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jueves, 22 de marzo de 2018

V.G. - 31 - Audiencias y Declaraciones (II)


Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Marzo 23 del 2018.

DEL LIBRO
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
31 de 130


Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XV
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

AUDIENCIAS Y DECLARACIONES II

Por supuesto que yo sabía que estos dos religiosos no se iban a presentar; lo que el hombre de las gradas dijo, es exactamente la forma de pensar de esta gente.  No habrá otro lugar en donde se celebren estas audiencias; no habrá otra oportunidad para nadie de mofarse del Derecho Romano. 

O se presentan, o caerá sobre ellos todo el peso de la Legis Romana. Pilato les informará por orden mía y les hará saber sus cargos y consecuencias.
       Tiene la palabra el Presidente de la Sesión de Declaraciones.
       Gracias, Señor Secretario, le digo, e inicio mi participación.
       Hace exactamente ciento once días, esto es, el XXVI de Martis del XX Año del Reinado de Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum, se celebró en Hierosolyma, en la Provincia de Iudae, un ‘juicio masivo’, impropio e irreverente para la Legis Romana; el ‘juez’ de dicho ‘juicio’, fue en persona el Procurador de Iudae, General Magíster Legionario Poncio Pilatus.  Los ‘acusadores’ estuvieron encabezados por Anás y Caifás, dos de los Sumos Sacerdotes del Pueblo Iudaicus, quienes hoy han perdido una valiosa oportunidad para establecer sus posiciones.  En el tal ‘juicio’, se condenó a muerte por crucifixión a Iesus Nazarenus, la muerte reservada a los criminales y asesinos más viles para el Imperio, sin saber exactamente el crimen que Iesus Nazarenus hubiese cometido y por el cual se le hubiese condenado a la pena capital.
     En el transcurso de estos días, el Emperador Tiberio Iulius Cæsar ha           recibido, consternado y preocupado, el reclamo de muchos Ciudadanos Romanos de diversas Provincias del Imperio, que se han visto afectados   sobremanera y que demandan se aplique la Iustitia Romana en este asunto tan turbio y escandaloso.
Mi mandato, de parte de nuestro amado Emperador, es revisar la improcedencia de tal ‘juicio’ y juzgar, si fuese necesario, a los que hayan cometido alguna violación grave ante la Legis Romana, a fin de que la tan anhelada Iustitia sea aplicada.
     Este juicio será llevado al cabo una vez que se cuenten con todos los       argumentos requeridos para el mismo.  Yo he leído, considerado y      analizado cada situación reseñada en el Acta de Juicio respectiva; así   mismo, tengo en mi poder once declaraciones escritas y firmadas de      algunos de los afectados por la muerte de Iesus Nazarenus.
Esta Audiencia de Declaraciones tiene por objeto asentar, con las manifestaciones que los citados asistentes hagan, pruebas de inocencia o       culpabilidad que pudiesen detectarse.       Les recuerdo a los declarantes          que todo cuanto aquí expresen será tomado como verdadero, pues sus          declaraciones las hacen bajo juramento ante el César, que opera su poder      en mi persona.  Cualquier mentira o falsedad que haga incurrir en error al juez del juicio por venir, será severamente castigada. Sus declaraciones al menos deberán contener las siguientes manifestaciones:
·        Cuál fue su participación directa en los hechos ocurridos el XXVI de Maius del XX Año de Reinado de Tiberius Iulius Cæsar.
·        Cuál es su opinión respecto del ‘juicio’ y del reo Iesus Nazarenus.
·        Después de ese día, su vida se ha visto afectada de alguna forma o por algún evento significativo.
         Podemos iniciar, señor Secretario de la Audiencia.
       A cada llamamiento, remarca el Secretario, el declarante deberá pasar al estrado y jurar en nombre de Tiberio Julio César, Emperador Máximo, que sus palabras serán verdaderas.  Pase Ilarius Cafarta.

