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jueves, 28 de septiembre de 2017

Veritelius de Garlla - 06 - En Bononia (Camino a Roma)

¡Alabado sea Jesucristo!

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
Ciudad de México, Septiembre 29 del 2017.

EN BONONIA
Iunius XVI

Estamos llegando al campamento de la milicia, la castra stativa, que se está convirtiendo en cuartel fortificado de base definitiva para el Ejército Imperial estacionado en Bononia; es verdaderamente grande: tres stadium de ancho por cinco de largo, para ocho mil hombres de infantería y seiscientos equites con sus respectivos corceles.  Tiene un foso de dos passus de ancho y dos de profundo; una vallum de trocos de madera sin refinar de cinco pies de alto y un agger para movilizarse dentro de la empalizada perimetral de dos passus.  El intervallum entre la cerca y las barracas, es una pista de arena para adiestrar a caballos y equites legionarios.  Tiene cuatro puertas: Al Septentrio la puerta Pretoria y al Australis la decumana; una principalis dextra al Oriente y una sinistra al Poniente.  Ya dentro, la galera de barracas pretorianas está justo a la entrada principal y circunda el lado superior de una plaza empedrada que tiene al fondo un pretorium de tres arcos y tres niveles de alto, ahora solo de madera, pero que será recubierto de cantera toscana amarilla.  Esto es una gran población militar, comparada con la civil de Bononia, que no alcanza las quince mil personas. 

Entramos en la magna construcción y nos hacen pasar a nuestras habitaciones, en donde tendremos aseo y un poco de comida para resistir la parada militar que nos espera; higos, ciruelas y duraznos, olivas negras frescas y verdes en vinagre, magníficos quesos, pan y vino mosto. Se ha lucido Nicandro en la preparación y en muy poco tiempo. Tadeus, mi asistente, hace hasta lo imposible por limpiar mi uniforme apresuradamente y lustrar el cassis con la crista blanca de gala; realmente quiere que luzca yo muy bien; también ha sacado el paludamentum, esta exquisita capa color púrpura, de seda y lana, que suelo usar en ocasiones de rigor.  El meticuloso asistente me revisa una y otra vez para que todo esté en orden y pulcramente presentable; él es el encargado de vigilar cómo se ve y se siente el Tribunus Legatus Militia que le ha tocado cuidar.  Yo soy uno de tres en todo el Imperium, él también. 

Todos estamos listos y salimos al encuentro de los más orgullosos soldados del mundo, los Soldados Legionarios Romanos. Subo el templete que han colocado al frente del pretorium, desde donde presidiré la presentación de armas de las centurias que marcharán: hastati, con sus grandes lanzas; los principes, nuestros orgullosos soldados de la primera línea; los triarii, la retaguardia indispensable en la batalla.  Luego los arcurii y los arcuballistarii; siguiéndoles los osados y valerosos soldados de asalto con sus máquinas y armas especiales; y al final la Caballería de Roma, el orgullo de todo Ciudadano Romano. 

A mi derecha se coloca el Magíster General Legionario Nicandro Munius, primus pilus del mando, hoy cedido éste en mi persona.  También están sus dos Generales de Legión alternos y los veinte Jefes de Cohorte que llevan el mando de las manipuli.  Los Centuriones, marcharán con sus respectivas centurias, esas falanges perfectas de diez hombres al frente por diez de fondo que forman la base del Exercitum Romanus Imperium.

En la plaza están perfectamente alineados unos tres mil hombres esperando la indicación para iniciar; los demás esperan en el intervallum que circunda el cuartel.  Concedo, asintiendo con la cabeza, comenzar las marchas.  El Magíster Nicandro, inicia con el más grande grito de amor, pasión y entrega que un Legionario Romano pueda dar:
       ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
       ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, responden en ensordecedor coro.
       ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
       ¡Ave Tribunus Legatus!, vuelven todos a gritar a una voz.
       ¡Ave Roma Imperialis!
       ¡Ave Roma Imperialis!, contestan.
       ¡Iter Ingredi! ¡Agmen Agere! Las voces de inicio de marcha del ejército.

