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jueves, 23 de noviembre de 2017

Veritelius de Garlla - 14 - Roma Augusta (4)

¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Noviembre 23 del 2017.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
14 de 130


ROMA AUGUSTA URBE ET ORBI (4)

Esta ‘liburna’ es todo un lujo; delata a simple vista a sus o ‘su’ dueño: un senador.  Apostaría mi mano derecha a que así es; claro que podría perderla si el dueño fuese un hombre como Rubicus Antanae, aquél rico de Parma.  Pero este no es el caso.  El piso de la cubierta, de unos cuarenta pies de largo y diez de ancho, que está encima de los remeros, y el casco del navío, están pintados de blanco para ocultar el betún que sella los tablones con los que se ha fabricado.  En la popa, han construido un pequeño cubículo de siete pies por lado, con una cama y una silla adentro, todo de madera refinadamente tallada y pintada.

Afuera tiene diez bancas asidas a la cubierta, del largo de un hombre cada una, que están perfectamente talladas, pulidas y barnizadas al natural. La balaustrada y el barandal perimetral, son una obra de arte pieza por pieza, todo en madera con incrustaciones de latón.  Bueno, hasta los remos están bellamente torneados. En fin, es un derroche de impuestos al servicio de unos cuantos; o mejor dicho: de muy pocos.  Me voy a sentir muy apenado al llegar a Capreæ; tendré que explicarle detalladamente a Tiberio César el origen de esta embarcación; de ninguna forma quisiera que llegase a pensar que es de mi propiedad.  Viéndola bien, hasta podría ser del Emperador.
-¡Præfecto Silenio!, llamo al joven jefe de la nave, a solas en la proa.
-¡Al mandato, Tribunus Legatus!, contesta de inmediato.
-Veo que viste usted un uniforme de gala de Centurión, ¿por alguna razón en especial, o siempre es así?, le cuestiono.
-Sabía que vendría usted, Tribunus Legatus; y que iríamos a la Villa Imperial en Capreæ, por eso lo porto; pero normalmente visto de civil, como nauta mercante; me dice.
-Bien, buen soldado, bien hecho; son importantes esas decisiones, le animo un poco para hacerle la siguiente pregunta; dígame Navis Præfecto, ¿a quién pertenece esta lujosa y confortable embarcación?
-No lo sé, Señor; me responde temeroso el hombre.
-¿Quién le ordena a dónde ir y cuándo salir?
-El Senador Flavio Nalterrum, Señor; contesta casi balbuceando.
-Pues entonces es de él, le digo riendo un poco, o en su defecto del pueblo romano a quien él representa en el Senado; ¿no cree usted, Silenio?
-Sí, Señor, así lo creo también.
-¿Viajan seguido, Præfecto Silenio?, continúo interrogándolo suave-mente.
-Sí, Señor, me dice; recientemente fuimos a Alexandria, en Aegyptus. El soldado ha empezado a transpirar profusamente ante las preguntas y digo:
-¿Se siente incómodo, Navis Præfecto Silenio Abdera?
-Sí, Tribunus Legatus, porque no sé qué es lo mejor que pueda yo hacer; si callar, como debo; o respetar su infinita superioridad sobre mí.
-Bien, soldado, bien hecho y dicho.  ¿Tiene alguna orden de su superior militar de callar ante mí?, le cuestiono.
-No, Tribunus Legatus.
-¿Tiene mandato del Senador Nalterrum de guardar silencio ante mí?
-No, Señor.
-¿Se siente fallando a algún mandato o juramento militar, Centurio?
-No, Señor, no creo estar fallando; ¡es solo que no sé qué hacer!
-Última pregunta que hago, Centurio Silenio, ¿puedo platicar con usted y preguntarle todo cuanto desee, como su amicus?
-¡Sí, Señor, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, ¡sí puede!, contesta visiblemente emocionado el joven soldado, que ante el desacostum-brado final del interrogatorio, rompe su rigidez en un sollozo, el cual contiene de inmediato, hincando su rodilla al suelo y mordiendo su puño.
Dejo pasar un instante y lo levanto suavemente tomándolo de su armadura por los hombros y le digo: Ya no haré preguntas, pero quiero conocerle Silenio; cuénteme lo que usted quiera.
-Nací en Tarraco, en Hispania hace veintiséis años; mi padre es Bætico y mi madre es Fenicia, de Tyrus.  Me enrolé en las fuerzas militares del Ejército Imperial a los diecisiete años, como nauta de velas; a los veintiún años participé en la batalla naval del Baliaricum en donde fui reconocido por las estrategias de movimientos para ataque y defensa contra los insurrectos mauritanos.  Hace dos años fui asignado como Præfecto de esta nave al servicio del Senador Flavio Nalterrum.  Toda mi vida he sido marino, ya que mi padre es comerciante de perlas en el Mare Nostrum.
-¿Cuánto ha estudiado, Centurio Silenio?, le interrumpo su narración.
-Nada, Señor, solo aprendí a leer y escribir el Latín; que me enseñó mi madre, quien también habla griego, bético y sirio.
-Magnífica mujer, Silenio, estará usted muy orgulloso de ella.
-Sí, Señor, lo estoy.
-Gracias, Centurio Silenio, voy a descansar un momento; atienda su nave, ya fue suficiente para su invitado, le digo para terminar. ¡Ave César!
-Gracias Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; ¡Ave César!