       Yo, Ilarius Cafarta, Militar Administrativo, Secretario de las Cortes Civiles y Militares en la Sesión del Juicio de Iesus Nazarenus, juro en nombre de Tiberio Julio César que mis declaraciones serán verdaderas.
       Soldado Secretario de Cortes Cafarta, ¿notó alguna anomalía en el ‘juicio’ a Iesus Nazarenus? Le pregunto al hombre.
       Sí, Tribunus Legatus; fui llamado muy temprano en la mañana, como a la hora segunda, para tomar nota de un juicio que se desarrollaría de inmediato en la Fortaleza Antonia en Hierosolyma; normalmente no se celebraban sesiones ni en ese lugar ni a esa hora. 
     Me pareció muy extraño además, que una gran cantidad de gente estuviese reunida justo a la entrada de la Fortaleza, sobre la escalinata      frontal y que no hubiesen sido recibidos en el Patio de Armas, en la parte     superior del lugar.  Pero lo más extraño es que estuviesen allí los Sumos       Sacerdotes Anás y Caifás encabezando a la multitud. 
     Cuando llegué al lugar, el juicio aún no empezaba, pues el Procurador Poncio Pilatus no les recibía.  Sin embargo, noté a toda la gente muy   exaltada, como que llevaban mucho tiempo con el asunto.  Y finalmente,        los más extraño de todo es que el reo fuese Iesus Nazarenus, quien       mostraba señales de una golpiza evidente.
       Secretario de Cortes Cafarta ¿cuál es su experiencia en esa función? Le cuestiono al oficial.
       Veinticinco años, Tribunus Legatus; yo quise estudiar Derecho Romano, pero nunca tuve la oportunidad; cuando me asignaron a esta labor me di por bien servido en mi destino.
       Ciertamente en ese tiempo ha oído y escrito muchas audiencias, soldado Cafarta; ¿cuál es su opinión profesional, en lo que Usted hace, sobre el juicio a Iesus Nazarenus y qué cargo acusatorio asentó en el Acta?
       Poca contundencia en las acusaciones, demasiada presión hacia el Procurador de parte los acusadores y falta de apego a la Legis Romana, Señor, Plenuspotenciarius.  El cargo fue sedición, Señor.
       ¿Conocía usted a Iesus Nazarenus y lo calificaría como sedicioso?
       Le vi varias veces en Hierosolyma, siempre que llegaba a la ciudad, mucha gente le seguía; y algunos íbamos a verle por curiosidad.  Creo que era un hombre de bien y no creo que haya realizado actos de sedición contra el Imperio Romano.
       Si Usted hubiese sido el juez, Secretario Cafarta, ¿qué hubiese decidido como castigo para Iesus Nazarenus, la muerte por crucifixión?
       No, Señor, a lo más le hubiese encarcelado, pero nunca la pena capital.
       ¿Su vida, Secretario Cafarta, ha cambiado de entonces a hoy en algo?
       Sí, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla; mi hijo menor es uno de los llamados ‘Discípulos del Señor’, que seguirá los mandatos del Christus hasta sus últimas consecuencias.  Él es un Ciudadano Romano que ha decidido predicar el Evangelio, como él le llama, y eso, cambiará mi vida.
       Gracias, Secretario de Cortes Ilarius Cafarta.

       Preséntese a declarar el Centurión Romano Régulo Stabilus.
       Yo, Régulo Stabilus, Centurión Legionario de la Guarnición Romana en Guardia en la fecha, hora y lugar citados.
       Centurión Legionario Régulo Stabilus, interrumpo al militar en su presentación, ¿por qué no ha venido a esta Audiencia de Declaraciones con su uniforme Militar Romano, sino de túnica y toga?
       Porque ya no soy Centurión Legionario, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; solicité mi retiro del Ejército Imperial y me fue concedido. 
     Ahora soy Discípulo del Señor Iesus Nazarenus, a quien quiero ofrendar          la vida que me sobra para la remisión de mis pecados; que ni aunque    volviese yo a nacer y viviera una vida de sacrificio para Él, pagaría la infamia de haber dirigido a los hombres que lo llevaron al martirio en el       Calvario; ese horripilante lugar que hay en Hierosolyma que para mí   siempre será lugar de maldad.
Hemos matado al Hijo de Dios, Tribunus Legatus, le dimos muerte de la          forma más denigrante que pudimos haber escogido; le hemos tratado      como a un miserable criminal y era la perfección de la bondad que alguna     vez se haya hecho hombre.  Solo su infinita misericordia, a la cual me     apego con todo mi corazón y arrepentimiento, podrá perdonar el demonismo de nuestros actos.
     Nos dejamos llevar por Satanás, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla,         nos invadió con su maldad y solo hicimos cosas detestables y denigrantes contra el Hijo de Dios. (El fortísimo hombre ha empezado a sollozar cual niño, realmente adolorido por los sucesos que narra).  Todos fuimos presa fácil del Demonio y a todos nos usó la malvada creatura.
Nada, señor, absolutamente nada hicimos para ayudar a Iesus Christus de       las garras del Príncipe de las Tinieblas; todos seremos juzgados por la         Historia y por la gente de todos los tiempos y, cada vez que pienses en nosotros, seremos hallados culpables de la infamia cometida.  Solo la     Misericordia de Dios podrá ampararnos, Tribunus Legatus.
¡Si Usted quiere que yo ofrende mi vida por Iesus Christus, señor, en este          momento lo hago! ¡Pero quiero ser perdonado del pecado que he cometido!  ¡Malditos sean los que le condenaron a muerte! ¡Y malditos seremos nosotros, los que ejecutamos tan miserable orden! (Justo en este      momento, en que el llanto del desdichado hombre ya es incontrolable, uno      más de los citados empieza también a soltar gritos de dolor por lo que   escucha; es Cassius Pomeo, que también formaba parte de la escolta de         guardias; pero Régulo continúa). 
¡Sí, Señor Iesus Christus, somos pecadores!  ¡Perdónanos, Señor, solo Tú          puedes perdonarnos! Y rompe en un estruendoso llanto que          impresiona y       enmudece a toda la concurrencia.

La escena ha sido por demás dramática, algunos de los asistentes han descendido por las escalinatas para levantar del suelo a Régulo Stabilus, quien de bruces al piso y con los brazos extendidos en cruz, llora desconsoladamente, gritando: “¡Señor, pietâtis nos!, ¡Christus, pietâtis nos!, ¡Deus, pietâtis nos!”  Dejo que atiendan al infortunado y dolido hombre, aprovechando para un receso de la sesión.  Nadie abandonará el recinto; en el vestíbulo habrá alimentos y vino.

Estoy realmente impresionado con los sucesos que he presenciado en esta audiencia. Por supuesto que estoy seguro que son auténticos y además con-movedores; algo similar a lo sucedido en Apollonia, pero en este caso mucho más dramáticos.  En verdad que Iesus Nazarenus tenía una atracción muy especial, sin contar con sus maravillosos poderes; pero Régulo le ha subido el rango, y por mucho, le ha llamado “El Hijo de Dios”.  Ahora recuerdo que en los resúmenes que hemos hecho de la Biblos Hebraicus, se habla del Hijo de Dios; como nuestros Hércules, Eneas y Mercurius; o como Hebe, Ares y Hefesto de los Helénicos.  Si todo esto es cierto, los iudaicus estarían viviendo un tiempo de verdadera bendición, pues el Hijo de su Dios bajó al mundo, pero éstos no le reconocieron y le han matado.  ¿O, fuimos nosotros los romanos?

