Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Febrero 9 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
25 de 130
Capreæ Novus Villa
Garlla, en Familia
Iulius V
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
El
recibimiento de Tiberius Iulius Cæsar es espectacular, han traído una
gran cantidad de músicos que tocan en correcta armonía; los hay en barcas en
plena bahía, otros están en el gran muelle en el que atracaremos; también han
puesto en la parte superior en donde se ubica el Palacio Meridional del
Oriente. Además, hay flores en todo el
recorrido, desde el muelle y por todo el camino hasta la cima del enorme
acantilado, Por supuesto que lo que quiere es agradar a Lili, mi esposa, y a
las pequeñas hijas; este hombre si algo tiene, es saber dónde debe atacar y
cómo hacerlo; sus habilidades militares las usa en prácticamente todas sus
acciones de vida, familia, política y gobierno.
Cuando
finalmente alcanzamos la cima, las tres niñas pequeñas corren a saludar al
Emperador que nos espera sentado en su trono, en el pórtico de mármol blanco
del Palacio. Como las ve acercarse, hace
por tomarlas con sus brazos, pero ellas se arrodillan justo antes de llegar a
él y postran su cara al suelo.
–
¡Ave César,
Divino Tiberius!, le
dicen a coro, con sus candorosas voces.
–
¡Magníficus,
Verito, magníficus!; me
grita el Emperador pensado que el suceso ha sido una idea mía y la verdad es
que el más sorprendido soy yo, que volteo a ver a Lili con cara de pregunta.
Las
pequeñas se incorporan y se dirigen con suavidad ante el anciano César, quien
sin levantarse, recibe besos, caricias y abrazos de mis tres flores
humanas. Todos llegamos ante él y le
hacemos las reverencias que su investidura merece. Solo estamos delante del César la familia
Garlla, pues toda la demás comitiva ha esperado fuera del pórtico. Y empieza con su proverbial memoria y lucidez
a referirse a cada uno por su nombre:
–
¡Lili, la más
hermosa de las flores de Garlla!; es un gran honor que hayas venido hasta este
lugar para compartir con este anciano los años de plenitud de tu vida y a tu
hermosísima familia. Le ha dicho el César.
–
¡Divino
Tiberius, por supuesto que el honor es nuestro e inmerecido!, responde mi
esposa, a quien hace sentar el César en una silla a su diestra.
–
¡La diosa
Minerva, sabia y protectora de los guerreros, el Estado y los hogares romanos!
¡Qué bella eres, niña!, la halaga el Emperador.
–
¡Divino Tiberio,
no merezco sus adulaciones!, responde la mayor de mis hijas con toda propiedad,
que igualmente se ha postrado delante del César.
–
Y estas otras
tres diosas,
(las tres pequeñas que siguen sentadas a los pies del Tiberio), ¡bellísimas todas ellas! Vesta, Diana y
Venus; ¡qué bueno que ha sido su Madre quien ha escogido sus nombres, porque de
haber sido su Padre, tendrían nombres muy feos!, les dice al tiempo que les
acaricia dulcemente. ¡Ah!, y hablando de
feos déjenme saludarlos, bromea el César dirigiéndose, siempre sentado a
los varones; siendo Julio el que toma la iniciativa.
–
¡Divino Tiberius
Iulius Cæsar, me honro en saludarle personalmente!, le dice el
mayor de mis hijos, hincado delante del Emperador.
–
¡El próximo
Tribunus Legatus del Imperio, Iulius de Garlla! Ahora solo Magíster Legionario,
por méritos propios, pero habrá oportunidades para lo demás; le dice el
César. De inmediato, volteándose a las
niñas, les dice: Julio, ven, ese es un
nombre escogido por su Padre y es bastante feo; así se llamaba mi bisabuelo,
quien también era muy feo el hombre; haciendo reír de buena gana a Diana y
a Venus, las más pequeñas.
–
¡Divino Tiberio!, le dice
Octavio adelantándose hasta él, postrándose de inmediato y besando su mano; ¡me honra mucho poder saludarle, Divino
Emperador!
–
¡Octavio de
Garlla, el terratenientis más importante de Italia!, algún día todos comeremos
algo de sus campos de cultivo. Rápidamente se voltea Tiberio y le dice
a Diana: ¿A ti te gustaría llamarte
Octavia?, le pregunta el César; negando la pequeña con el movimiento de su
cabeza. Ves, yo decía que son nombres feos los que ha
escogido su Patris para estos pobres hombres.
–
¡Yo me llamo
Tiberio, Divino Emperador, y me honro en gran manera de poder saludarle, hoy y
siempre!
–
¡Ah!, joven
Tiberio de Garlla, ese no es un nombre feo, ciertamente; le dice el
César; ¡¡Es un nombre horrible!! Y
todos soltamos las risas por el comentario, pues pensábamos que éste se
salvaría de la crítica. ¿Sabes qué significa Tiberius, joven
Garlla?, “Recogido del Tiberis”; ¿qué también a ti te sacaron del Río Tiberis,
mi querido amigo?
–
No, Divino
César;
responde aquél, y de nuevo todos reímos.
–
¿Qué no sería
mejor que te llamaras Apollo?, cuestiona el Emperador.
–
No, Señor, yo me
honro con llevar su nombre, aunque sea horrible; le dice mi
joven hijo, defendiéndose.
–
¡Pravus!,
Tiberius,
le dice el César, tú eres de los míos; el
Senado nunca podrá con tan insistente verborrea.
Finalmente
se acerca el más pequeño de los varones y en ese momento, cuando el adolescente
está delante de él y antes de que empiece a hablar, Tiberio se levanta de su
trono y le dice anticipándose al muchacho:
–
¡Gallius de
Garlla, es un inmerecido placer saludarle en persona!, y le toma su
pequeña mano, jalándolo para estrecharle en su pecho; lo que por supuesto, nos
ha dejado a todos estupefactos.
–
Gracias, Señor,
pero el honor es mío, contesta mi hijo.
–
Como usted diga,
Pequeño Gallius. Responde
el César. Mucho, pero mucho tenemos que
platicar los dos juntos; yo te llamaré a su tiempo.
–
Sí, Señor, le contesta el
jovenzuelo.
–
¡Verito!, mi
querido amigo y compañero de batallas sin armas, en donde uno puede perder más
que la vida; campañas en las que uno arriesga el honor. Qué bueno que has llegado pronto y que has
tenido el atino de traer la felicidad de toda tu familia; Iuppiter y Martis en
vida te lo recompensarán. Me dice el César tomándome por los hombros.
–
¡Divino Tiberio,
soy un hombre con una inmensa deuda qué pagar!
–
¡Vamos, que su
Patris ha planeado todo tan bien, que llega a esta Ínsula de Capreæ para la
cena!;
dice de inmediato el hombre callando mi agradecimiento; y agrega: ¡No es casualidad su llegada a esta hora,
todo está perfectamente planeado por el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla,
Patris de todos ustedes y gloria del Ejército Imperial!; y se nos adelanta
mostrándonos con sus manos el camino.
No
están presentes ni Claudio, sobrino del Emperador, ni Calígula, el heredero del
trono; no es nada grave según el protocolo, pues la reunión ha sido considerada
como estrictamente familiar; ellos estarán atendiendo asuntos de Estado en los
otros palacios. Todos no encaminamos con
cuidado, guardando prudente distancia con Tiberio César, quien ha tomado de las
manos a las más pequeñas y camina delante con paso lento, pero firme, en el
amplio pasillo por el que nos conduce.
Todos admiramos la belleza de la decoración del lugar, en donde abundan
las telas transparentes de todos colores que el viento no deja de ondular, con
cadencia casi medida, entre las esculturas de mármol blanquísimo de dioses,
divinidades y héroes; y lámparas con formas variadísimas que alumbran el camino
a plenitud. También hay flores, muchas flores por doquier arregladas con
exquisito gusto. El salón del comedor tiene dimensiones colosales; han colocado
solo un triclinium con espacios tan amplios, que parecería que esperan a más
gente; pero no, solo cenaremos el Emperador y los Garlla. Inmenso privilegio.
En
cuanto estamos todos en el lugar, Tiberio César, al centro del triclinium
empieza a distribuirnos a placer: con él, solo Lili, a su izquierda, y yo al
otro lado; a su derecha Julio, Minerva, Venus y Tiberio; a su izquierda
Octavio, Vesta, Diana y Gallio.
–
Gallius, ¿nos
bendices la mesa y los alimentos?, le dice a mi hijo; y el muchacho, como
si ya lo hubiese preparado, inicia su oración:
–
¡Bendícenos,
Señor Dios!; has que seamos dignos de Ti; y bendice también estas viandas que
nos regalas con tu infinito amor.
Sin
ningún comentario, ante la admiración del momento de todos los demás, Tiberio,
completamente calmado, nos invita a sentarnos.
–
Venus, ¿te
gustan los sapos?,
le pregunta a la más pequeña de mis hijas.
–
¡No!, qué asco es
eso; responde la inocente niña.
–
Pues eso
cenaremos, le insiste Tiberio César.
–
Pues entonces no
cenaré,
contesta la criatura.
–
¡Vaya pues, dice Tiberio
César, yo pensé que sí les iban a
gustar!; ¿Hay alguien a quien sí le gusten los sapos?, insiste el
Emperador, ante el repudio de todos los demás. Bueno, entonces que cambien las viandas, ¿Vesta qué quisieras cenar?,
pregunta él.
–
Yo quisiera
pescado, dice
la niña.
–
Pues pescado
cenará la niña. Y tú, Diana, ¿qué quisieras cenar?, inquiere el
paternal anciano.
–
Yo quisiera un
buen trozo de carne como le gusta a mi Patis, dice ella.
–
Bueno, pues como
nadie quiere, ¡solo su Patris y yo comeremos sapos!
La
entrada de los sirvientes con los platones y charolas de viandas lujosamente
adornadas, se produce al mismo instante del inicio de la música con alegres
compases, al ritmo de los cuales se mueven los portaviandas; además, algunos de
ellos portan luces que destellan incesantemente, dejando una estela de
fragancias aromáticas muy agradables por toda la habitación. Todo un espectáculo digno de nuestro
Emperador, que nosotros disfrutamos con el honorable anfitrión; las tres
pequeñas están emocionadas con la demostración, atentas a todo cuanto sucede,
cuando de repente se oye el rugido de un gran león que traen dos hombres
corpulentos dentro de una jaula; el animal es un ejemplar africano tan grande,
que sería capaz de devorarnos a todos juntos si estuviese libre. Los manjares despiden exquisitos aromas producto
de su delicada preparación, y además de ello, nosotros estamos hambrientos por
el largo viaje realizado.
Frente
a cada uno de los comensales han colocado un plato individual de plata
finamente cincelada y pulida, en donde servirán los alimentos que
degustaremos. Hay un sirviente al frente
por cada comensal con las charolas y platones y dos más atrás esperando servir
en lo que pudiera ofrecerse. Todos estamos atentos a los movimientos que se
producen en torno nuestro, cuando de repente el Emperador grita:
–
¡Sapos, para
Patis y para mí!,
dice Tiberio César, volteando todos sin excepción para mirar; y de lo que se
trata en realidad, es de ancas de ranas deshuesadas, con una salsa que despide
un aroma que aumenta la saliva en la boca por la delicia del olor.
Una
vez servidas las raciones, todos se retiran del centro del triclinium y
nosotros empezamos nuestra cena maravillosa, primera en familia en Capreæ, Imperialis Insûla, ¡y acompañando al Emperador!
Por
la cara que tiene mi amada esposa Lili, que disfruta serenamente de su comida,
puede saberse que está pensando los ingredientes que aquello pudiese tener y la
complejidad para preparar tan suculentos manjares. Por supuesto que también Tiberio César se ha
dado cuenta, pues todo lo ha dispuesto para ella y su familia, por lo cual no
pierde detalles en sus reacciones, y acercándose le dice:
–
Lili, tu solo
disfrútalo, siempre habrá alguien que lo pueda preparar para nosotros.
–
Divino Tiberio,
esto es más de lo que siquiera pude imaginar; le responde ella habiendo sido
descubierta de sus preocupaciones.
–
Sí, le dice él
para tranquilizarla, a mí me sucedió
igual; y ríen los dos por la ocurrencia.
–
¿Qué come
Vesta?, pregunta
Tiberio César, a mi pequeña hija.
–
Lancusta, Divino
César, y está riquísima, le responde con ternura la niña.
–
¿Y qué come el
Magíster?, se
inclina para preguntarle a Julio que no ha dicho una sola palabra.
–
Jabalí, Divino
Emperador, está preparado con salsa dulce y en verdad es una delicia; le responde mi
hijo.
–
No comas eso
hombre, cuando estés en campaña en Germania te hartarás de él, ya verás; y ríe
abiertamente.
Él
apenas ha probado cualquier cosa y lo que más degusta son frutas y verduras
frescas, señal de lo delicado de su salud.
Cuando todos estamos por servirnos el segundo plato, Tiberio nos
advierte:
–
Dejen un espacio
para los dulces, aquí son extraordinarios y a algunas diosas les encantarán;
sigan mi consejo.
–
¿Qué hay de
dulces, Divino Tiberio, le pregunta Minerva, la más interesada en esas
delicias.
–
¡Oh, ya verás,
pequeña diosa del hogar!, son una maravilla. Le advierte; y después, dirigiendo su mirada a
un lado de la joven, está Octavio a quien inquiere: – ¿Hemos estado bien con su comida, terratenientis?, ¿son
suficientemente frescos los ingredientes?
Porque me han dicho que en Villa Garlla todo es magnífico.
–
Ni qué comparar,
Divino Emperador, esto es como cenar en el cielo; responde el
sonrojado hijo.
Las
luces del salón disminuyen de manera repentina y se oye una flauta en solo con
una exquisita melodía: en aros con fuego que portan varios hombres con sus
astas a manera de estandartes, llegan los anunciados dulces. Todos ellos comienzan a caminar en círculo en
medio del triclinium, mostrándonos lo que se ha preparado y nos anticipa el César:
–
No sé qué hayan
ideado hoy, pero aquí a veces hacen lo siguiente: en un pequeño plato sirven
una probada de todos y después, del que más les haya gustado, o de varios, no
importa, les sirven su gran ración, que es acompañada con esas deliciosas
infusiones de sabores diferentes que en el oriente llaman Té.
–
Precisamente así
se hará Divino Emperador; le dice el maiordomus del palacio, como Haffed, en
Novus Villa Garlla.
El
deleite de las cinco mujeres no puede ser mayor, hay dulces de todos los
estilos imaginables: de leche, de miel, de frutas; griegos, egipcios, gallos,
hispanos; hay de todo y de todas partes.
Bien decía el César: “Dejen un
espacio para los dulces. . .” y las bebidas también son sensacionales. Hemos comido como en el Olimpo, según cuentan
los Helénicos; y disfrutado aún más.
Este
hombre es extraordinario y excepcional, es magnus; puede ir de la fiereza del
guerrero conquistador, a la dulzura del abuelo amoroso; puede ser firme y duro
como una piedra de granito en una decisión de Estado y suave y condescendiente
como la caricia de un tul ante los infantes que le rodean. Eso es lo verdaderamente grande de Tiberio,
su capacidad, facilidad y oportunidad de acción; difícil, muy difícilmente se
equivoca. Todo lo mide, todo lo planea,
todo lo anticipa; nada le deja al asar, a la casualidad o a la
inconciencia. Pero lo grande es que para
cada quien tiene un tiempo; a nadie apresura si no lo debe; a nadie detiene si
su proceder es correcto; a todos su tiempo, a todos su momento a todos su atención. Yo he vivido junto a Tiberio Julio César
todas esas formas; hoy agradezco a los dioses esta tan paternal que me ha
demostrado; tan amorosa que nos ha hecho exclamar; tan atenta que pareciera él
mismo ser otro.
Nos
han retirado hasta el último vestigio de comida; han colocado toda clase de
colchones, coxinum y almohadas, como
dicen en Hispania; todo para que nos
recarguemos a plenitud en los triclinium donde estamos. Nuevamente la intensidad de la luz disminuye y
estamos expectantes ante el próximo evento.
La música otra vez lleva el mando; de todas las partes del gran salón
comienzan a salir esbeltas bailarinas y atléticos hombres con una multitud de
objetos en sus manos: aros, telas vaporosas, cintas, pelotas, manivelas y
muchas otras cosas. Con pasos
acompasados, unos a gran velocidad y otro lentamente, pero todos en ritmo,
inician una serie de manifestaciones acrobáticas de mucha dificultad en la
ejecución, pero con una gran precisión en los movimientos.
La
música apresura o detiene su cadencia e igualmente hacen los danzarines; todo
avientan, todo mueven, todo dominan en sus manos, brazos y piernas; algunos
hasta sus cabezas utilizan. De vez en
cuando, otros portando antorchas hacen malabares que son un prodigio de
equilibrio. A veces suenan de más los
tamborileros y otras las flautas o bien las liras; y a todos los sonidos se
aprecia un movimiento en compás riguroso.
Maestría, perfección, dominio; eso es lo que más se aprecia en el grupo
de danzantes; quienes, al término de sus evoluciones reciben nuestros aplausos
y expresiones de aprobación de sus evoluciones.
Todo muy digno del hombre más poderoso del mundo, Tiberio Julio César.
Las
luces se vuelven a encender y todas las ventanas se descubren para apreciar que
aún hay luz en el firmamento; entonces nos dice nuestro Divino Emperador:
–
¡Garlla Romanum
Familiae! ¡Sean todos bienvenidos a Capreæ, su nuevo hogar, en donde con
Ustedes renacerá la vida en este lugar! ¡Que los dioses les dispensen dicha y felicidad
y a nosotros nos den vida para disfrutarlas juntas! ¡Novus Villa Garlla les
espera con ansiedad! ¡Bienvenidos, todos!
–
¡Alabado sea el
Señor Dios!; dice
Gallio inmediatamente después de concluir Tiberio César, quien se voltea
haciendo una reverencia y le dice:
–
¡Âmên!
Todos
estamos juntos de pié delante del Emperador para agradecer sus finezas y las
inmerecidas atenciones que de su parte hemos sido colmados. En ese instante, hace un ademán a Gallio
llamándole a su lado, el cual el muchacho ejecuta de inmediato, parándose
frente a él. Tiberio se inclina para
susurrarle algo en el oído, el adolescente asienta con la cabeza y se pone a la
derecha del venerable anciano; todos quedamos como paralizados sin saber qué
hacer.
–
¡Que el Señor
les guarde a todos!,
nos dice; y voltea a ver a Gallio guiñándole un ojo, y éste sonríe tiernamente.
Cada
uno pasa delante de él para mostrar su agradecimiento y despedirse de la mejor
forma posible. Las hijas más pequeñas
están cargadas por sus hermanos mayores, de forma que el Emperador las acaricia
a placer. Todos le expresamos nuestros
parabienes y gratitud, profundamente emocionados.
–
Verito, ya te
habrás dado cuenta que tenemos entre nosotros a alguien muy especial, me dice el
Emperador abrazando a Gallio.
–
Sí Divino
Tiberio,
le respondo, ya he tomado nota de ello.
–
Yo voy a
platicar con este pequeño en tu ausencia, y cuando regreses de tu viaje, lo
haremos todos juntos; te va a agradar la reunión al volver. Ahora solo atiende la primera parte del
“Christus Mandatus”, después lo demás. Me recalca el César.
–
Entiendo Divino
Emperador,
le respondo.
Todos
esperan afuera en los carruajes raeda que
nos han facilitado para llevarnos a Novus Villa Garlla, cuando salimos Gallio y
yo; nadie es capaz de preguntar nada de nuestra brevísima y súbita ausencia.
La
luz del Sol no se ha ido aún, las nubes color rosa con destellos amarillos y
blancos le dan un fulgor sensacional al cielo, lo hacen ver como preparado para
algo especial; el trayecto del Palacio Meridional del Oriente a Novus Villa
Garlla – Capreæ es muy corto y nos ha
dado la oportunidad de admirar la magnificencia del Templo de Martis y Neptunus
sobre la derecha del camino:
–
Parece Roma,
Veritelius,
me dice Lili, con quien viajo en la raeda,
en verdad este es un lugar privilegiado.
–
Sí, lo es, le contesto.
–
Qué maravillosa
bienvenida nos ha dado Tiberio César, realmente le ha dado mucho gusto que
arribemos a este lugar.
–
Sí, realmente ha
sido muy bella e inmerecida, además; le respondo.
Todo
la mansión de Novus Villa Garlla– Capreæ
está iluminada con antorchas, lámparas y pedestales que contienen mil formas de
luces incandescentes; en la Fontis de Mercurius, están parados nuestros dos
ejércitos, al lado izquierdo los sirvientes que se encarga de la operación del
inmenso domus; y al lado derecho los
Centuriones de mi escolta personal; toda esa gente sin la cual no
funcionaríamos como es debido. Descendemos todos de los carruajes y de
inmediato se presentan los dos ‘comandantes’ de cada ‘compañía’ destacada en la
mansión:
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
saluda Tadeus.
–
¡Ave César,
Tadeus!,
le respondo; ¿cómo está todo aquí?
–
Perfectamente,
Señor, Haffed realmente conoce sus funciones y las lleva al cabo muy bien, me dice Tadeus.
–
Ammo, Ammita,
sean ustedes bienvenidos a su nueva morada y hogar; es un honor recibirles y
poder servirles; nos
dice el maiordomus de la mansión con una marcada reverencia hacia Lili, que
secunda todo su personal, de pié detrás de él.
–
Gracias Haffed,
le agradezco su recibimiento; le dice Lili.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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