Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Marzo 9 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
29 de 130
Cesarea de
Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XIV
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
LA LLEGADA
OFICIAL
ZONA DEL PUERTO DE CESAREA DE PALESTINA
Dos
mil millas cuadradas es el área que cubre esta magnífica ciudad en honor de
Octavio César Augusto; tiene todo lo que uno pudiera desear para una ciudad
ideal: templos, edificios públicos, biblioteca, oficinas, teatro, casas
habitación unifamiliares y multifamiliares; acueducto, drenaje, baños con
termas; en fin, en todo pensó Herodes el Grande para animar a los romanos a
asentarse aquí de forma definitiva. La
muralla y las torres que rodean el perímetro de la ciudad son de más de seis
metros de altura y de cuatro millas de largo, dejando el resto del perímetro al
Mare Nostrum. El puerto y sus instalaciones, ni siquiera
Ostia las tiene como Cesarea de Palestina: faro, muelles, marina, dique de
fondeo, un largo espigón (para contener las mareas), de medio estadio de largo;
plazas de desembarco y de manifestación; instalaciones militares y
caballerizas; avenidas y calles empedradas tan parejas y bien niveladas, que no
importa la lluvia el sol o el viento, pueden ser usadas durante todo el año.
Diez
años se tardaron en construir esta “Pequeña Roma”, y además, solo para los
romanos; aquí no vive ni un solo iudaicus.
Es una ciudad fortificada que muy difícilmente podría ser arrebatada al
Ejército Imperial. En este lugar están
estacionadas dos Legiones completas y una división de ecuestres, lo que
conjuntamente son una fuerza de defensa y ataque muy completa. Por mar Roma está solo a diez días y por
tierra se cubre el territorio de Palestina en una jornada en caballo; bien sea
hacia Syria, en el Septentrio; o
hacia Ægyptus en la zona
Meridional. Aquí viven más de veinte mil
personas entre militares, las familias de muchos de ellos, comerciantes
relacionados con el Ejército Imperial y samaritanos que han querido aprovechar
toda esta modernidad construida para beneficio de la cultura de muchas
naciones. Creo que ni los romanos lo
pudimos haber hecho mejor, y este es apenas el primer puerto Iudaicus en toda su historia; tienen
cien millas de costa al Mare Nostrum
y ellos no son navegantes en lo absoluto. Muchas veces me pregunto qué pasa por
la mente del pueblo iudarum, porque sus decisiones a nivel nación, ciertamente
son incomprensibles.
Después
de la tormenta de ayer, la única que nos tocó durante todo el viaje, estábamos
más cerca de Sidón en Fenicia, que de Cesarea; el Præfecto Silenio ha tenido
que usar toda su experiencia para traernos a salvo durante la noche, hasta
fondear frente al puerto, y esperar la luz del día para poder atracar. Realmente creo que pasarán cientos de años
antes de que se puedan construir naves más versátiles, resistentes y confiables
como la “Liburna Christina”; estos
griegos son magníficos constructores de navis; de regreso a Capreæ pararemos en Canea, en Creta,
para felicitar a Sóstenes de Kirítis
por su sobresaliente obra.
Las
misivas citatorias para el Tribunus
Legatus de Asia, Lauro Pietralterra y para Poncio Pilatus, Procurador de Iudae, fueron firmadas personalmente por
Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum,
y entregadas de forma directa por la Guardia Pretoriana hace dos semanas; ellos
ya están aquí en Cesarea de Palestina y nos harán los honores de bienvenida
encabezando a las tropas del Ejército Imperial.
Estos son actos de rigor que deben realizarse, ya que ante todo está la
imagen de unidad que todas las fuerzas armadas y sus Jefes Supremos deben
reflejar ente propios y extraños; Tiberio César castiga muy severamente las
indisciplinas, sublevaciones o traiciones; y en la misma medida son Calígula y
Claudio. Dado que en esta ocasión no hay
población civil para la cual hacer ninguna forma de demostración, solo me
limitaré a revisar las guardias de honor; simple protocolo.
Por
supuesto que la situación es sumamente tensa, ya que mi visita no es una
‘cortesía’, ni se trata de una estancia común; siempre que alguien es designado
por el Emperador como Plenipotenciario en él, se puede estar seguro de que hay
problemas graves y que serán resueltos de inmediato sin importar puestos,
nombres o número de personas involucradas.