Continuamos la Audiencia de Declaraciones con el anuncio pertinente del Secretario de la misma:
       Pase a declarar Brutus Astate.
       Brutus Astate, Soldado Legionario Jefe de la Guardia de Castigos, en la fecha y el lugar citados; juro en nombre de Tiberio Julio César que mis declaraciones serán verdaderas.
       Jefe de Guardia Astate, ¿cuál fue su participación en el proceso del juicio de Iesus Nazarenus?
       Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, primero que otra cosa yo diga, quiero, si Usted me lo permite, y asiento haciendo un movimiento con mi cabeza, decirles a todos los aquí reunidos que yo no soy el culpable de lo sucedido a Iesus Nazarenus en la ‘Columna de la Infamia’ en la Fortaleza Antonia en Hierosolyma; que yo recibí la orden del General Legionario Asistente del Procurador, quien ya ha muerto, de que “… propiciara al reo un ‘castigo ejemplar’, como para conmover a los que quieren matarle y no sea necesario crucificarle.”
       Soldado Astate, interrumpo al hombre, esta no es una Sesión de Juicio, es solamente una Audiencia de Declaraciones; usted no tiene que ‘justificar’ ninguna de sus acciones, solamente ha de mencionarlas. ¿me entendió?
       Sí, Tribunus Legatus, he comprendido.
       Ahora, solo conteste mi pregunta, induzco al declarante.
       Con la orden recibida, Señor, escogí a los mejores hombres para hacer el trabajo, así como los instrumentos más apropiados para ello; sin embargo, yo hubiese querido que las cosas fueran diferentes, pero el reo era un hombre con una fortaleza física extraordinaria.  Cualquiera otro se hubiese vencido en la primera tanda de golpes.  Y aunque estaba atado a la ‘infâmis columna’,  siempre volvía a ponerse de pié, Señor.
       ¿Cuántos azotes ha de proporcionar a un hombre según los métodos establecidos para ello en el Ejército Imperial Romano, Soldado Astate?, le pregunto al aterrorizado hombre.
       Doce, Tribunus Legatus, me responde.
       ¿Cuántos le proporcionaron a Iesus Nazarenus, sus hombres, Brutus?
       Más de cuarenta, Señor; pero es que el reo era sumamente fuerte, Señor; y el General Legionario había pedido ‘un castigo ejemplar’, Señor.
       ¡Y vaya que se lo dieron, Brutus!, le digo; ¿recuerda Usted a Simón de Cyrene, Soldado Astate?
       Sí, Señor, sí le recuerdo; fue el hombre que ayudó a Iesus Nazarenus a cargar la cruz hasta el Calvario.
       Pues me he entrevistado con él, Brutus y éstas son algunas de sus palabras:
              “No llame simplemente ‘exageración’, a la vejación de un ser                       inocente, Tribunus Legatus; llame por su nombre a los actos                        asesinos cometidos por sus Legionarios, ante la Santa Humanidad                        del Hijo de Dios y con la complaciente actuación del Procurador                 Poncio Pilatus.  No minimice los hechos de brutalidad excesiva,                        con palabras que encubren la magnitud de la infamia y la                              incompetencia de sus hombres.  Cuarenta latigazos amarrado a su                        bien llamada ‘columna de la infamia’; en donde su propia legis,                  Tribunus Legatus, solo acepta se aplique doce golpes a un                           condenado a muerte.  Su espalda, toda ella; sus brazos, sus piernas                  y hasta su propia cara estaban lacerados por los desmesurados                      golpes recibidos.  Todo su Bendito Cuerpo era carne viva, abierta                          por la maldad de los latigazos que soportó; no había ni siquiera un             palmo en donde pudiese uno tomarle para ayudarle y no lastimar                       sus Benditas Llagas . . .”;
     ¿Qué respondería a eso Soldado Brutus Astate?
       Tendría yo que explicarle, Señor; responde el irreverente hombre.
       ¡Explíqueme a mí Astate!, ¿quién le dio a usted o a cualquier soldado Legionario el poder para contravenir las instrucciones de los métodos de castigo aprobados por los Comandantes Supremos del Ejército Imperial Romano?, ¡Respóndame eso!, Soldado Brutus Astate; le digo eufórico.
       Nadie, Señor, es que yo recibí una orden específica a ese respecto.
       El cumplimiento de las órdenes, Soldado Astate, no le libera a uno de los actos criminales o moralmente inaceptables.
     Usted deberá comparecer en el Juicio contra Poncio Pilatus. Dese por    informado y notificado.  Puede retirarse.

       Preséntese a declarar Cassius Longinus.
       Cassius Longinus, ex Soldado Legionario de la Escuadra de Reos en la fecha y lugar citados, juro por Iesus Christus que lo que declare será verdad.
       Le recuerdo al declarante, dice el Secretario, que el juramento. . .
       Deje así, señor Secretario de la Audiencia; le digo interrumpiéndole. Adelante, Ciudadano Cassius Longinus, le digo al civil de túnica y toga.
       Iesus Christus, el Hijo de Dios Vivo, era verdaderamente un sanctus, un hombre sin mal en su interior, el único humano sin pecado; yo al igual que Régulo, mi hermano en Christus, imploro su clemencia y su perdón.  Hace un mes quise quitarme la vida, pero no puede; ya no quería seguir viviendo porque no soporto los tormentos de ver al Señor muriendo en la cruz, una imagen que sueño todos los días.  Pero Simón Petrus, uno de los Apóstoles, a quien he visto, me dijo algo que me ha animado a vivir,  y ahora por muchos años, si fuese necesario.  Él me dijo:
-         “Cassius Longinus, si tanto apena tu corazón y tu alma el pernicioso proceder que tuviste en la muerte del Señor Iesus Christus, sufre esas penalidades en ofrenda de las que él sufrió sin merecerlas; limpia tu alma con el tormento de su recuerdo, para que sea bálsamo para tu paz interior en Iesus Christus.”
         Esto significa, y estoy de acuerdo en que así sea, que cuanto más sufra yo         este constante recuerdo de su muerte, más purificaré mi alma para        alcanzar su perdón.
         Nunca más seré soldado de nadie que no sea de Christus; solo por Él     viviré y sufriré predicando su mensaje, el cual aún he de aprender.  Meditaré sus divinas frases en la cruz, hasta que logre comprenderlas y   sean parte de mi vida, de mi forma de ser.  Sus benditas Siete Palabras.
         - Cuando nosotros le vejábamos; Él dijo: “Padre, perdónalos, porque no                  saben lo que hacen” (I).
         - Cuando los malhechores y nosotros le escarnecíamos por no poder       salvarse de su muerte, al arrepentido le dijo: “Hoy estarás conmigo en el         Paraíso” (II).
-  Cuando su Bendita Madre María, con su fiel Apóstol Juan, se acercó a         la cruz para consolarle, Él mandó: “Mujer, ahí tienes a tú hijo’; y a él le     señaló, ‘Ahí tienes a tu Madre” (III).
         - Cuando instigábamos su Santo y paciente proceder, Él simplemente      volteó al cielo, de donde había venido y dijo: “Dios mío, Dios mío ¿por      qué me has abandonado?” (IV).
         - Cuando nuestra infamia alcanzó niveles infrahumanos, Él nada más    murmuró: “Tengo sed” (V); y nosotros nos mofamos dándole vinagre y          hiel, para escarnecer más su sufrimiento.
- Cuando ya más nada de maldad se nos ocurrió, pronunció su más severa      frase: “Consumatum est” (VI).
         - Y finalmente justo antes de expirar, oró por última vez, diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (VII).
         Hoy no las entiendo, pero las meditaré y con su ayuda comprenderé su   significado y la razón por la que yo, precisamente yo, el más pecador de   todos cuantos han nacido, las escuché.  

Todavía me quema Su Preciosísima Sangre, ésa que me roció desde la    cruz cuando          Régulo me pidió que comprobara que ya había muerto.        Todavía arde en mí el fuego purificador de su holocausto.
¡Perdóname, Señor Iesus Christus!, termina llorando con angustia el      arrepentido hombre, hincado y con sus brazos abiertos en forma de cruz.

