Alemán Español Español Francés Inglés Inglés Italiano Polaco Portugués Portugués Ruso Chino
DA CLIC EN UNA BANDERA PARA OTRO IDIOMA

sábado, 10 de mayo de 2025

EL EVANGELIO SEGÚN ZAQUEO (2)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús

 

Riviera Maya, México; Mayo 10 del 2025.

 

LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO

“El Evangelio Según Zaqueo”

(Antonio Garelli – El Arca Editores - 2004)

IESUS NAZARAO 

Jesús de Nazaret, (que en realidad deberíamos decir de Belén, porque efectivamente allí nació), era un hombre cabal en toda la extensión de la palabra: suficientemente alto, pero sin ser lánguido; suficientemente fuerte, sin llegar a ser robusto; suficientemente varonil, sin ser bonito.  Un Apolo, como decíamos en nuestros tiempos.  Era como cualquier judío de buena familia: blanco, pero tostado por el Sol, de ojos grandes color oliva; de facciones pronunciadas, mas no exageradas; pero, ante todo, tenía una gran presencia, una personalidad que impactaba.  Siempre seguro, siempre firme, siempre justo.  Solo porque yo sé que era judío, de otra forma, uno podría decir que era un Real Patricio del Imperio.

Ante los cuerpos adefésicos de todos nosotros, claro, Jesús se veía impresionante.  Ese día, el día que le conocí y que se hospedó en mi casa; cuando lo tuve delante de mí, algo dentro de mi cuerpo se estremecía, como si quisiera salir de ahí.  Mi coronilla llegaba a su pecho, escasamente.  Yo tenía que levantar por completo la cabeza para poder verle a los ojos; sernos, profundos, como si vieran dentro de mí.  Las palabras se me escaparon.  Las manos me sudaban, junto con la frente y el cuello.  Y pensar que yo solo quería verlo a los lejos... y resultó que lo tuve más cerca que muchos.

Desde que Mateo se fue con él, yo quise conocerlo; pero para un hombre “de mi posición” no era tan fácil.  Yo no podía salir a buscar por todos los caminos, solo para verle; el qué dirán siempre hay que cuidarlo.  Mi área de recaudación era Samaria y Perea, con sede en Jericó.  De aquí no me movía por ninguna razón, primero había que atender las obligaciones contraídas con los Señores de Roma, después lo que fuera.  Además, Jesús pasaba la mayor parte del tiempo en Galilea, que no era jurisdicción mía y en donde mi presencia no hubiese sido bien vista.  Por ello tuve que esperar a que algún día viniera o pasara por Jericó.

Qué bueno que sucedió así, porque no tan solo le vi; también le conocí y desde entonces, también le amé.

Qué lástima que ya no pude verle nunca más.  Qué pena que no se me hayan dado las cosas como yo las pensaba.  Justo a partir de ese gran día, yo decidí seguirlo.  Nunca más le vi vivo.  Ocho días después de haberse hospedado en mi casa, le crucificaron.

Fue en mi casa en donde narró la más bella y significativa de sus parábolas: Los Talentos.  Fue allí donde la página más profunda del pensamiento cristiano se redactó.  Para mí, el Maestro del que todos hablaban, hizo acto de presencia con toda su Sabiduría.  Nunca he vuelto a escuchar semejante narración con tanto significado y trascendencia.

Habló de dinero en la casa de un acaudalado hombre rico.  Hizo una perfecta analogía entre los bienes recibidos por Mandato Divino y el más vil de todos los bienes que el hombre puede generar, el dinero.  Resaltó la importancia de bien actuar ante las responsabilidades, en la mansión del hombre más rico y con acuerdos más comprometedores de toda la comarca.  Detalló el proceder que todos debemos tener cuando somos solicitados para encargos ajenos y cómo se ha de tratar a dichos encargados según sus resultados.  Dejó claro que cuanto poseemos nos ha sido dado por Dios y que hemos de hacerlo producir en su Nombre para su alabanza y gloria.

Este hombre que jamás en su vida compró algo; que solo en una ocasión tuvo una moneda en sus manos (y ello solo porque le querían hacer caer en confusión y error), puso de manifiesto conocimientos muy adelantados acerca del manejo de los recursos financieros, en beneficio de causas nobles y del bienestar común.  Relacionó el dinero con lo bueno y con lo malo; con la eficacia y la irresponsabilidad; con lo trascendente y lo temporal.  Y fue precisamente en mi casa, la casa de un publicano, de un pecador, en donde dejó claro que ante el arrepentimiento sincero del mal realizado y querido de enmienda, es posible alcanzar el perdón. 

Aquí, en la casa de Zaqueo, Jesús, el Cristo, otorgó la salvación que es posible ante Dios y escándalo ante los hombres.  Aquí dejó claro el punto de vista de lo Divino ante las posibilidades de todos por llegar al Reino de los Cielos, partiendo de la contrición y el arrepentimiento, en orden de alcanzar el perdón. 

Ningún otro de los ricos mencionados y tratados en el Evangelio recibió tal consideración.  Ni Lázaro, su gran amigo de Betania; ni Nicodemo su influyente discípulo y Fariseo, ni el fiel seguidor de Arimatea, José; ninguno de ellos, todos hombres acaudalados, fueron objeto de las consideraciones Divinas de El Salvador.  Solo yo, Zaqueo de Jericó, quien hizo pública su contrición ante el Señor, y recibió la garantía de haber “salvado su alma”. 

Solo esto me anima para escribir a todos acerca de este Gran Hombre, Jesús de Nazaret; que sepan que sí es posible alcanzar la Salvación, aunque se sea pecador, aunque se tengan más de 50 años, aunque uno crea que no es posible.

Ese día se llenaron todas las habitaciones de mi mansión.  Llegó el Señor con todo “su séquito”: los Doce Apóstoles, a muchos de los cuales yo conocía personalmente.  Felipe, el de Betsaida; Tomás el arrebatado judío de la Gran Ciudad, el de Jerusalén.  También me visitaba a menudo Judas, el Iscariote; el que era su administrador, el que lo traicionó.  Y a Bartolomé el acaudalado betanita.  A los que nunca había yo visto, era a los Galileos.  Ese mismo día conocí a Simón y a su muy querido hermano Andrés; también a Santiago y a Juan, los hijos del Zebedeo ese rico pescador que vivía en el Norte de Tiberíades.  Y a Simón el Cananeo; así como a sus parientes: Judas Tadeo y Santiago el Menor.  También estuvo Leví, y me dio mucho gusto recibirlo de regreso.  Además, venía una gran cantidad de personas que se decían “sus discípulos” o seguidores del Rabí.  Eran más de una centena de hombres y mujeres en total.  Todos fueron alojados en mi casa; todos atendidos como dignos, solo por ser seguidores de Jesús de Nazaret.

Pero si la presencia del Señor era impactante, la callada estancia de su madre, María, no era menos impresionante. Era la auténtica personificación de la clásica madre judía de una Rabboni.  Atenta, pero sin protagonizar; firme, pero discreta; amable, dulce y fresca como el rocío de las lilis en primavera.  Y con ella sus inseparables compañeras y amigas, siempre dispuestas a auxiliarla en lo que mandara. 

Hermosa toda ella, con una gracia superior a la humana; con semblante sereno y ojos que semejaban una ventana del cielo.  María disponía todos los haberes que se le ofrecían a Jesús.  Ella, solo ella cuidaba de las necesidades del Maestro.  Él predicaba, ella atendía.  Él impartía la Salvación, ella procuraba sus cuidados.  Desde siempre, la madre del Rabí es la mujer más importante de la comunidad, más que la esposa si es que éste se casara.  Y en esta comunidad deambulante, no era la excepción: María disponía.

Esa tarde, esa noche y esa mañana, fueron lo más grande, feliz y maravilloso que jamás sucedió en mi casa.  Yo los recibí a todos a la vez.  Puedo decir que, a todos los primeros Santos, los tuve en mi casa.

Ʊ Ω Ʊ

La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.

Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

También me puedes seguir en:

https://twitter.com/antoniogarelli   y  https://www.facebook.com/tono.garelli

lilia.garelli@gmail.com  diosidencias@gmail.com

 

www.demilagrosydiosidencias.blogspot.mx 

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario