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jueves, 14 de septiembre de 2017

Veritelius de Garlla - 04 En Parma (Camino a Roma)

¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Septiembre 15 del 2017.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil

EN PARMA (Camino a Roma)
Iunius XV

El caserío ha crecido mucho desde la última vez que pasé por Parma, inclusive ya hay pequeñas villas con una gran casa al centro y algunas de menor tamaño que la rodean; pero todavía son de madera, todas.  Aquí vive Rubicus Antanae, el hombre que más vende queso en toda Italia; habrá que saludarle de paso.  Cuando el comercio crece, la milicia también; la antigua estación de Parma se ha convertido en Guarnición y sus instalaciones también se han mejorado. 

Estamos llegando a las caballerizas del Ejército Imperial y somos recibidos con todos los honores correspondientes; los vigías nos detectaron desde la Vía Æmilia y este enclave militar está preparado para nuestro arribo.  Como se encuentran formados en la arena de la caballeriza, sin desmontar, paso lista a la tropa; son más de trescientos legionarios y soldados de infantería, con una escuadra ecuestre, con todos los rangos que el grupo requiere. 

Mi uniforme (con la cathafracta que cubre mis hombros, pecho y abdomen), originalmente de color gris metálico, con guirnaldas e incrustaciones de oro, ahora solo luce un color: el del barro que se ha adherido en el camino durante la cabalgata.  Mi asistente y mi ayudante se encargarán de que vuelva a lucir impecable, en cuanto haya tiempo para la limpieza personal y de arreos.  Lo único que se salva de lucir digno es el cassis, este yelmo de metal que solo usamos para la batalla y las paradas militares, y que durante los viajes lo cambiamos por el galerus de cuero y que es más ligero. Al momento de detener mi caballo, el Jefe de Cohorte se apea de inmediato a mi lado deteniendo las riendas del corcel y saludándome:
       ¡Ave César! ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, sea Usted bienvenido a Parma!, me dice el impecable soldado.
       ¡Ave César!, le respondo con voz fuerte para que todos me oigan; y entonces, todos los presentes, a coro, dicen:
       ¡¡Ave César, Ave Generalis!!
       Soy Ladeo, Centurio Jefe de Cohorte al servicio del Emperador Tiberio Julio César y de Usted, Tribunus Veritelius; y continúa: Sus aposentos están preparados señor, al igual que los de sus acompañantes.

Desmonto y nos encaminamos a las habitaciones; el tozudo cohors, jefe de todos aquí, se apresta para rendir el informe de rigor:
       No hay novedades de guerra ni levantamientos que informar Tribunus Veritelius, me dice, todo se encuentra en plena Pax Romana; nuestra labor principal consiste en vigilar la aldea de posibles incursiones de ladrones fortuitos contra las caravanas de comercio.
       Me doy por enterado, Jefe de Cohors Ladeo.
       Algo más, Tribunus, me interrumpe antes de que le despida, el ciudadano civil Rubicus Antanae ha enviado un mensajero que ha informado que ‘para su amo será un honor invitarle a cenar en su palacio esta misma noche, si Usted acepta’.
       Respóndale que con gusto estaré allí al toque de inicio de la segunda vigilia.  Que iré solo.  No, espere; ¿Usted ha comido con él, Jefe Ladeo?
       No, Tribunus Veritelius, me responde.
       Entonces avísele que iré acompañado de cinco personas más; éstos serán Usted, sus tres Centuriones y mi asistente.  Dé las órdenes pertinentes y avísele a la tropa que la cena de hoy es por cuenta mía, hasta la tercera vigilia:Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”); mis Legionarios serán los vigilantes del orden.
       ¡Ave César! Le despido de inmediato.
       ¡Ave César!, ¡Ave Tribunus Veritelius de Garlla!, se despide él.

Tadeus, mi asistente, que tiene las facultades de un Centurio en voz, acto y mando, ha tomado debida nota de mis instrucciones, por lo que manda llamar tres triarii (soldados mínimos), para que le ayuden en la faena: ‘impeccabílis presaentia’; el Tribunus Legatus asistirá a una reunión civil como Oficial del Ejército Imperial. Mientras me despojo del uniforme, reviso la habitación y me doy cuenta de que han preparado ¡¡un baño con tina!!; de haberlo sabido antes, le digo a Rubicus Antanae que dejáramos su cena para otra ocasión.  Solo tendré una hora para disfrutar esta delicia con agua y vapor; ¡esto sí que es un desperdicio!, ha sido un imperdonable error de mi parte, ya no hay nada qué hacer.

