¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Noviembre 17 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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ROMA AUGUSTA, URBE ET ORBI (3)
Del Foro Romano
a Villa Veritas, hay solo diez estadios de distancia; hace veinte años, nadie
era capaz de ganarme una carrera ecuestre aquí.
Voy a retar a mis hombres para que puedan hablar de algo real en la
comida y no solo de ideas e imaginaciones por las reuniones que yo he tenido;
será muy provechoso, pues solo comeremos y partiremos hacia Ostia, para
embarcarnos hoy mismo hacia Villa Capreæ. Todos traemos uniforme pretoriano de gala,
así que galopar a todo tendido en plena Roma, (algo que está prohibido y se
castiga con cárcel), no se verá mal si es que son guardias y su ‘insigne
general’.
Salgo
al pórtico del recinto del Senado, en donde está mi escuadra y les digo:
–
¡A Villa
Veritas, ipso facto!
–
¡A la orden,
Tribunus Legatus!
Todos
montamos y trotamos a más velocidad que la permitida en plena Vía Sacra, para
dejar el Foro Romano y pasar al Foro Imperial; a partir de allí, será a galope
tendido. Les voy a tomar por sorpresa,
pero tendrán que correr mucho; les va a costar mucho para que puedan vencerme.
–
¡Iter Ingredi!
¡Agmen Agere!
Les grito la orden de inicio de marcha del ejército.
–
¡Ímpetum Fácere!, ordena Tadeus.
La
suave y verde ondulación que deja la Colina del Palatino para unirse a la del
Quirinal, la aprovecho para sacar aún más distancia a mis hombres, quienes,
admirados del todo con lo que está sucediendo, no tienen más remedio que
acelerar sus corceles. En un instante
alcanzamos lo más elevado del Quirinal, entre su cima y el Tiberis,
descendiendo a gran velocidad para entrar en la explanada del Campus Martis,
justo atrás de Villa Veritas; mi caballo bufa por el esfuerzo realizado, pero
no se amedrenta, sino que responde al fuete que le insiste el galope
abierto. A menos de un estadio por
llegar, los dos Centuriones más jóvenes me rebasan y los hostigo diciéndoles:
–
¡Si gano, no
comerán!
No
les queda más que hacer, que seguir su paso tendido; alcanzo y rebaso a uno,
pero el otro se ha separado más todavía; llegando primero a la entrada
meridional de la caballeriza en Villa Veritas.
Aún no ha desmontado, obviamente, nos está esperando; pero yo encamino
el corcel cruzando la puerta primero que él; desmonto y le digo desde adentro:
–
¡Gané, por lo
tanto, no comerás!,
riendo a carcajadas.
Salgo
para ver las llegadas de todos y, por supuesto, Tadeus es el último en arribar.
Éste fue el más sorprendido de todos.
–
¡Tribunus
Legatus, hacía muchos años que no le veía galopar de esa forma!, me da gusto
que todavía pueda hacerlo. Dice el buen
soldado.
–
¡Y en cambio a
mí me da pena que tu estés tan lento, Tadeus!; le digo en
broma, para animarle.
La
plaza de la caballeriza se ha llenado de todos cuantos están en la Villa; están
de descanso pues esperan para comer todos juntos. Por supuesto, todos se alegran del suceso
espontáneo, que ya comentan y nos saludan amigablemente.
–
El día ha sido
muy diverso; ha ido de lo agradable, a lo difícil. Tenía que encontrar alguna forma de sacar las
emociones y las frustraciones.
Les digo antes de tomar camino hacia el comedor.
Todas
las comidas que se sirven en Villa Veritas son de gran gala; esté yo o no. Nunca alguien dice qué se hará de comer;
también la cocina es escenario de prácticas militares. Aquí se entrenan los cocineros maestres que
serán enviados a los frentes, para atender a los Generales y Magísters Legionarios que están en
campaña. Solo yo puedo cambiar el
programa de comidas; nadie más. Siempre
se preparan guisos para treinta personas; si sobra alimento, se consumirá al
día siguiente; si aun así sobra, se repartirá en los hospitales militares en
Roma a buen tiempo para su degustación.
Todo se hace pensando en el lema: “Que
el goce de unos, sea goce de todos; o al menos, que no sea desdicha de otros.”