El grito de compás de remeros no deja de oírse, cambia de voz, pero no de ritmo; lo cual quiere decir que no avanzamos con la fuerza del viento, sino con la de los remos y ello significa que vamos lentos.  Mi ‘momento’ de descanso en realidad se convirtió en el tiempo de toda una vigilia completa; está tocando la diana de la segunda y la luz solo se alcanza a ver en el firmamento, pues el Sol ya pasó el horizonte.  Los tonos de ocre a lila y a índigo, son fascinantes, pareciera que se están forjando ollas en el fuego del cielo; la brisa marina apenas infla la vela sin estirarla mucho, haciendo pesado el avance.

Navegamos viendo la costa a seis millas de distancia, en donde las aguas empiezan la fosa marina, dejando atrás la profundidad continental; que es menos propicia para el desplazamiento rápido, en virtud de las corrientes encontradas.  Estamos por llegar a Antium, lugar casi exclusivo para villas de poderosos y ricos, especialmente políticos y comerciantes; muchas veces llegué a ese lugar con mis tropas de asalto provenientes de Tarraco en Hispania, cruzando en medio de Córsica y Sardinia, en aquellas pesadas galeras llenas de soldado Legionarios y caballos, dispuestos a un merecido descanso después de las campañas de Veranum y Autumnus.  Desde aquí marchábamos a Roma para los desfiles en la Gran Urbe; después el Ivierno con la familia y Primumver para sembrar.  Así los ciclos de las campañas del Ejército Imperial.  Por supuesto, los revoltosos lo sabían también, y entonces se rompía el equilibrio; y volvía la guerra en el tiempo que fuera.

Finalmente se siente el impulso del viento a pleno en el mar, el osado Præfecto lo aprovecha de inmediato apoyándose en la luz de la luna que casi está llena por completo; el movimiento de la nave se siente muy diferente y los remos han sido elevados para no cortar el flujo de la corriente que abre la quilla desde lo profundo.  Los nautas de velas, tanto los de arriba como los de cubierta, se afanan con las sogas y los lazos que deben apurar en las maniobras.  La velocidad es cada vez es mayor y el golpeteo de las olas contra el casco es substancialmente más fuerte.  Los saltos sobre las olas se repiten uno tras de otro y da la impresión que no las navegamos, sino que las brincamos de cresta a cresta.  El Præfecto Silenio no deja de gritar a toda voz órdenes para sus nautas y él mismo ha tomado el timón de mando; no hay lluvia ni relámpagos ni truenos, solamente el intenso aire que levanta la brisa y nos moja hasta empaparnos.  Silenio nos ha pedido a todos que nos sentemos en las bancas de cubierta y que nos sujetemos con los cinchos que hay clavados en cada una.

El hombre sigue aventando órdenes, que todos los demás ejecutan al instante; han tendido dos cables transversales en el frente de la vela: uno de la esquina inferior derecha a la esquina superior izquierda y viceversa, de manera que ya no es un solo gran globus lo que se ve, sino cuatro en forma triangular.  Con esas amarras se asegura la estabilidad de la vela ayudando inclusive a un posible desgarre. Los vigías de mástil y proa igualmente vociferan palabras que solo ellos se entienden, pero a cada una el Prefecto responde: asiente o niega; o acepta o rechaza.  Le miro sostenido desde mi banca, y me doy cuenta que navegar así es una pequeña batalla que librar con el mar y con el viento; el buen Præfecto, como el buen Centurión, tienen que sacar adelante su tropa y sus arreos perdiendo lo menos que sea posible.

La trompeta del vigía suena estridente para que todos la oigamos; han sido tres horas de viento intenso y no amina, pero todo está bajo control.  Se dirige hacia mí Silenio Abdera para darme parte de la situación; él se ve animoso pues el viento en las velas es su pasión y la razón misma de su estancia en esta, tan onerosa embarcación. 
- Tribunus Legatus, el viento ha sido sensacional para nuestro avance; la marea y las olas han trabajado a nuestro favor y no tenemos ningún daño en la liburna; esto es lo que yo llamo ‘navegar con Neptuno’ –me dice el orgulloso hombre – llevamos un tercio del tiempo programado para el viaje, pero casi estamos a la mitad de la distancia, por lo que si este viento sigue soplando, estaremos antes del mediodía en Capreæ, sanos y salvos.
-Muy bien Præfecto, le contesto, la única prisa que tenemos es llegar.

Diez palacios, templos y otros edificios, ha construido Tiberio en Capreæ en apenas cinco años que lleva viviendo allí; cada uno tiene una milla cuadrada de terreno que lo separa del más próximo.  Los ha edificado en la playa, en el acantilado, en el Monte Solarum (en donde inclusive ha instalado una habitación para observación astronómica), en el centro de la isla, en el pequeño valle del Oriente; en fin, en los cuatro puntos cardinales hay cuando menos dos hermosas ædesis regia o mansiones reales para su uso personal.  Hay árboles por todas partes: en unos ha sembrado olivares, en otros frutales de estación; ha resembrado pinos, cedros y robles traídos de los Appennini para evitar la erosión de las empinadas laderas; el centro de la isla, yo no sé por qué razón, tiene tierras muy fértiles y los granos se producen en gran abundancia.  Las granjas son pequeñas y con animales que no consumen mucha agua, porque ésta es escasa dado que no hay ni ríos ni manantiales; pero llueve suficiente en el año y tienen un sistema de recolección del vital líquido, que envidiaría la misma Roma.  De Neapolis, Puzzeoli, Herculano y Pompeii llegan a diario embarcaciones con todo lo que aquí no producen y el Emperador gusta de consumir.  Por supuesto, en Capreæ hay mas esclavos que ciudadanos romanos; deben habitarla regularmente una mil personas entre pretorianos, sirvientes, invitados y claro está, Tiberio Julio César y su familia. 

Es paradójico, pero diez millones de millas cuadradas, entre tierra y mares, que son el área de influencia del Imperio Romano, se manejan desde esta pequeña e inexpugnable isla de apenas cinco millas de superficie.  Todos hemos de venir aquí cuando nos llama el Emperador; cualquier asunto de estado se decide finalmente en este pequeño e imperial lugar.  Roma podrá jactarse de tener el senado y lo más grande de todo, pero Capreæ tiene la sede del hombre que maneja el Supremo Gobierno Imperial Romano.  Yo he estado allí una veinte veces en mi vida, pero hacía más de tres años que no venía; estará muy cambiado todo, seguramente, Tiberio es un constructor empedernido.


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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