Desde hace una semana están estacionadas en este lugar mil Guardias
Pretorianos que reportan a mis órdenes directamente; son soldados del Emperador
de la mejor calidad de combate que uno pueda desear, como mis Centurios;
comprobada obediencia y fidelidad al Imperio; y capaces de morir en
cumplimiento de sus ordenanzas.
Los
excesos de poder, las maquinaciones perniciosas en contra del orden militar o
civil del Imperio Romano generan muy comúnmente estas ocasiones de tensión; si
en cualquier momento Poncio Pilatus, Procurador de Iudae o Lauro Pietralterra, Tribunus Legatus de Asia, con sus
tropas, quisieran contravenir alguna de mis instrucciones, se desataría un
enfrentamiento militar interno, una sublevación al mando, que solo podría ser
detenido con la eliminación mortal de ellos, o de nosotros, en su caso. Todos
lo sabemos, todos estamos a la expectativa de los acontecimientos, a la
reacción de cada uno de los involucrados; y esto se definirá al momento en que
yo desembarque y sea recibido por los Máximos Jerarcas en este lugar:
Pietralterra y Pilatus. Yo tengo que
presentarme armado y con mi escolta en orden de ataque inmediato, si fuese
necesario; ellos deben estar desarmados y sin acompañantes de ninguna clase. Si esto no se da, el enfrenta-miento es
inevitable, los guardias pretorianos empezarían a matar gente; primero los
hombres de mando y oficiales e inmediatamente después a tropas de segundo y
tercer rango, según se presente la oposición.
La “Liburna
Christina” está preparada para el combate con todos los hombres en sus
puestos de ataque. Si yo soy agredido,
herido o muerto, Tadeus, mi Asistente, tomaría el control militar hasta reducir
a los insurrectos o morir en su intento.
De aquí solo podemos salir victoriosos o muertos; ya no quedan más
opciones. Hay más de tres mil Soldados Legionarios en las Plazas de los Templos
y en los muelles, y sin embargo, el silencio es abrumador; el Præfecto de Navis
Abdera maniobra la embarcación entrando al dique de fondeo del puerto de
Cesarea de Palestina, deteniéndola en el lado izquierdo del muelle del faro,
con el costado a babor de la “Liburna
Christina” pegado a él. Descienden
presurosos seis de mis Centuriones y toman sus puestos; desembarco yo, y de
inmediato lo hacen Tadeus y los otros seis hombres de la escolta. Nos han dejado el muelle libre, pues Lauro
Pietralterra y Poncio Pilatus, nos esperan parados en la calzada principal que
se continúa exactamente con el muelle,
entre los Templos de Augusto César y Iuppiter. Detrás de ellos están las tropas
perfectamente formadas, a la dextra el Ejército del Procurador en cantidad de
dos mil hombres; a la sinistra la Guardia pretoriana que son mil. Todo parece conveniente, pues hemos atracado,
desembarcado y nos disponemos a ir hacia ellos y todo es favorable para
nosotros.
Yo
visto con el uniforme militar de gala que mi investidura demanda, con cathafracta y cassis de hierro pulidos a
reflejo; y crista de plumas y capa blancos; Tadeus porta el uniforme de
Præfecto Pretoriano en Mandatus, color gris.
Lauro Pietralterra tiene el mismo uniforme que yo, pero sin pulir, y ha
cambiado el color de su capa y cresta del casco por el púrpura, que es el mismo
rojo encendido que usa Poncio Pilatus en su carácter de General Magíster Legionario. Nadie más tiene nada blanco en sus insignias
en todos los que estamos reunidos allí, salvo yo; ese es el distintivo visual
preponderante. Yo podría ser fácil
blanco de un arquero o un ballestero, ese es el riesgo; sin embargo, todos los
presentes han de saber quién es el Pilus
Primus al Mando, quién tiene la supremacía del poder en el momento.
Marchamos
hacia donde ellos se encuentran y justo antes de llegar, se detiene mi escolta
cediéndonos el paso a Tadeus y a mí quienes nos detenemos a cinco pies de
distancia de nuestros ‘anfitriones’.