En todas las ubicaciones a mi mando, está prohibido tirar la comida como
basura; en esta Villa, ésa es una falta grave y es severamente castigada. Junto a la armería está un pequeño rastro en
donde se degüellan animales vivos para ser preparados como alimentos; los
mismos que se encontrarán en los frentes de campaña; todo como si ya estuvieran
allá. Un grupo de tropa y sus oficiales mal alimentados, está derrotado antes
de la batalla; no es el caso del Ejército Imperial Romano.
Para
un subalterno siempre es un honor compartir la mesa con su superior; pero si
ésta es de gala y además hay superior de superiores, entonces es un
acontecimiento para recordarse de por vida; los tres Tribunus Legatus del Ejército Imperial sabemos muy bien esto, y es
por ello que nos proponemos como un deber, ser accesibles a la tropa; no
importa el lugar, ni las circunstancias o los padecimientos; cuando los subalternus se percatan de nuestra
presencia, nosotros tenemos que corresponder a sus deseos de convivencia, ánimo
o consideración especial; la tropa no trabaja o guerrea solo por el pago, ante
todo, lo hace por el reconocimiento de sus superiores. El aliento en la refriega, hace mucho más
llevadero el sufrimiento; en cambio el desánimo, se reproduce como hierba mala
tan solo con una mirada. No es que nos
demos la gran vida; ciertamente no la sufrimos; pero siempre recordamos que
también fuimos y somos subordinados, por más que se sea Tribunus Legatus.
Yo
no di instrucciones en contrario, y hoy, según el programa, toca comer en
bosque germánico; no hay triclinios, ni mesa de viandas; la comida será parados
o sentados en bancas. Se sirve un solo
guiso (el cual se puede repetir hasta que alcance) y se bebe solo un vaso de
vino. Así es la milicia: las órdenes se dan para que se ejecuten; todos por
igual, desde el Emperador hasta los triarii.
La carne es jabalí (para mí una delicia incomparable), que puede comerse
en tres formas: cocida en estofado con verduras y patatas; asada a la plancha o
asada a las brasas; el pan no tiene racionamiento. Se los digo yo que he comido hasta
serpientes: no hay carne más exquisita que la del cerdo (y los judíos no la
comen), pero de todos los cerdos, el jabalí es primus saporis.
Les
informo a todos el menú y la singularidad de las circunstancias y ríen y se
lamentan por el hecho; pero ofrezco un pequeño beneficio: habrá dulces hispanos
al final, sin medida; y medio vaso de liquoris
para resarcir el daño imprevisto. Todos
aplauden gustosos. Todo arreglado,
empezamos la degustación en grupos.
Las ‘liburnas’ ciertamente son embarcaciones
rápidas sobre las aguas del mar, pero su agilidad y velocidad la ceden de su
estabilidad y seguridad de cuando eran ‘biremis’,
esas galeras pesadas de dos líneas de remeros.
Yo tengo en estudio una embarcación que gane lo bueno de unas y no
pierda lo bueno de las otras; la fabricaré cuando sea necesario; no pronto
ciertamente, hoy vivo en Italia en medio de la tierra, en Mediolanum, y las costas solo las veo desde las lejanas playas de
Liguria o Aquilea. El puerto de Ostia está a ciento treinta y cinco estadios de
Villa Veritas, una quinta parte de una jornada a trote; lo que significa que si
llegamos al toque de la primera vigilia, tendremos suficiente luz para las
primeras horas de navegación hacia Capreæ;
y si son lo que dicen estas embarcaciones, podremos llegar a la isla de las
cabras, ahora honrada con la presencia del Emperador, al mediodía de
mañana.
Nos despedimos
de todos, efusivamente, como corresponde a gente de la milicia (que como pocos,
sabemos que es muy probable que no nos volvamos a ver); solo iremos a Capreæ seis personas: cuatro
Centuriones, Tadeus y yo; el menos peso posible será mejor para navegar. Se va con nosotros un Centurio más y un
arreador para devolver los caballos a Villa Veritas. Antes de salir, redacto una misiva para los emissarii del Fariseo:
Roma, Augusta; Urbe del Orbe, Iunius XX, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
Emissarii
Ícaro y Galo:
Se
requiere envíen informes diariamente; la comisión del Emperador se relacionará con el pueblo judío. Su prestancia es muy importante.
Sin
descubrirse, busquen la forma de saber acerca de los acontecimientos en Iudae, de los últimos cuatro meses; es
información vital.
¡Ave César!
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
Le
entrego personalmente a Domiciano Alves la misiva, para que sea enviada hoy de
inmediato con un cursoris (correo)
nuestro a Aternum, en el Mare Adriaticum, a jornada y media de
galope de Roma; y con la consigna de buscar a nuestros emissarii, recoger las misivas que tengan y entregar esta nueva
nota. El mismo hombre que enviemos
deberá regresar a Roma con las piezas recibidas de Ícaro y Galo, las cuales yo
consultaré a mi regreso a Villa Veritas.
–
Y respecto de la
información que te solicité, Domiciano, te puedo decir que hay algo en tiempos
de Julio César; es más un asunto político que militar. Busca a un tal Iudas Macabeus.
–
Así lo haré,
Tribunus Legatus.
Hace
cinco días no había ninguna razón válida para que yo asignara a dos de mis
hombres como custodios secretos de un Fariseo; hoy parece ser la decisión más
oportuna y correcta en este asunto de “Christus
Mandatus” que ha empezado. Si la
convergencia de las líneas del trayecto de dos vidas, se unen para dar como
resultado una casualidad, un punto eventual o repetitivo, mi vida y la de Iesus Nazarenus, se tocaron el día trece
del mes sexto del decimonoveno año del Reinado de Tiberio Julio César, cuando
recibí la misiva que finalmente estoy
atendiendo en primera instancia.
Sin conocer absolutamente nada de él, salvo su nombre, su lugar de
nacimiento, y su forma y fecha de muerte; ahora debo empezar a investigar todo
lo que haya respecto de un millar de preguntas que se pueden hacer del caso; ni
siquiera las voy a relacionar. Pero solo
una me inquieta ¿Qué quiere Tiberio Julio César de todo este asunto? Ahora voy
por ella.
Los ciento
sesenta estadios de Villa Veritas hasta el puerto de Ostia, los recorreremos
rápidamente bordeando el Tiberis;
vamos ligeros de cargas, pero de gala, pues veremos al Emperador. Hemos puesto comida para diez personas y
nosotros somos seis; podremos invitar a cuatro de la ‘liburna’. La tripulación de
una de estas naves consta de treinta esclavos remeros, que se turnan de diez en
diez cada tercio de vigilia (los más frescos en el lado cercano a la costa;
quienes cambian pasan al lado lejano, en tanto el resto descansa); un timonel
que maneja el gubernáculum; dos
nautas en la parte superior de la vela y tres en la inferior; un vigía en el
mástil y uno en la proa; treinta y nueve en total. El ‘præfecto’
de la nave tiene el rango de un Centurión (pues ordena gente especializada);
pero en la ‘liburna’, él es el primus pilus del mando, salvo en
batalla; nadie que suba a su nave con rango superior, puede ordenarle,
contravenir o desobedecer una orden suya, a menos que sea el Tribunus Legatus o el César. Estas veloces embarcaciones se usan
generalmente para acciones no militares de ataque, como tabellarius (correo) y transporte; pueden viajar con media centuria
completa-mente armada o trasladar quince caballos con sus jinetes. A plena carga, con viento a favor y en aguas
sin demasiada marejada, pueden recorrer más de mil seiscientos estadios en un
día, algo excepcional, si consideramos que esa es la jornada máxima a todo galope, de un emissarii con cambio de corcel.
–
¡En el puente:
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, grita a todo pulmón Tadeus, mi
asistente, para avisar a la tripulación; y de inmediato todos toman sus puestos
y responden a coro:
–
¡Ave César!,
¡Ave Tribunus Legatus!
–
¡Ave Tiberio
Julio César!, contestamos
nosotros.
–
¡Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla; soy Silenio Abdera, a su mandato; para esta tripulación es un altísimo honor
tenerle a bordo!, me
recibe el Præfecto de la nave,
impostando la voz con su mejor tono.
–
¿Sabe cuál es su
misión, Navis præfecto Silenio?
–
¡Sí, Tribunus
Legatus; llevarle con bien hasta Capreæ!, me contesta.
–
¡Pues,
hagámoslo, Præfecto!
–
¡Al mandato
Tribunus Legatus!
Se
levan las anclas, se izan las velas, se hunden los remos y nos hacemos a la
mar; para navegar más de ciento cincuenta y dos millas que nos separan del
destino final de este largo viaje que empezó hace siete días: Capreæ y Tiberio Julio César. Se oye la diana del inicio de la primera
vigilia y el sol está a treinta grados sobre el horizonte, lo que significa que
tendremos buena luz por mucho tiempo. Si
todo va como está planeado y calculado, llegaremos a las playas de la Imperial
Isla justo al mediodía.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de
proclamar El Evangelio.
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