¡Alabado sea Jesucristo!
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
Ciudad de
México, Septiembre 29 del 2017.
EN BONONIA
Iunius XVI
Estamos
llegando al campamento de la milicia, la castra
stativa, que se está convirtiendo en cuartel fortificado de base definitiva
para el Ejército Imperial estacionado en Bononia; es verdaderamente grande:
tres stadium de ancho por cinco de
largo, para ocho mil hombres de infantería y seiscientos equites con sus respectivos
corceles. Tiene un foso de dos passus de ancho y dos de profundo; una vallum de trocos de madera sin refinar
de cinco pies de alto y un agger para movilizarse dentro de la empalizada
perimetral de dos passus. El intervallum
entre la cerca y las barracas, es una pista de arena para adiestrar a caballos
y equites legionarios. Tiene cuatro
puertas: Al Septentrio la puerta Pretoria y al Australis la decumana; una
principalis dextra al Oriente y una sinistra al Poniente. Ya dentro, la galera de barracas pretorianas
está justo a la entrada principal y circunda el lado superior de una plaza
empedrada que tiene al fondo un pretorium
de tres arcos y tres niveles de alto, ahora solo de madera, pero que será
recubierto de cantera toscana amarilla.
Esto es una gran población militar, comparada con la civil de Bononia,
que no alcanza las quince mil personas.
Entramos
en la magna construcción y nos hacen pasar a nuestras habitaciones, en donde
tendremos aseo y un poco de comida para resistir la parada militar que nos
espera; higos, ciruelas y duraznos, olivas negras frescas y verdes en vinagre,
magníficos quesos, pan y vino mosto. Se ha lucido Nicandro en la preparación y
en muy poco tiempo. Tadeus, mi asistente, hace hasta lo imposible por limpiar
mi uniforme apresuradamente y lustrar el cassis
con la crista blanca de gala;
realmente quiere que luzca yo muy bien; también ha sacado el paludamentum, esta exquisita capa color
púrpura, de seda y lana, que suelo usar en ocasiones de rigor. El meticuloso asistente me revisa una y otra
vez para que todo esté en orden y pulcramente presentable; él es el encargado
de vigilar cómo se ve y se siente el Tribunus
Legatus Militia que le ha tocado cuidar.
Yo soy uno de tres en todo el Imperium,
él también.
Todos
estamos listos y salimos al encuentro de los más orgullosos soldados del mundo,
los Soldados Legionarios Romanos. Subo el templete que han colocado al frente
del pretorium, desde donde presidiré
la presentación de armas de las centurias que marcharán: hastati, con sus grandes lanzas; los principes, nuestros orgullosos soldados de la primera línea; los triarii, la retaguardia indispensable en
la batalla. Luego los arcurii y los arcuballistarii; siguiéndoles los osados y valerosos soldados de
asalto con sus máquinas y armas especiales; y al final la Caballería de Roma,
el orgullo de todo Ciudadano Romano.
A
mi derecha se coloca el Magíster
General Legionario Nicandro Munius, primus
pilus del mando, hoy cedido éste en mi persona. También están sus dos Generales de Legión
alternos y los veinte Jefes de Cohorte que llevan el mando de las manipuli. Los Centuriones, marcharán con sus
respectivas centurias, esas falanges perfectas de diez hombres al frente por
diez de fondo que forman la base del Exercitum
Romanus Imperium.
En
la plaza están perfectamente alineados unos tres mil hombres esperando la
indicación para iniciar; los demás esperan en el intervallum que circunda el cuartel. Concedo, asintiendo con la cabeza, comenzar
las marchas. El Magíster Nicandro, inicia con el más grande grito de amor, pasión y
entrega que un Legionario Romano pueda dar:
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
–
¡Ave César!,
¡Ave César!, ¡Ave César!, responden en ensordecedor coro.
–
¡Ave Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla!
–
¡Ave Tribunus
Legatus!,
vuelven todos a gritar a una voz.
–
¡Ave Roma
Imperialis!
–
¡Ave Roma
Imperialis!,
contestan.
–
¡Iter Ingredi!
¡Agmen Agere!
Las voces de inicio de marcha del ejército.
Muy
pocas ocasiones son más emotivas que este momento; pensándolo bien, casi podría
yo decir que solo otra: el inicio del ataque en el campo de batalla. El corazón palpita aceleradamente de un
instante a otro; la sangre se siente fluir por todas las venas del cuerpo, como
queriendo brotar por algún lugar; la piel se eriza de pies a cabeza hasta
terminar en un impulsivo escalofrío que cimbra el cuerpo. No importa cuál sea la temperatura ambiente,
uno suda frío y de súbito, caliente. Los
sentidos se afinan a su máxima expresión y la mente se aclara con diáfana
vertiginosidad. Espiritual y
corporalmente, este es el momentum
maxîmus de un hombre; y solo un militar en lucha lo puede lograr. No conozco ninguna otra situación que
requiera mayor entrega que ésta. Si los dioses les concedieron a las mujeres
parir, a los hombres nos concedieron guerrear.
Todo
luce hermoso: los uniformes impecablemente limpios y arreglados de los
Legionarios, con sus colores vivos y sus cathafractas
y lóricas color marrón o aceradas
para cubrir su pecho y abdomen; las armas que portan relucen de cuidado; las
insignias, los labarum y vexillum que identifican a cada
Centuria, a cada Compañía, a cada Cohorte y por supuesto, el estandarte de la
Legión, brillan de pulidas. Todas las Legiones Romanas tienen un nombre,
ninguna se repite; todas tienen un signo, siempre diferente. ¡¡Y hay más de cinco mil Legiones en el
mundo!! Sabemos como se llaman todas,
quién es su General, quiénes sus Cohors, quiénes sus Centurios y donde están
destacadas o apostadas. “Perfectum ergo”, decía Cayo Julio César
Octavio Augusto, Divinus Imperator,
refiriéndose con orgullo al Exercitum
Romanus Imperium.
Han
pasado delante de nosotros ochenta Centurias de hombres de a pié y tropas de
asalto; ahora se presenta la caballería de las Legiones, el arma a la que
aspira todo Legionario; unos lo lograrán, otros no. Los mejores eques de Europa pertenecen al
Imperio Romano. La caballería le ha dado
a Roma su grandeza y dominio; Generales, Cónsules y Emperadores, han basado sus
victorias militares y dominaciones en la caballería, por eso es el orgullo del
Ejército Imperial. Las conquistas de
Italia, Illirucum, Achaia (Grecia), Gallia e Hispania, solo se han logrado por la caballería. La Legión Décima del célebre Cayo Julio
César, era ecuestre en su totalidad; por ella pudo él decir aquella celebérrima
frase: “Veni, vidi, vinci”, con la
cual dejó clara su participación en la expedición a Britannia. Solo con la caballería puede uno ‘llegar, ver
y vencer’ a su adversario; su poder es extraordinario. Yo soy hombre de a caballo; equites, desde siempre. Cierto
es, ‘la dominación se logra con la infantería, pero la conquista se hace con la
caballería’.
Así
termina esta demostración de portentus
de las fuerzas armadas del Ejército Imperial Romano estacionadas en Bononia; su
Comandante en Jefe, Magíster
Legionario Nicandro Munius la ha realizado.
–
¡Ave Tiberio
Julio César, Imperator Maxîmum!, se escucha al General.
–
¡Ave César!,
¡Ave César!, ¡Ave César!, responden todos.
–
¡Legionarios del
Ejército Imperial Romano! ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Héroe en
vida de nuestras Centurias y Legiones!
–
¡Ave Tribunus
Legatus!, es
la respuesta a todo pulmón.
–
Honorable
Tribunus, continúa
el Magíster, estamos muy complacidos de su casual estancia entre nosotros; hemos
querido reconocer con esta parada militar sus amplísimos méritos en campaña;
como Legionario Romano en Macedonia, como Centurión en Dalmatia, como Jefe de
Cohorte en Achaia, como Comandante de Legión en Belgium, como Magíster
Legionario en Germania, como Magíster Legatus en Gallia, como Tribunus Legatus
en Hispania, y hoy, insigne Héroe en vida del Ejército Imperial Romano. Treinta y siete años de servicio
ininterrum-pido para las Glorias de los Emperadores Cayo Julio César Octavio
Augusto, de divino recuerdo; y Tiberio Julio César, nuestro amadísimo
Emperador; pero sobre todo, ¡para la Gloria de Roma! ¡Ejemplo de vida militar, de honor y entrega
para todos los que estamos aquí y para todas las fuerzas armadas del Ejército
Imperial Romano! ¡Que los dioses guarden su vida muchos años, Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla! ¡Ave Tiberio Julio
César!, termina diciendo el fiel soldado.