Muy pocas ocasiones son más emotivas que este momento; pensándolo bien, casi podría yo decir que solo otra: el inicio del ataque en el campo de batalla.  El corazón palpita aceleradamente de un instante a otro; la sangre se siente fluir por todas las venas del cuerpo, como queriendo brotar por algún lugar; la piel se eriza de pies a cabeza hasta terminar en un impulsivo escalofrío que cimbra el cuerpo.  No importa cuál sea la temperatura ambiente, uno suda frío y de súbito, caliente.  Los sentidos se afinan a su máxima expresión y la mente se aclara con diáfana vertiginosidad.  Espiritual y corporalmente, este es el momentum maxîmus de un hombre; y solo un militar en lucha lo puede lograr.  No conozco ninguna otra situación que requiera mayor entrega que ésta.  Si los dioses les concedieron a las mujeres parir, a los hombres nos concedieron guerrear.

Todo luce hermoso: los uniformes impecablemente limpios y arreglados de los Legionarios, con sus colores vivos y sus cathafractas y lóricas color marrón o aceradas para cubrir su pecho y abdomen; las armas que portan relucen de cuidado; las insignias, los labarum y vexillum que identifican a cada Centuria, a cada Compañía, a cada Cohorte y por supuesto, el estandarte de la Legión, brillan de pulidas. Todas las Legiones Romanas tienen un nombre, ninguna se repite; todas tienen un signo, siempre diferente.  ¡¡Y hay más de cinco mil Legiones en el mundo!!  Sabemos como se llaman todas, quién es su General, quiénes sus Cohors, quiénes sus Centurios y donde están destacadas o apostadas.  “Perfectum ergo”, decía Cayo Julio César Octavio Augusto, Divinus Imperator, refiriéndose con orgullo al Exercitum Romanus Imperium.


Han pasado delante de nosotros ochenta Centurias de hombres de a pié y tropas de asalto; ahora se presenta la caballería de las Legiones, el arma a la que aspira todo Legionario; unos lo lograrán, otros no.  Los mejores eques de Europa pertenecen al Imperio Romano.  La caballería le ha dado a Roma su grandeza y dominio; Generales, Cónsules y Emperadores, han basado sus victorias militares y dominaciones en la caballería, por eso es el orgullo del Ejército Imperial.  Las conquistas de Italia, Illirucum, Achaia (Grecia), Gallia e Hispania, solo se han logrado por la caballería. La Legión Décima del célebre Cayo Julio César, era ecuestre en su totalidad; por ella pudo él decir aquella celebérrima frase: “Veni, vidi, vinci”, con la cual dejó clara su participación en la expedición a Britannia.  Solo con la caballería puede uno ‘llegar, ver y vencer’ a su adversario; su poder es extraordinario.  Yo soy hombre de a caballo; equites, desde siempre.  Cierto es, ‘la dominación se logra con la infantería, pero la conquista se hace con la caballería’.