Rubicus Antanae es un comerciante que, al amparo de su Ciudadanía Romana y su dinero, realiza compras en Asia Menor con frecuencia; adquiere vidrio en todas las formas imaginables, telas de finísima textura y calidad, especias con sabores deliciosos y perfumes de aromas exquisitos.  Compra en grandes cantidades, a precios muy regateados y revende en Italia todo lo que trae.  Le sobran clientes desde Calabria hasta los Pía Montes.  Algunas cosas las vende hasta en cien veces el valor de lo que él ha pagado; como no lucra con el pueblo, sino con los ricos y poderosos, lo que hace es legal, pero inmoral, desde mi punto de vista.  Entiendo que el riesgo de traer estas cosas es altísimo, pero tener ganancias de noventa y nueve partes por una, se me hace exagerado de cualquier forma; ningún tributo al César tiene esas proporciones.  Por ello lo juzgo inmoral.

El palacio que Rubicus está construyendo, también es desproporcional a Parma; es de cantera labrada, en el más puro Estilo Corintio que existe.  Columnas, capiteles, dinteles, frontones y ventanas dan muestra de los diseños griegos de su edificación.  La medidas exteriores no tienen igual con ninguna otra construcción en el caserío, ni siquiera la Guarnición Legionaria es tan grande; creo que este hombre, o está desperdiciando su dinero o él tiene muy buenas razones (que yo no conozco), para hacerlo; es muy buen comerciante y no le he visto fallas en eso.  Además, sus inmensos ganados le permiten producir una gran cantidad de quesos, que vende en todas las comarcas y para el Ejército Imperial.  Esto solo se logra con La Pax Romana; no tengo ni la menor duda.


Al toque de la diana de la segunda vigilia, llegamos a la puerta del palacio del magnate de Parma; entramos a una pequeña plaza en donde nos recogen los caballos, acto seguido, dos sirvientes negros tienden un lienzo tejido en púrpura a nuestros pies, desde el pórtico hasta la entrada principal, sobre el que debemos caminar para entrar al palacio; allí un ‘palatium praefectus’ (esos hombres que se han empezado a usar mucho en las grandes casas de los ricos e influyentes para que todo en el ‘domus’ esté en orden), griego seguramente, nos conduce a un gran salón en el interior de la casa; y ya allí, un arlequín nos anuncia con gran voz: “En presencia, ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Jefe Magnus del Ejército Imperial Romano!”, ha gritado el hombre, en el mejor Latín que haya oído yo.  Todos los invitados, que yo calculo deben ser más de cien, se levantan de sus lugares haciendo una valla a nuestro paso (y aunque hemos llegado puntualmente, el lugar se encuentra repleto); de inmediato hace su aparición el anfitrión, para recibirme con una ‘inusual’ caravana.

       ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, repite el hombre, ¡es un inmenso honor y placer tenerle en estas tierras y que visite mi humilde morada!
       ¡Ave Tiberio Julio César!, digo contestando el saludo, y contestan a coro:
       ¡¡Ave César, Ave Tribunus!!
       Me place mucho estar con usted, Rubicus Antanae y con sus invitados; agradezco en nombre del Emperador sus distinciones. Mi estancia en Parma es solo de paso a Roma, a donde he de llegar cuanto antes, pues he sido llamado por nuestro queridísimo Emperador.  Sin embargo, atiendo gustoso su invitación en nombre del César.

Todos tenemos un amplio diván a la mesa, específico y asignado por el anfitrión  en un triclinium, esta especie de ‘u’ rectangular que han preparado para la cena; a la cabecera al centro, nos sentaremos Rubicus Antanae y yo; a mi derecha, el Cohors Ladeo; al centro del ala derecha mi asistente Tadeus y un centurión; y en el ala izquierda al centro los otros dos centuriones que nos acompañan. Hay tres triclinium más aparte del nuestro, en donde se reclinan muy cómodamente veinticinco comensales. El convivio inicia con música muy propio de las celebraciones romanas; en la parte abierta de las mesas, han colocado un grupo de músicos con toda clase de instrumentos de aliento, cuerdas y percusiones; sus sonidos son suaves y agradables al oído.  En ese mismo instante, aparecen unos sirvientes portando las viandas que degustaremos; traen grandes platones con toda clase de carnes, además de legumbres y verduras arregladas y adornadas con una exquisitez digna de una fiesta imperial, igualmente algunos portan antorchas que iluminan los platos y su contenido. 