–
¡Ave César! ¡Ave
Tribunus Legatus!,
responden a la arenga del Magíster.
–
¡Legionarios
Romanos, Ave Tiberio Julio César!, empiezo diciéndoles.
–
¡Ave César!, contestan al
unísono.
–
¡Son ustedes
parte viva del orgullo del Ejército Imperial!, les digo; he visto con claridad los valores de
disciplina, gallardía y honor que deben distinguir a un soldado Legionario,
portando sus uniformes, sus armas y sus insignias.
¡Estoy muy
orgulloso de ustedes, lo está el Emperador y lo está Roma y su pueblo! ¡Siglos de Gloria esperan al
Imperio! Y ustedes son constructores de
este destino, edificadores de nuestra amadísima “Pax Romana”; ¡Que haya salud, bienestar y amor en sus vidas!
¡Ave Tiberio Julio César! ¡Ave Roma
Imperialis!
–
¡Ave César! ¡Ave
Tribunus Legatus!, se
escucha el coro de las Legiones.
La
exuberante pasión Legionaria del Magíster
Nicandro, le ha hecho cometer un error imperdonable, si no se soluciona de
inmediato: no ha invitado a un solo civil a esta magna demostración
militar. El ejército existe por sí solo, pero solo se justifica en el
pueblo. Esto es sine qua non, condición irrefutable; de cualquier otra manera, es
invasión, represión o conquista; y un ejército propio, nunca debe significar
eso para su pueblo. Esto me va a costar
muchos aureus, muchas monedas de oro,
pero tiene que ser borrado el desagravio; más aún en estas tierras de Æmilia-Romania.
La
noche aún no cae del todo, en el horizonte se aprecia la luz tardía del término
de la primera vigilia; el campamento todo se ha transformado en un gran salón de
banquetes en donde sobre las mesas de arreos han colocado viandas para toda la
tropa y vino en grandes cantidades.
Ordeno al Magíster Nicandro
que solo se consuma la mitad de lo dispuesto para la ocasión y se guarde la
otra mitad para el día siguiente; igualmente, le doy mis instrucciones para
solucionar el error de no haber considerado a los civiles y al pueblo.
–
Magíster
Nicandro, mañana, antes del medio día, deberá usted realizar la misma
demostración militar que ha hecho hoy, en la Plaza Central de Bononia con la
asistencia de todo el pueblo, sus jefes y sus importantes. Le entrego doscientos aureus para que
adquiera las viandas necesarias para una celebración digna. Ni siquiera mencione mi nombre en este gesto,
pues es el suyo el que tiene que ser limpiado de tan imperdonable omisión. Y recuérdelo siempre: “El ejército
existe por sí solo, pero solo se justifica en el pueblo.” Más aún si éste es romano.
–
¡Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, Mentor mío!, me responde, ¡Agradezco al dios Marte que Usted haya pasado por estas tierras! La única intención era el reconocimiento de
mí héroe, su persona; jamás quise con ello ofender a nadie. Pero estoy consciente de mi error y agradezco
su invaluable intervención para solucionarlo. ¡Que Marte le procure larga vida,
Tribunus!
Todo,
no se puede. Siempre habremos de conformarnos con lo que la vida nos da; en lo
propio, en los afines y en los extraños.
Porque tenerlo todo, no se puede.
Este hombre es un gran soldado, un extraordinario militar, pero dotes de
político, no tiene; será necesario vigilar de cerca sus actuaciones, más aún
las populares, pues, no obstante la buena intención, puede equivocarse y causar
severos daños en las relaciones milicia – pueblo, que tanto procuramos en el
Imperio Romano. Si así lo hacemos con
los extranjeros, más tenemos que prodigarnos con los propios.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de
proclamar El Evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario