del
 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
                                          
         G. M. L. Poncio Pilatus, Procurador de Iudae:
                  
         A la Audiencia de Declaraciones del “Christus Mandatus” fueron citados los          Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, ambos miembros del Sanedrín Iudaicus, sin que ninguno de ellos se haya presentado a la sesión.  Como Usted sabe, esto es un          desacato grave a la Autoridad de nuestro querido Emperador Tiberio Julio César, que hace que el infractor sea considerado reo de muerte. 

         Por lo anterior, y en su carácter de Procurador de esta Provincia Romana de          Iudae, le apremio informe a los infractores su situación jurídica ante esta Audiencia y justifiquen de inmediato con su presencia personal ante mí, su estado de rebeldía, pues de forma contraria serán apresados por los Guardias Pretorianos a mi mandato.  Informe al suscrito sus resultados antes de la tercera hora de Iulius XVIII.

                                                                  ¡Ave César!
                                                 Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
                                               Plenuspotenciarius “Christus Mandatus”

Ya es la décima hora del día, me preparo junto con Tadeus para la cena que tendré con Cornelio y Fidelius, los Centuriones Legionarios que pidieron verme; a esta velada he invitado también a José de Arimatea, quien ha aceptado gustoso a reunirse con nosotros.  Casi terminamos los detalles, cuando se presenta en mis aposentos el guardia de la Puerta Tiberia, la entrada y avenida principal a Cesarea, para darme aviso de que Leví de Cafarnaúm, un Iudaicus Ciudadano Romano, con una misiva firmada por mí, se encuentra esperándome en la plaza del Templo de Iuno, justo enfrente del edificio donde nos encontramos.
       ¡Es Mateo de Cafarnaúm, Tadeus! ¡Pronto, ve por él y tráelo aquí de inmediato!, le digo a mi Asistente antes de que termine el mensajero.
       ¡Al Mandato, Tribunus Legatus!, me responde y sale presuroso.

¡Qué maravilla de coincidencias todas éstas!, tal parece que los dioses están muy atentos al “Christus Mandatus”; esto sin lugar a dudas, es obra de Mercurius, el dios al que Tiberio César ha encomendado todo este trabajo; no en balde es tenido como: “El mensajero de los dioses”. ¡Ave Mercurius, Divinus Protector!  ¡Qué gran ayuda será este hombre Mateo, sin lugar a dudas!

Le he ordenado al Centurión Nikko que vaya por José de Arimatea hasta sus habitaciones y le acompañe personalmente al salón comedor, en donde ya están Fidelius y Cornelio; en tanto yo espero el arribo de la más agradable sorpresa que he tenido en este primer viaje del “Christus Mandatus”; ¡¡Voy a conocer a uno de los Apóstoles de Iesus Nazarenus!!, ciertamente estos hombres no son famosos por sus dotes militares, políticas o sus grandes fortunas, ¡pero tienen ‘algo’, no sé qué, pero lo tienen!

Llega Tadeus con Mathêo Apostôlus (¿será así como debo llamarle?), y yo me quedo impactado: el hombre es tan joven, que dudo que tenga más de treinta años; y proyecta una paz interior como no le he visto a ningún ser humano antes en mi vida.  No es alto, pero no es bajo; no es delgado, pero no es obeso; no es rubio, pero no es marrón; tiene los ojos color de miel de abeja, la nariz aguileña, los pómulos salientes, las cuencas de sus ojos profundas y como buen judío su barba es profusa y rizada.  Sus manos se ven tan suaves, que pareciera que nunca han tocado ninguna cosa.  Camina erguido, firme, determinado.  Viste una túnica larga, clásica del pueblo iudaicus y encima solo trae ese gran manto que usa esta gente, que les sirve para todo: a veces para abrigo, a veces como tienda, a veces como manta para dormir. Está perfectamente limpio y hasta huele bien. Cuando se detiene delante de mí, miro sus ojos a la altura de mi barbilla, y en perfecto latín, antes de que yo pueda ligar algunas palabras, me dice con voz profunda:
       ¡Shalom! Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, aquí estoy atendiendo su misiva; ¿en qué le puedo servir? No sé si postrarme ante él, si abrazarle, si besarle como ellos hacen; solo puedo coordinar una leve reverencia:
       Rabbuni Leví, Hijo de Alfeo, es un inmerecido y gran honor conocerle personalmente y le agradezco en nombre de Tiberius Iulius Cæsar y de todos los dioses que haya aceptado venir; lo cual no era necesario, pues yo hubiese ido a donde usted me indicara; le respondo más de protocolo que lo que realmente quisiera decirle.
       Veritelius; me dice aquélla profunda voz, primero, no soy Rabbuni, eso, solo uno, Iesus Christus, Señor y Dios nuestro; segundo, el Maestro me llamó Mateo y ese es el nombre que uso ahora; y tercero, he venido porque también ‘nosotros’ queríamos verle.
       Su visita es inesperada pero gratísima, Mathêus Apostôlus, me preparo para asistir a una cena que tengo convocada en la que estarán presentes José de Arimatea, más dos oficiales del Ejército Imperial Romano, Fidelius y Cornelio, ¿a Usted le gustaría acompañarnos?; porque de forma contraria yo cancelaría ese evento para atenderle personalmente.
       ¡Claro, me encantará, a todos les conozco!, Veritelius; me contesta y yo me quedo por demás sorprendido, ante tamaña ‘casualidad’.
       Entonces, por favor pasemos, le digo.

Apenas entramos en el salón y los otros tres invitados, que ya se encuentran allí, saludan con gran alegría al recién llegado, y a mí, con gran propiedad.
       ¡Shalom, Mateo, Apóstol del Señor!, mi alma se llena de regocijo por verte; le dice José de Arimatea con gran respeto.
       ¡Shalom Joshua!, le contesta él también emocionado, en cuanto se saludan sosteniendo sus brazos y besándose en cada mejilla; y pareciendo que un halo luminoso les rodea por completo a su contacto.
       ¡Ave Tiberio Julio César!, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, se cuadran ante mí los dos Centuriones saludándome con toda propiedad.
       ¡Shalom, Tribunus Legatus!, me dice José de Arimatea.
       ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar!, les contesto a los tres; a –tal parece que el único extraño aquí soy yo, por más que sea el anfitrión,– concluyo diciendo en broma.
        No, Veritelius, se adelanta a decir el Apóstol, aquí no hay extraños; el Señor ha querido reunirnos a todos por alguna razón que no conocemos; quizá sea su tan bien llamado “Christus Mandatus”.
       ¿Qué sabe Usted del “Christus Mandatus”, Apóstol Mateo?, pregunto.
       Que es una especie de ‘reivindicación’ que el César quiere hacer ante la infamia cometida con nuestro Señor Iesus Christus, quien fue tratado tan inmisericordemente por el Procurador Poncio Pilatus y los Jefes del Sanedrín Iudaicus, Veritelius; responde él.
       Desde hace quince días que llegaron sus misivas a Yerushalayim, a Cesarea, Tiberíades y a Arimatea, dice José, todos estamos esperando el arribo del Plenuspotenciarius del César, para entrevistarnos con él, Veritelius de Garlla, esto es todo un acontecimiento en la zona; concluye el prominente hombre.
       Y ustedes dos, ¿qué saben?; les pregunto a los oficiales romanos. Eso mismo, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, lo que han dicho sus eminentîæ; responde Fidelius con gran deferencia hacia ellos.
       Bien, pues sabiendo todos los que nos relaciona, pasemos a cenar y que nuestras pláticas sean sobre el “Christus Mandatus”; seremos siete a la mesa; les digo.
       “Perfectus”, dice el Apóstol, eso es el número siete; así diría cualquier escriba, fariseo o saduceo.
       ¿También su hermano Misael diría eso?, Apóstol Mateo, le pregunto.
       ¡Ah!, ¿le conoce, Veritelius?; sí, también él diría eso. ¿Cómo le conoció?, me pregunta el joven Apóstol.
       Fuimos invitados casualmente a una reunión celebrada en Florentia; algo organizado por un Senador y un Sacerdote Romano, respecto a la posibilidad de tener ‘una sola religión en el Imperio”.  Su hermano, por supuesto se opuso determinantemente a ello.  Fue una gran casualidad que nos conociéramos, pues yo solo iba de paso por el lugar.
       No hay casualidades, Veritelius; hay Voluntad de Dios.  Por eso estaban los dos en ese mismo lugar, por Voluntad de Dios. Dice sereno y pleno de convencimiento el Apóstol;  yo me quedo mudo sin poder contestar nada.  Sé que ahora está en Athenæ estudiando filosofía griega.  Es un hombre muy obstinado y celoso de las tradiciones del Pueblo Iudaicus; otro de los muchos discípulos de Gamaliel, el tradicionalista Rabí del Sanedrín.
       También a él le conozco, le digo sanamente al Apóstol; fue a contactarme el Alexandria, Ægyptus, para desanimarme de continuar con el “Christus Mandatus”.  Sin embargo, aquí sigo.
       Una prueba más, Veritelius, de que no hay casualidades, hay Voluntad de Dios; y si esto, como ustedes le han llamado, es una “Orden de Cristo”, ‘nosotros’ solo esperamos que se cumpla; sin importar quién vaya a hacer que así sea. Concluye el hombre.

Como sé que son judíos y no se recuestan cuando comen, he ordenado una mesa alta con sillas solium para cada uno; la parte larga la ocupamos el Apóstol Mateo, a quien he cedido el centro de la misma, José de Arimatea a su izquierda y yo a su derecha; a la izquierda de José están Fidelius y Cornelio y a mi derecha Tadeus y Nikko.
       Este no es mi lugar, Veritelius, me dice el Sanctus, que es lo que a mí me parece este hombre, pues el de más alto rango aquí no soy yo; es quien tiene el “Christus Mandatus”.
       Entonces estamos perfectamente sentados, le contesto sonriendo, al tiempo en que se presentan los sirvientes con las viandas; y en el acto se levantan todos (menos nosotros tres, que nos quedamos pasmados un instante), para escuchar al Apóstol:
       Bendícenos, Señor Iesus Christus, y bendice estos alimentos que dados por tu bondad vamos a tomar. Y dicen ellos al unísono, ¡Amén! Nosotros nos levantamos de inmediato; justo al momento en que ellos se sientan.  Lo asíncrono de nuestros movimientos solo hace que yo diga un comentario en broma.
       Queda claro quiénes no somos ni iudaicus, ni estamos acostumbrados a sus hábitos; la risa es generalizada; sin embargo, me doy cuenta que nuestros dos Centuriones sí lo están, concluyo diciendo.
       Dar gracias a Dios por el alimento, dice Mateo, es algo que siempre debiéramos hacer, Veritelius.
       Estoy de acuerdo con ello, Apóstol Mateo; le contesto, pero quisiera saber lo ‘poco románica’ de las costumbres de mis Centuriones.  ¿Usted lo podría explicar, Centurión Fidelius?, le pregunto al apenado soldado.
       Sí, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, con gusto; responde el hombre, es una tradición muy hebraicus la bendición de la mesa; una forma de agradecimiento sincero a Dios de lo que recibimos.
       ¿A cuál dios, Fidelius; le digo al soldado, a Ceres, diosa de los cereales; a Baco, dios del vino y la vegetación; o a Diana, diosa de la caza?  Porque hoy de todo eso habrá en nuestra mesa; concluyo.  Mateo con un ademán se adelanta a responderme.
       A Dios Padre, el único Dios verdadero, Veritelius; y a Su Hijo, Iesus Christus, que dio la vida por nosotros para el perdón de los pecados;  y que con el Espíritu Santo nos ayuda a comprender todas estas cosas.
       ¿“Ya Havá Wé Hayá”?, le pregunto.
       Ese mismo, Veritelius, asiente sonriendo; ya veo que sus estudios sobre el Populus Isrâêli van ganando conocimiento, pero ése no será suficiente; tiene que aprender de Iesus Nazarenus y su Evangelio. Me responde el Apóstol con cierta sorpresa por mi contestación.
        Y de Él, ¿dónde leo, Apóstol Mateo?, inquiero tenazmente.
       ‘Nosotros’ predicaremos y enseñaremos todo lo que ha de saberse acerca de Él, Veritelius, para eso nos ha sido dado El Paráclito; para hacer discípulos del Señor en todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; me responde con su abrumadora paz.
       Pero sería infinitamente mejor si estuviese escrito, Apóstol Mateo, le digo insistiendo, porque leyendo se multiplicarían las personas que escribiesen acerca de Iesus Nazarenus y su Evangelio; y podrían estar en muchos lugares a la vez; solo para esperar a que ‘ustedes’ llegase para bautizar. 
Hoy el mundo tiene mejores métodos de información que los mensajeros           o ‘la tradición oral’, Apóstol Mateo; hoy el latín y el griego son dos       idiomas que todo el mundo habla y que también todos podemos escribir     debido a su sencillez en la caligrafía; no como antes con las lenguas         cuneiformes, como la suya, que es menester estudiar por muchísimo tiempo antes de poder ser autorizado a escribir con ella.
Además, las tabulari u hojas de papiro, pueden ser escritas con cualquier tinta existente en cualquier parte en que esté; no como sus pergaminos   que requieren de toda una especialización que no se encuentra en todo lugar.  Así funciona la información en el Imperio Romano, Apóstol Mateo, yo mismo la uso; dentro de una semana Tiberio César estará leyendo todo acerca de esta reunión, sin que él se mueva de Capreæ, en Italia,  ni yo de Cesarea de Palestina
Imagínese cuán benéfico sería que sus vastísimos conocimientos acerca   de Iesus Nazarenus, las tradiciones, los profetas y este nuevo Evangelio       del que Usted me habla, pudiesen estar a la mano de la gente de Hispania       o Britannia, al mismo tiempo que en Iudae o en Syria.  ¡Sería maravilloso, Apóstol Mateo!; y eso es lo que me propongo hacer en el “Christus Mandatus”, porque eso es lo que quiere Tiberio Iulius Cæsar, que haya una forma de resarcir el mal cometido; porque ‘Lo hecho, hecho está’, como dijo mi estúpido subordinado Poncio Pilatus en ocasión del ‘juicio’ de Iesus Nazarenus; y eso, no podemos remediarlo como tal.
       Yo no tengo esos vastísimos conocimientos que dice Veritelius; además, ‘nosotros’ tenemos ya un plan de ejecución de nuestra labor. Me dice.
       ¡Claro que los tiene, Apóstol Mateo!  Yo sé que los tiene, y Usted sabe que yo lo sé; insisto en mi planteamiento.  Sé que estudió en las mejores Yeshiva para Escriba, pero harto de las confrontaciones estériles entre fariseos y saduceos decidió dedicarse a algo tan diametralmente opuesto como la Recaudación de Impuestos para el Imperio Romano; hasta que el Divino Rabbuni le llamó, Leví de Cafarnaúm, Hijo de Alfeo.
     Usted sabe que se eso y muchas cosas más y yo jamás he estado en          Cafarnaúm, Apóstol Mateo, simplemente he sido informado; o como   decimos en el Imperio Romano: ‘aliquem alicuius rei’, o lo que es lo         mismo, estar bien informado.
     Además, El Parâclitus también obrará su parte, ¿no es así?  Escribir no está en contra del plan que Ustedes tengan, al contrario, les ayudará    muchísimo a realizarlo más eficazmente.
       Sin lugar a dudas, como siempre, el Señor ha escogido bien; se voltea el Apóstol a decirle a los de su lado izquierdo en la mesa; estamos en presencia de un “Apóstol Gentil” para beneficio del Evangelîum, también con cosas ‘buenas y nuevas’ para su multiplicación.
       Para mí, eso significa que acepta, lo cual le agradezco infinitamente, Apóstol Mateo; le respondo de inmediato.  No sabe el gusto que me da poner a disposición de todos ‘ustedes’ los recursos autorizados por Tiberius Iulius Cæsar Imperator Maxîmum, para la difusión del “Christus Mandatus” en aras de la posteridad.  Todas las generaciones por venir podrán leer el sentir de su propia vida en ese maravilloso libro que Usted escribirá, titulado: “EL EVANGELIO DE IESUS CHRISTUS SEGÚN MATEO DE CAFARNAÚM”.  Usted escríbalo en Arameo para toda su gente; yo me encargaré de que sea copiado y traducido de inmediato en Latín y Griego para el resto del mundo. ¿Está Usted de acuerdo Apóstol Mateo?
       Lo estoy en principio, Veritelius; pero es algo que deben autorizar Simón Pedro y Los Doce, no solo yo.
       Las aprobaciones, mi queridísimo Apóstol Mateo, siempre vienen después de las decisiones tomadas. Le digo con mucho gusto; y le ordeno a Fidias: “–Nikko, que suban en el carruaje del Apóstol un millar de hojas de papiro y tinta y plumas suficiente para llenarlas de escritura –.
       ¡Al mandato, Tribunus Legatus!, responde el Centurión levantándose de inmediato para ejecutar la orden.
       Cada vez que Usted tenga diez hojas escritas, Apóstol Mateo, mándemelas, yo les daré el proceso de copia y traducción requerido. ¡Estoy feliz!, les digo y me levanto con la copa en la mano llena de vino para celebrarlo y grito: ¡Ave Divinus Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!  ¡Ave “Christus Mandatus”!  Los dos hombres del lado izquierdo de mi mesa, ni se inmutan; los demás responden suavemente: ¡Ave César, Ave Christus Mandatus!
       ¿Qué dije mal?, volteo mirando al Apóstol Mateo, consciente de que he hecho algo impropio, pues sus caras así lo demuestran.
       Divino, solo el Señor nuestro Dios, Veritelius; me corrige el joven Apóstol y me quedo inmóvil ante su respuesta, con mi copa en la mano.

Esto último ha sido como un balde de agua helada ante mi encendida desnudez de mi emoción; medito un poco respecto de la sorpresiva contestación y rápidamente me doy cuenta de la equivocación: teocráticos desde siempre, uniteologales, Discípulos del Hijo de Dios y ellos mismos sanctus, no puedo esperar otra cosa; antes creo que me ha ido bien, pues no han tomado mi desliz con arrebato y retirarse.  Queriendo borrar el incidente les digo:
       Hay mucho más de qué hablar, Fidelius y Cornelio; cuéntenme, qué debo saber yo de eso, le digo a los dos Centuriones.

Fidelio me narra detalladamente la ocasión en que conoció a Iesus Nazarenus en Cafarnaúm, cuando uno de sus criados había enfermado de repente y se había quedado paralítico; y cómo él, acercándose a Christus le había pedido que lo curara tan solo con decirlo.  “–Yo tenía mucha esperanza en que eso podría suceder, ya que realmente creía que él era el Hijo de Dios, pues obraba portentosos milagros con la gente, especialmente los más necesitados y los menos favorecidos. Y sucedió, Tribunus Legatus; mi criado se curó del todo.”
Mateo asienta todo cuanto el Centurión dice, pues sucedió en su pueblo cuando el Christus empezó su Ministerio en Galilea.  Y ahora es precisamente el Apóstol quien inicia su narración de cómo conoció a Iesus Nazarenus y cómo se hicieron amigos desde que él era pequeño en Cafarnaúm; de cómo platicaban todo lo que él aprendía en la Yeshiva de Hierosolyma, o en la Antioquia y hasta en la Éfeso, en Asia (allá donde es numerosa la diáspora iudaicus); y de cuántas diferencias había entre lo que los Rabbuni Fariseos o Saduceos interpretaban de la Ley y los Profetas para su conveniencia, y lo que realmente significaba de acuerdo con las explicaciones que le daba el Divino Maestro.  También explica su proceder al enlistarse al cuerpo de Cobradores de Impuestos que encabezaba Zaqueo de Jericó; y cómo éste le maldecía cuando hablaba del Christus, y peor aún, cuando le informó que dejaba todo porque el Señor le había invitado a seguirle.

Toca el turno a Cornelio, habitante de Cesarea de Palestina, quien dice que más de una vez oyó al ‘Mashiaj’ predicando el Evangelio, con esa impresionante voz que tenía, que todos podíamos escucharle y entenderle perfectamente, pues ya fuera en arameo en griego o en latín, siempre hablaba con mucha propiedad y dicción de erudito.
       Pero el Señor nunca habló en otra lengua que no fuera arameo, corrige el joven Apóstol Mateo al Centurión.
       Sí Rabbuni Mateo, yo mismo le escuché, apunta nuevamente Cornelio.
       Es verdad lo que dices, Cornelio, tú escuchabas en latín, pero el Maestro solo hablaba en arameo; es como ahora sucede con el Parâclitus nosotros hablamos en una lengua, la que fuese mejor usar de acuerdo a la concurrencia, pero ellos escuchan en la propia, de manera que puedan entender correctamente.
       ¿Es eso posible que suceda? Intervengo ante tamaña duda.
       Para Dios no hay nada imposible, Veritelius; avienta la tajante respuesta el Apóstol Mateo; así nos decía el Sanctus Rabbuni.

Después del incidente, el Centurio Cornelio continúa narrando sus experiencias y cómo es que él aprendió a orar, según les enseñaba Iesus Nazarenus, pero lo más extraordinario es cómo lo que él pedía al Padre (bien fuese para él mismo, su familia o sus amigos íntimos), se cumplía en cabalidad.
       ¿Cómo es eso, le pregunto, usted le pide ‘algo’ al ‘Padre’ y Él se lo cumple cabalmente?
       Sí, así es, Veritelius, se adelanta a responder el Apóstol Mateo; pero sus peticiones tienen que ser obras piadosas, hechos de bien absoluto que a nadie puedan afectar, aún como bien mismo; me explica.
       No entiendo eso, Apóstol Mateo, le digo.
       La Fe, Veritelius, me dice, no es algo que podamos o debamos entender; es simplemente algo que debemos creer en tanto Don de Dios.
       Sigo sin poder entender, Apóstol Mateo; le vuelvo a contestar.
       Así es, Veritelius, y así seguirá siendo en cuanto se use el entendimiento humano; pero cuando éste se subordina al Don de Dios, entonces se comprenden esas cosas imposibles de asimilar para el conocimiento de los hombres; me recalca el beatísimo Apóstol; pero yo sigo sin entender.
       Solo con Fe se accesa a Dios, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; me aclara el soldado.
       Pues entonces yo no tengo Fe, les digo.
       En efecto, Veritelius, no la tiene; porque no conoce a Christus y su Evagnelîum; me avienta otra el Sanctus Apóstol, de quien ya me estoy acostumbrando a su poco suave forma de enseñar.
       Pues por esa razón sería más que suficiente que Usted escribiera, Apóstol Mateo; para la instrucción de Iudaicus y Gentiles; de propios y extraños. Le respondo.

La cena terminó hace horas, ni siquiera me di cuenta cuándo; pero nosotros hemos seguido platicando con denuedo.  Todos pernoctarán en las habitaciones que tenemos en el edificio asignado al “Christus Mandatus”, todos no vamos a dormir, mañana será otro día, con el favor de. . . alguno de nuestros múltiples dioses; o de Uno Solo, el Solo Uno.
  
† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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