Rubicus sí que ha sabido aprovechar sus viajes y su inmensa fortuna;  los sirvientes hacen fila al centro de las mesas, listos para iniciar a servir a los comensales. Se mueven sincrónicamente al ritmo de la música, logrando arrancar exclamaciones de admiración de todos los asistentes. Es todo un espectáculo de luz, sonido, movimientos y aromas.
Todos cuantos estamos en el lugar, aplaudimos llenos de gusto; ¡Que maravilla es La Pax Romana!  Ciertamente sorprendido, pues estas demostraciones solo son propias de la Urbe o Pompeii, pero me doy cuenta que ya también en las Provincias en Italia se empiezan a copiar las costumbres de la Gran Ciudad y de los Senatoris.  Ojalá solo copien lo bueno de estas costumbres y no las bacchanalis en que terminan.

       ¿Qué le parece Tribunus Veritelius?, me pregunta el anfitrión.
       ¡Sensacional!, le contesto; ¡Es usted un mecenas del arte culinarius!
       Todo sea por su feliz estancia Tribunus. (Suelta una risa a todo pulmón)
       Cuénteme, Rubicus, ¿a dónde ha viajado ahora?
       Usted no debe preguntar eso, Tribunus Veritelius, usted lo sabe todo; no hay nada que un Ciudadano Romano de mediana importancia haga, que se escape de su ‘aliquem alicuius rei’, esa red de información que tan bien maneja usted al servicio de nuestro amadísimo Emperador, desde los días de sus campañas en la Germania. Pero atendiendo su amable cuestionamiento, puedo decirle que he estado en Palestina; ¡qué lejos está eso de aquí!, y sin embargo, hasta allá llegan nuestras huestes, nuestra cultura y nuestra influencia. ¡Ave César!  Aquello son conatos de sublevación todos los días, profetas  y profecías que cumplirse, sacrificios de animales al Dios Supremo, fiestas y lutos todas las semanas; en fin, es algo verdaderamente difícil de entender para un romano común.  No obstante, nuestros hombres viven gustosamente en las ciudades y ciudadelas que han construido los reyes locales, desde Herodes el Grande, ya muerto; y ahora con su hijo, Herodes Antipas.  Hay dos de estos lugares especialmente, en los cuales uno no extraña Roma: Cesarea y Tiberíades, son un pedazo de Roma allá. ¿Conoce esos lugares Tribunus Veritelius?
       No, nunca he estado en ellos; pero como usted mismo dice, ‘aliquem alicuius rei’, he sido informado suficientemente al respecto. (El estruendo de su risa es casi insoportable).
       ¿Ha oído de un tal Iesus Nazarenus? –me pregunta –  Este es el último ‘profeta’ que les ha ‘aparecido’, y el hombre ha armado tal cantidad de manifestaciones portentosas, que ahora la gente cree lo que él mismo dice: ‘que es El Hijo de Dios’, no dice de cuál, pero sí de Dios.  (Nuevamente el sonido de su risa).  Yo le he visto en Galilea, en donde predica, y realmente he quedado muy bien impresionado con sus discursos; no me ha tocado ver ninguno de sus ‘milagros’, así les llaman los judíos, pero Zaqueo, un gran amigo mío, que es jefe de recaudadores de impuestos para el Imperio en Jericó, me asegura que es maravilloso, aunque él nunca le ha visto.  (Otra vez la risa en carcajada).
       Sí, sé algunas cosas acerca de ese hombre.
       Le sigue una gran cantidad de personas, Tribunus Veritelius, algunos son conocidos como ‘Apóstoles’, otros como ‘discípulos’ y los más como simples ‘seguidores’.  Además debe ser muy rico, pues aseguran que un día les dio de comer a todos, unas cinco mil personas, pan y pescado hasta saciarse.  ¡Yo jamás podré hacer eso, Tribunus! (y la risa estridente sin faltar).  Si alguna vez va para allá, Tribunus, contáctelo, él estará muy interesado en ‘anunciarle su Evangelio’, así dicen sus Apóstoles. (Una carcajada más).
       Creo que va ha ser difícil que yo le conozca personalmente, Rubicus.

Información, eso es la base de todo en la vida.  Si uno tiene información del plan de guerra del adversario, y él no, la victoria está asegurada.  Si uno tiene información del devenir de los acontecimientos sociales, las decisiones de gobierno son seguras y por lo tanto, el pueblo apoya.  Si uno tiene información de los niveles de producción de otros terratenientes y agricultores, uno sabe qué sembrar, cuánto vender y cuándo retirar sus productos, asegurando así mejores ingresos.  Por eso, en lo dicho: ‘Información, eso es la base de todo en la vida.’ 

Y de acuerdo a esto, Rubicus Antanae, no tiene toda la información que él cree poseer, pues al día de hoy, él no sabe que Iesus Nazarenus ha sido crucificado; por eso le digo que yo no le podré conocer personalmente.


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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