Éstos, en ese instante saludan:
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!, gritan a todo pulmón los dos
Comandantes, y nosotros respondemos:
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
–
¡Ave César
Tribunus Legatus Plenipotenciario Veritelius de Garlla!, me dicen como
distinción.
–
¡Ave César!, les contesto yo,
al momento en que se adelanta Lauro Pietralterra para saludarme con el abrazo
militar romano; siguiéndole al instante Poncio Pilatus.
–
Agradezco su
presencia en esta ocasión y en este lugar, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra;
le
digo a mi similar de mando, pero es mi
deber informarle que su estancia aquí ya no es necesaria por orden del
Emperador; no obstante, puede Usted permanecer el tiempo que juzgue necesario
en total inhabilitamiento de sus poderes en la zona militar. Será un honor para mí su compañía en tan
delicada encomienda que represento.
–
Solo permaneceré
el día de hoy, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, será un honor compartir
su presentación ante las autoridades de la Provincia de Iudae; me responde el
hombre, consciente de mis insalvables obligaciones y órdenes.
–
Le agradezco su
comprensión y consideración, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra; me siento muy
honrado.
Le contesto, al momento que volteo hacia Poncio Pilatus para decirle: –Usted me acompañará todo el tiempo,
Procurador.
–
¡Al Mandato,
Plenuspotenciarius!
Hay
dos cuadrigas, una de hierro con corceles blancos y otra de madera con equs
pura sangre, a las que subiremos para la revisión de tropas. Tadeus se va con el Tribunus Legatus Pietralterra, Pilatus conmigo. A paso muy lento el auriga que conduce nuestro
vehículo rodea todas las formaciones y columnas de las plazas para pasar
revista a las tropas. En todos los estandartes saludo. Aprovecho para informar a Poncio Pilatus de
la incómoda situación que nos involucra a ambos:
–
Procurador
Pilatus, ¿sabe la razón de mi estancia en Iudae?, le pregunto.
–
Sí,
Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, sí la conozco; responde él.
–
A partir de este
momento está usted bajo arraigo in situs, sin confinación y sin privación de su
libertad, condicionada a mis órdenes, Procurador Pilatus. Usted conoce perfectamente la metodología a
la que me refiero.
–
Sí, Señor, la
conozco,
responde el soldado.
–
De mi parte
serán respetados rigurosamente los procesos para este caso señalados,
garantizándose de mi parte y del personal que me apoya, sus derechos como
Ciudadano Romano, como Militar de Alto Rango del Ejército Imperial y como
Hombre Público con Encargo del Pueblo del Imperio Romano. El Emperador solo ha pedido: Honoris, Legis, Iustitia.
–
Y eso tendrá de
parte mía, Tribunus Legatus, me responde el Procurador.
–
La toma de
testimonios inician el día de mañana mismo, Procurador Pilatus; espero que esté
Usted presente, si es su deseo; le informo.
–
Aquí estaré,
Señor, para lo que Usted me necesite; pero quisiera permiso de su parte para
ausentarme de tales indagaciones, Señor; solicita el fiel soldado, en
obvio de su incomodidad.
–
Permiso
concedido, General Magíster Legionario, Pilatus, le respondo.
–
¿Todas las
personas citadas están bajo custodia, Procurador?, cuestiono.
–
Sí, Señor,
incluyendo a los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, responde él.
En
ese momento terminamos la revista de tropas y autorizo el toque con el cornus de órdenes, para el retiro en
marcha ordenada de las tropas, ante lo cual todos inician sus movimientos.
Han
dispuesto todo un edificio militar para nuestra estancia que durará varios
días, quizás semanas; será custodiado por mi escolta personal y los Pretorianos
que escojan mis Centuriones. Toda el
área será zona de acceso restringido desde el momento en que nos instalemos
allí; nadie podrá entrar sin autorización y nada de cuanto en ella exista podrá
ser removido por personal desaprobado, so
pena de castigo por motín o sedición militar; en pocas palabras:
encarcelamiento con aislamiento inmediato.
Hacia esas instalaciones nos dirigimos los tres militares en donde
pondremos claras las posiciones de mando.