Así termina esta demostración de portentus de las fuerzas armadas del Ejército Imperial Romano estacionadas en Bononia; su Comandante en Jefe, Magíster Legionario Nicandro Munius la ha realizado.
       ¡Ave Tiberio Julio César, Imperator Maxîmum!, se escucha al General.
       ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, responden todos.
       ¡Legionarios del Ejército Imperial Romano! ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Héroe en vida de nuestras Centurias y Legiones!
       ¡Ave Tribunus Legatus!, es la respuesta a todo pulmón.
       Honorable Tribunus, continúa el Magíster, estamos muy complacidos de su casual estancia entre nosotros; hemos querido reconocer con esta parada militar sus amplísimos méritos en campaña; como Legionario Romano en Macedonia, como Centurión en Dalmatia, como Jefe de Cohorte en Achaia, como Comandante de Legión en Belgium, como Magíster Legionario en Germania, como Magíster Legatus en Gallia, como Tribunus Legatus en Hispania, y hoy, insigne Héroe en vida del Ejército Imperial Romano.  Treinta y siete años de servicio ininterrum-pido para las Glorias de los Emperadores Cayo Julio César Octavio Augusto, de divino recuerdo; y Tiberio Julio César, nuestro amadísimo Emperador; pero sobre todo, ¡para la Gloria de Roma!  ¡Ejemplo de vida militar, de honor y entrega para todos los que estamos aquí y para todas las fuerzas armadas del Ejército Imperial Romano! ¡Que los dioses guarden su vida muchos años, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!  ¡Ave Tiberio Julio César!, termina diciendo el fiel soldado.
       ¡Ave César! ¡Ave Tribunus Legatus!, responden a la arenga del Magíster.
       ¡Legionarios Romanos, Ave Tiberio Julio César!, empiezo diciéndoles.
       ¡Ave César!, contestan al unísono.
       ¡Son ustedes parte viva del orgullo del Ejército Imperial!, les digo; he visto con claridad los valores de disciplina, gallardía y honor que deben distinguir a un soldado Legionario, portando sus uniformes, sus armas y sus insignias. 
     ¡Estoy muy orgulloso de ustedes, lo está el Emperador y lo está Roma y su      pueblo! ¡Siglos de Gloria esperan al Imperio! Y ustedes son constructores         de este destino, edificadores de nuestra amadísima “Pax Romana”; ¡Que      haya salud, bienestar y amor en sus vidas! ¡Ave Tiberio Julio César! ¡Ave    Roma Imperialis!
       ¡Ave César! ¡Ave Tribunus Legatus!, se escucha el coro de las Legiones.

La exuberante pasión Legionaria del Magíster Nicandro, le ha hecho cometer un error imperdonable, si no se soluciona de inmediato: no ha invitado a un solo civil a esta magna demostración militar.  El ejército existe por sí solo, pero solo se justifica en el pueblo.  Esto es sine qua non, condición irrefutable; de cualquier otra manera, es invasión, represión o conquista; y un ejército propio, nunca debe significar eso para su pueblo.  Esto me va a costar muchos aureus, muchas monedas de oro, pero tiene que ser borrado el desagravio; más aún en estas tierras de Æmilia-Romania.

La noche aún no cae del todo, en el horizonte se aprecia la luz tardía del término de la primera vigilia; el campamento todo se ha transformado en un gran salón de banquetes en donde sobre las mesas de arreos han colocado viandas para toda la tropa y vino en grandes cantidades.  Ordeno al Magíster Nicandro que solo se consuma la mitad de lo dispuesto para la ocasión y se guarde la otra mitad para el día siguiente; igualmente, le doy mis instrucciones para solucionar el error de no haber considerado a los civiles y al pueblo.

       Magíster Nicandro, mañana, antes del medio día, deberá usted realizar la misma demostración militar que ha hecho hoy, en la Plaza Central de Bononia con la asistencia de todo el pueblo, sus jefes y sus importantes.  Le entrego doscientos aureus para que adquiera las viandas necesarias para una celebración digna.  Ni siquiera mencione mi nombre en este gesto, pues es el suyo el que tiene que ser limpiado de tan imperdonable omisión.  Y recuérdelo siempre: “El ejército existe por sí solo, pero solo se justifica en el pueblo.”  Más aún si éste es romano.
       ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Mentor mío!, me responde, ¡Agradezco al dios Marte que Usted haya pasado por estas tierras!  La única intención era el reconocimiento de mí héroe, su persona; jamás quise con ello ofender a nadie.  Pero estoy consciente de mi error y agradezco su invaluable intervención para solucionarlo. ¡Que Marte le procure larga vida, Tribunus!

Todo, no se puede. Siempre habremos de conformarnos con lo que la vida nos da; en lo propio, en los afines y en los extraños.  Porque tenerlo todo, no se puede.  Este hombre es un gran soldado, un extraordinario militar, pero dotes de político, no tiene; será necesario vigilar de cerca sus actuaciones, más aún las populares, pues, no obstante la buena intención, puede equivocarse y causar severos daños en las relaciones milicia – pueblo, que tanto procuramos en el Imperio Romano.  Si así lo hacemos con los extranjeros, más tenemos que prodigarnos con los propios.



† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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