Este hombre, que padecía una deficiencia muy grave en su vista (lo que era motivo de burla de todos); cuando traspasó a Iesus Christi con su lanza, su cara fue rociada con el agua y la Sangre del Salvador que brotó del cuerpo y recuperó la vista en su totalidad. Un milagro, evidentemente, una más de las sanaciones maravillosas que logró el Christus.
.  .  .

Yo pensé encontrar en estos recios hombres, Soldados Legionarios del Imperio Romano, las declaraciones que requería para inculpar a Poncio Pilatus en su irresponsable proceder como Procurador de la Legis Romana y lo he encontrado; pero para mi sorpresa, también he encontrado testimonios de Fe tan sinceros como valiosos.

       Preséntese a declarar José de Arimatea.
       José de Arimatea, Miembro del Sanedrín Iudaicus y Ciudadano Romano por derecho propio; juro por Christus que cuanto declare es verdad.
       Ciudadano José de Arimatea, le agradezco su estancia en esta Audiencia de Declaraciones, la cual, como Usted sabe, tiene la intención de reunir toda la información posible de fuentes fidedignas, para el Juicio en contra de Poncio Pilatus, por la falta de jurisprudencia aplicada en el Juicio de Iesus Nazarenus. ¿Conocía Usted a Iesus Nazarenus?
       Sí, Tribunus Legatus, le conocí hace diez años solo por casualidad y siendo Él muy joven; su padre era un excelente carpintero que vivía en Nazará, un pequeño pueblo al Septentrio de Arimatea, cruzando Samaria, a quien le pedí me hiciera todos los trabajos de carpintería de la casa que estaba construyendo, en ocasión de mi próximo matrimonio.
En ese tiempo yo pasaba más días en la Yeshiva de Yerushalayim, en      donde estudiaba para Escriba con el Rabbuni Gamaliel, que en Arimatea,        y sin embargo, José de Nazará hacía perfectamente todo el trabajo, aún          mejor de lo que yo hubiese pensado. 
     Una ocasión que Iesus Christus acompañó a su padre, platicamos      ampliamente de asuntos de la Ley y los Profetas y me admiró mucho el      conocimiento que tenía al respecto (pues siendo hijo de un carpintero y   sin haber asistido jamás a una Yeshiva, Él no debería saber tanto sobre   esos asuntos, pues es menester estudiarlos con un Rabbuni), por lo que   iniciamos una amistad sincera que siempre fue utilizada abiertamente. 
En más de una ocasión, durante siete años, el Señor Iesus Christus me    demostró el desacierto que teníamos en la Yeshiva acerca de nuestras      deducciones respecto del ‘Mashiaj’; y cuando Él inició su ministerio a mí me quedaron muy claras sus observaciones al respecto.
Muchos de los que estudiábamos con el Rabbuni Gamaliel, como Misael          de Cafarnaúm, Saulo de Tarso y el mismo Leví, a quien Christus escogió     como uno de sus Apóstoles cuando era Recaudador de Impuestos para su      Imperio (y al cual llamó Mateo, una gran distinción pues ese nombre      significa Don de Dios), tomamos diferentes posiciones respecto a Iesus   Nazarenus como el Mashiaj.
     Quizás muy tarde, es cierto, pero para mí no hay más duda acerca de su      Divina Presencia entre nosotros.
       Ciudadano José de Arimatea, ¿cuál es su opinión respecto del Juicio de Poncio Pilatus a Iesus Nazarenus?
       Que como tal, este nunca existió.  No hay absolutamente ningún indicio de Juicio en apego a la Legis Romana; Poncio Pilatus solo se limitó a ‘oficializar la muerte de un sujeto indeseable y peligroso para los Jerarcas del Sanedrín’, especialmente los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, que en apoyo a lo que yo opino de ellos, baste su desacato ante la ausencia de sus personas en esta Audiencia convocada por Usted, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla.
       ¿Por qué solicitó Usted el cuerpo de Iesus Nazarenus para sepultarlo?
       Porque era mi amigo, mi Rabbuni y mi guía espiritual; en una palabra, Iesus Nazarenus era mi Señor; además, solo a mí me lo daría Poncio Pilatus (porque yo pagaría la gran cantidad de dinero que ello representaba) y por mi posición en el Sanedrín.  Además de ello, yo ya no podía seguir permitiendo más deshonras en su persona humana; pues gracias a Dios, Su Persona Divina, nunca fue tocada.
     Hoy soy uno de sus discípulos, sujeto a las disposiciones que me ordenen          los Doce Apóstoles, que son los guías que él designó para la continuidad          de su Evangelio; y me pesa mucho no haber actuado en todo cuanto yo      haya podido haber hecho en beneficio de Iesus Christus, Señor y Dios nuestro.  Que el Señor me perdone.
       Le agradezco nuevamente su presencia, Ciudadano José de Arimatea, su declaración tiene para nosotros un gran valor y la utilizaremos en bien de las causas que nos ocupan. Le digo al conmovido hombre.

       Se advierte a toda la concurrencia, dice el Secretario, que el orden debe ser respetado y guardado con integridad durante todo el tiempo de la Audiencia de Declaraciones, en caso contrario, la sala será desalojada por los guardias. (En ese momento se percibe la movilización de media Centuria de Soldados Legionarios en el interior del recinto, tomando posiciones en todo el lugar).
    
     Preséntese a Declarar su Excelencia Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea; llama el Secretario.

El hombre es por demás desagradable hasta en su persona: es obeso, afeitado y con cosméticos en toda su cara (lleva pintura en sus ojos, nariz y boca), excesiva-mente afeminado en sus ademanes, expresiones y habla; porta más adornos y pendientes en oro que los que serían capaces de lucir diez mujeres juntas; y viste de manera tan extravagante, pero con finísimas telas, que nadie sería capaz de imitarle siquiera. 
       Por supuesto que declararé en juramento a Tiberius Iulius César, Divinus Imperator del Imperio Romano; para mí es un honor.  En todo cuanto el César me ordene, yo siempre estaré dispuesto a hacerlo.
     Soy Herodes Antipas, Hijo de Herodes el Grande, Rey de Judea, Galilea,          Perea, Idumea, La Decápolis y Samaria; por lo tanto, yo, heredero por         derecho a reinar sobre todos esos territorios, que algún día tendré.
       Excelencia, ¿Conoció Usted a Iesus Nazarenus y si ese es el caso, podría darnos su opinión respecto de Él?
       Le vi una sola vez en mi vida, Tribunus Legatus, porque nunca atendió mi llamado ni mis invitaciones a palacio; era un hombre ‘muy obstinado en su trabajo’ y nunca tuvo tiempo para mí.
      La vez que le vi, fue el mismo día en que esos usurpadores Sumos Sacerdotes, que ahora rigen los destinos religiosos de la pobre nación de Iudae, lo llevaron de muy mala forma, al palacio que mi padre construyó      en Hierosolyma, en donde yo me encontraba, para que yo le juzgara y lo         condenara a muerte.
     Lo primero que les dije es que estaban locos; que si bien el hombre era   galileo, yo no tenía ningún poder para juzgarle en territorio de Iudae, en   Yerushalayim específicamente, que es donde nos encontrábamos todos   para la celebración de la ‘Pesah’, nuestra gran Fiesta de la Liberación;        que si querían que yo lo juzgase, lo encerraran y lo llevaran a Tiberíades    en donde sería juzgado cuando yo regresase. 
     Pero también les dije que condenarlo a muerte ni lo soñaran, que no iban        a cargar sobre mí la muerte de otro Profeta, pues todo mundo me achaca       la muerte de Juan el Bautista, cuanto que fue Herodías la que lo ordenó,      yo lo tuve preso, pero esa malvada mujer lo mandó decapitar.
     Bueno, el caso es que así todo, yo le pedí a Iesus Nazarenus que hiciera uno de sus milagros en mi presencia, y ni siquiera me volteó a ver; qué       digan hablarme o ejecutar lo que yo le pedía; ¡no, no, no!, qué hombre       tan desobediente con la autoridad.
     Pero los malvados Anás y Caifás, querían verle muerto; porque a ellos no        les convenía que un hombre como este ‘Mashiaj’ permaneciera vivo; ya lo        dijo el Reverendus Joshua de Armatea, sus Sumos Sacerdotes lo tenían         por ‘indeseable’; yo digo que había ‘demasiados intereses y jugosas ganancias que podían perderse’.
     Iba muy golpeado el pobre hombre, se veía peor que un muerto de mil    batallas; me dio tanta pena que hasta le regalé uno de mis vestidos para       que Él lo usase.  Y de allí se lo llevaron otra vez ante el Procurador.
     Nunca antes le había visto en persona, por eso me alegré tanto de verle   cuando me lo llevaron; pero jamás pensé que fuese eso lo que ellos    querían, que yo lo condenara a muerte.
     A mí me parecía un buen hombre; y su fama, ni qué decir, en toda Galilea       no se hablaba de otra cosa, que de Iesus Nazarenus; hasta los zelotes          pasaron a segundo término de popularidad, Tribunus Legatus.
       Le agradezco su intervención Excelencia, Herodes Antipas, Tetrarca de Galilea y Perea, le digo al singularísimo personaje, en tanto se levanta como un pavo real, dirigiéndose a su lugar original y diciéndome:
       Gracias a Usted, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, por la invitación a esta Sesión. Ya no contesto más nada. 
       Agradezco a todos los declarantes su participación en esta Audiencia; digo a todos para finalizar la sesión.
        Se cierra la sesión, dice el Secretario.

Antes de que cualquier cosa suceda, me apresuro a revisar el valiosísimo trabajo de los scriptôris para revisar sus notas.  Aquí todos somos importantes, remeros, soldados, emissarii, Centuriones, todos tenemos una labor que desempeñar en el “Christus Mandatus”. Ellos han registrado cada palabra de lo que aquí se ha dicho; esto es algo que debe analizar Tiberius Iulius Cæsar con su grupo de ‘especialistas’.  De inmediato a copiar cada  Declaratoria escuchada; un tanto para mí, otro para el Emperador.

La cena con las dos personalidades que tengo entre los declarantes es inevitable, por lo que he dispuesto todo para su atención; tanto Herodes Antipas como José de Arimatea son gente conocida por los iudaicus y ambos tienen, en diferente circunstancia, un grupo numeroso que les aprecia y otro que les detesta.  La clase religiosa de los fariseos no tiene buenas relaciones con Herodes, por quien sienten un desprecio muy particular debido a su ‘paganismo’, esto es, demasiado apegado a Roma, además de muy complaciente ante todas sus diferencias respecto de la teocracia de los iudaicus; no es un gobernante apreciado y como su ámbito de poder se limita a Galilea y Perea, los Sumos Sacerdotes del Sanedrín nunca le toman en cuenta para sus decisiones.  Por otra parte, José de Arimatea pertenece a este otro bando de ‘influyentes’ que quieren preservar las tradiciones del Populus Hebraicus sobre todo cuanto exista.

Ambos manejan una posición de conveniencia en tan distantes posiciones y ambos transcurren entre los vaivenes de sus diferencias; Herodes no es aceptado del todo por el Imperio Romano, pues es un sujeto incapaz de gobernar; y José de Arimatea no es bien querido por los ortodoxos del Sanedrín, por ser de ideas ‘demasiado abiertas’ ante los cambios que demandan las circunstancias.

Así pues, los antagonismos estarán presentes en cualquier cosa que hablemos, una situación poco propicia para una cena oficial; de cualquier manera, la atención tengo que darla y así se hará, porque así debe ser el protocolo de mi estancia en este lugar.


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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