Inicio con Poncio Pilatus:
–
General Magíster
Legionario Poncio Pilatus, a partir de este momento le son revocadas todas sus
atribuciones como Procurador de la Provincia de Iudae, por orden expresa del
Emperador Tiberio Julio César, de la cual entrego a Usted la misiva del
Mandatum al respecto.
Sin embargo, en la ‘forma’, esto es, a la vista de
propios y extraños, y por el bien
de la paz del Imperio en la zona de Palestina, continuará con dicha investidura hasta su remoción
definitiva.
Todos los asuntos militares serán atendidos y
resueltos personalmente por el
Tribunus Legatus Lauro Pietralterra o el General Legionario que él designe para tal encargo, quien deberá reportarse
a esta plaza de Cesarea de Palestina
de inmediato.
Por lo que
se refiere a asuntos de gobierno, políticos y de impartición de justicia, éstos serán tomados por el
Senador Silvio Bequani quien arribará a
esta ciudad dentro de diez días, esto es, cuando le entregue él mismo a Usted la inhabilitación, de parte del
Comité de Senadores para Procuradurías
Provinciales, a su Cargo de Procurador de Iudae, que el mismo Senado aprobó en su oportunidad.
Debe
quedar claro para ambos, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra y General Magíster Legionario Poncio Pilatus,
que en tanto no haya un nuevo Procurador
designado, todas las decisiones habrán de tener mi autorización como Plenipotenciario del Caso.
Respondo
sus dudas, en este momento, Señores.
–
¿Por qué será el
Senador Silvio Bequani quien tome esas responsabili-dades, Plenipotenciario
Veritelius de Garlla?
–
Como Usted sabe,
Tribunus Legatus Pietralterra, los Procuradores Provinciales son una encomienda
de gobierno que solo puede autorizar y revocar el Senado Romano; ellos han
decidido que sea él la persona quien momentáneamente se encargue de esos
asuntos. Además, en su momento el
Emperador Tiberio César así lo ha aceptado ya.
–
¿Cuál es mi
situación real, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla?, pregunta Poncio
Pilatus.
–
Usted tiene tres
opciones muy claras, Magíster Poncio Pilatus:
Primera – que renuncie al cargo de inmediato; lo
cual sería poco conveniente por lo
excesivamente conflictiva que se ha vuelto la zona bajo su mandato; amén del derramamiento inútil de sangre que ello
generaría.
Segunda
– que se inhabilite por
enfermedad o por incapacidad; dejando este
lugar de inmediato y aceptando un arraigo permanente en Roma.
Tercera – que
Usted mismo se quite la vida.
Sin embargo, debo manifestarle nuevamente que la
intención del Emperador Tiberio Julio César no es que usted muera, Procurador
Pilatus; lo que él quiere es que haya Honoris,
Legis, Iustitia; esto es, que se
realice el juicio que sea necesario para restablecer el Honor del Ejército
Imperial Romano; que se aplique el Derecho Romano en todos los afectados; y que
el pueblo romano y la Provincia de Iudae, gocen de los beneficios de la
justicia que están solicitando.
–
Yo no he
cometido ninguna de esas tres faltas, Plenipotenciario Veritelius de Garlla; refuta el
angustiado hombre ante mi tajante respuesta.
–
General Magíster
Legionario Pilatus, Usted tendrá el juicio que se merece, como militar y como
Procurador; así lo quiere el Emperador; habrá quien le acuse, que en este caso
seré yo mismo; y Usted podrá defenderse de dichas acusaciones.
El
silencio que se produce en el recinto privado en el que nos encontramos es
impactante; ni siquiera se puede escuchar la respiración de cada uno. Rompo el desagradable momento haciendo la
última pregunta.
–
¿Alguna cuestión
más, Señores?,
les digo, haciendo una muy breve pausa. Si
no hay ninguna, esta reunión termina. ¡Ave
César!; y me levanto para despedirles, respetando su investidura.
–
¡Ave César!, me responden
ambos y se retiran.
Esta
Historia la hemos empezado a escribir solo militares y no hemos derramado una
sola gota de sangre. ¡Honor a Martis! Quedará claro que también en la militia nos entendemos con palabras de
razón, no solo con las armas; aumentando así el honor y la gloria Castrense.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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