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domingo, 7 de julio de 2024

LA VIAE CAELI (14)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

Riviera Maya, México; Julio 7 del 2024.

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

XII Estación:  

Aparición en el Tabor,

el Monte de Galilea

 

“Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.  Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.  Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.  Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardad todo lo que yo os he mandado.  Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo."”

Evangelio según San Mateo 28, 16-20

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Del Lago de Tiberíades al Monte Tabor hay escasamente veinte kilómetros, sin necesidad de subir ningún monte o cerro pedregoso; el camino es fácil entre valles sembrados de hortalizas y gramíneas.  La distancia se puede recorrer en tres horas caminando.  Yo me tomo el atrevimiento de señalar El Tabor como “…el Monte de Galilea…” que narra San Mateo, por la única y sencilla razón de que, a un año de distancia de este nuevo evento por suceder, Jesucristo realizó “La Transfiguración” precisamente en ese lugar.

Para el Niño Dios, para el Joven Dios y para el Hombre Dios, El Tabor guarda grandes momentos en la vida humana de Jesús de Nazaret.  Recién llegado de Egipto a Galilea, cuando sus padres hacían el viaje semanal de Nazaret a Cafarnaúm para las compras de provisiones, el Niño Dios admiraba la serena majestuosidad del Monte Tabor sobre los valles que lo circundan.  En compañía de José, su padre adoptivo, fue el primer monte que Jesús ascendió con el único propósito de escalarlo; también fue el primer lugar de oración con Su Padre del Cielo, ante la sorprendida mirada de su tutor humano.

El Tabor tiene un lugar en la cima, que permite ver la circunferencia de los cuatro puntos cardinales en el horizonte (sin perder la referencia en los valles que le rodean), tan solo con girar a izquierda o derecha sobre el propio eje donde uno está parado.  Su peculiar forma roma y la carencia de árboles en la parte más alta del cerro, ofrecen una vista periférica del entorno muy peculiar, además de hermosa y relajante; algo que uno puede aprovechar para la meditación y la oración.  Aquí nació el gusto del Divino Maestro (y José se lo enseñó de pequeño), por ‘subir más alto y orar al Padre’ que tantas veces repitió durante su Ministerio.  El silencio y la brisa de dos mares dan además, una atmósfera de tranquilidad.

Desde la base del monte, en el Norte, el Sur, el Oriente o el Poniente, uno puede ver el mismo lugar de la cima (y lo que en ella pueda suceder), con gran facilidad; pues no hay riscos o salientes que lo impidan.  Por ello, aquí fue “La Transfiguración”; para que los que estaban abajo vieran lo mismo que los que estaban arriba. Solo El Tabor ofrece esa perspectiva, gracias a sus suaves pendientes y a su altura; por ello estoy seguro que Leví de Cafarnaúm, se refiere al Tabor como “. . . el monte de Galilea. . .”

El último capítulo de los Evangelios, no es una narración de ‘todas las Apariciones’ de Cristo Resucitado a sus Discípulos, no, no lo es; sin embargo, Los Cuatro Evangelistas lo emplean para mencionar, en su muy personal estilo, los sucesos más sobresalientes del inicio de ‘La Viæ Cæli’, razón de ser del Ministerio de Cristo para la humanidad.  Muchas, muchísimas, creo yo, pudieron haber sido el total de las Apariciones reales; pero solo tenemos éstas para nuestra lectura, análisis, meditación y profundización espiritual, de cara al Camino al Cielo.  Y digo esto porque, para mí, muy especialmente en esta Aparición, hace falta narrativa pormenorizada del discurso de Jesucristo; qué dijo, cómo lo dijo, por qué lo dijo.    

Estoy seguro que Jesucristo no hizo viajar a sus Once Apóstoles de Jerusalén a Galilea (tres días caminando), solo para decirles sesenta y dos palabras; muy importantes ciertamente, con un alto grado de espiritualidad y misticismo, también es cierto; pero el discurso completo me lo imagino fascinante, sobrenatural, divinamente esclarecedor. Más aún si ‘...algunos, sin embargo, dudaron.’ ¡¿Cómo que dudaron?! ¿Qué quiere decir San Mateo con esta brevísima frase? Que más de dos DE LOS APÓSTOLES, todavía no ‘estén seguros’ de la Resurrección del Señor, ¿es poca cosa a estas alturas? YA TODOS LE HAN VISTO EN DIFERENTES MOMENTOS; ¿cómo que dudaron?  Estos hombres no solo necesitan Fe, ¡¡necesitan una buena cantidad de Espíritu Santo que habite en ellos para asimilar la grandeza del Divino Acontecimiento!! 

Hoy, veinte siglos después de aquel momento, puedo afirmar que Cristo Jesús los escogió así de incrédulos, pensando en nosotros; en nuestra seguridad, en esa “. . . garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.”, que es la Fe, a definición de San Pablo.  La Viæ Cæli’, va y viene; ya está en Jerusalén, ya en el Lago de Genesaret, ya en El Tabor; ¡¡y estos hombres no acaban por aceptar incondicionalmente al Mesías!!  Están presenciando al ‘constructor’ de El Camino al Cielo y algunos todavía se atreven a dudar.

La conclusión que hace Leví de Cafarnaúm en su Evangelio, con las últimas palabras del Divino Maestro, parecieran un resumen de todo lo que hablaron en El Tabor, como si fuesen meditaciones que uno pudiese realizar, o títulos de libros para escribir, o Encíclicas a ser desarrolladas por los Santos Papas para el Magisterio de la Iglesia: 

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Data est mihi omnis potestas in cœlo et in terra,

 

Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes

Euntes ergo docete omnes gentes,

 

bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

baptizantes eos in nomine Patris et Fili et Spiritu Sancti,

 

y enseñándoles a guardad todo lo que yo os he mandado.

Docentes eos servare omnia quæcumque mandavi.

 

Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”

Et ecce ego vobiscum sum omnibus diebus usque consummationem sæculi.

 

Son buenos títulos, sin lugar a dudas, es probable que hasta yo los use en adelante para meditar.

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Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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