Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Enero 12 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
21 de 130
Ostia Romana; Salida a Genua
Iunius XXV
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
Tenemos
que partir a Genua y Mediolanum para
continuar con nuestro itinerario y el cumplimiento de esta primera fase del “Christus Mandatus”. La estancia en Roma ha sido muy breve, pero
mucho más productiva de lo que yo hubiese deseado. Quiero aprovechar el viaje hacia Genua para
poner a prueba la liburna “Christina” en
sus posibilidades de maniobra, hacer que la tripulación realice ejercicios de
defensa y ataque, pero sobre todo, quiero verlos manejando nuestras armas;
todos tienen que ser diestros en el majestuoso arte de la guerra. Igualmente, quiero que se adiestren en el uso
de las armas de lanzamiento de ataque, con el gran escudo blindado de la
liburna totalmente desplegado; solo lo he visto funcionar en pruebas, pero
ahora lo haremos ‘muy real’.
Llegamos
a Ostia con los primeros rayos de Sol que superan el colinar Romano y tocan el
valle costero del Tiberis; los muelles son un bullicio fascinante de naves
mercantes y militares. A pesar de los
inconvenientes físicos que tiene este estuario, pues es muy poco profundo y se
llena de arena marina repentinamente, en pocos puertos se ve más actividad que
en éste. La Liburna “Christina” está lista para zarpar; toda la tripulación se
encuentra parada en el muelle de amarre de la nave, pues Tadeus, Tremus, Marcus
y yo haremos una ‘inspección minuciosa’; yo de hombres y ellos de armas, arreos,
abastecimientos y habilitamientos.
Estas rutinas nunca deben exceptuarse, son la estimulación exacerbada que
las tropas necesitan en campaña; y además, siempre debe hacerse con todo rigor,
cada soldado está esperando que así sea.
Nosotros hemos llegado vestidos para combate, esto es: con cathafracta o pectoral de cuero en los
Centuriones y metálica en mí y ceñidos bajo de ellas por lóricas de piel
bordadas con alambre. Todos traemos
espada y daga así como el durísimo yelmo o cassis
para proteger la cabeza y la nuca.
Me
paro enfrente de la fila de uno en fondo que formado estos inexpertos ‘nautas’
y me doy cuenta que ningún hombre está armado.
–
¡¡Præfecto de
Navis Silenio Abdera!!
–
¡Al Mandato,
Tribunus Legatus!
–
¡Ninguno de sus
hombres está armado ni uniformado para combate! ¡¿Tiene Usted armas, escudos y
pectorales en su embarcación!?
–
¡Sí, Señor!
–
¡Pues úsenlas,
Præfecto, que para eso son! ¡¡Más aún si
le he dado la orden de Inspección Minuciosa de hombres y armas!! ¡¡¡Ahora, mismo, Centurio Abdera!!!, le grito con
todo el poder de mis pulmones.
El
soldado no sabe qué hacer, ni siquiera sabe qué orden dar, porque los remerii
no son gente de ataque; es más, nunca van armados ni en liburnas ni en galeras,
solo los Legionarios que transportan, llevan sus armas. En esta liburna “Christina”, eso va a cambiar
desde hoy.
–
¡¡Centurio
Tremus!!
–
¡Al mandato,
Señor!
–
¡Ordene a estos
hombres que se vistan para la batalla!
–
¡Sí, Señor!
–
¡¡Todos a
cubierta!! ¡¡¡Ahora!!!
Por
supuesto, tampoco los hombres saben qué hacer, pero Tremus y sus ásperos
modales en campañas de Germania se los van a enseñar de inmediato:
–
¡Muévanse,
animales! ¡¡Todos a cubierta a ceñirse
los cueros, a tomar una espada y un escudo, y a regresar aquí de
inmediato!! ¡¡Rápido!!, les grita el
fiero Centurión, inclusive empujando a algunos.
Finalmente
empiezan a reaccionar los desconcertados marinos, nautas y remerii y hacen lo
posible por ejecutar la orden que les han dado.
–
¡¡Rápido, que el
Tribunus no les esperará todo el tiempo que quieran!! ¡¡Más rápido, mulas lentas, que me estoy
empezando a enojar!!
La
sangre fluye con una rapidez mucho mayor ante la presión de un oficial de mando
gritando instrucciones hasta la desesperación.
Uno hace hasta lo imposible por ejecutar la orden a la mayor velocidad
posible.
–
¡Rápido que no
se están vistiendo para fiesta! ¡Rápido
y a formarse de inmediato que el Comandante espera!
En
unos instantes están todos volviendo a formar la fila, todavía ajustando
correas, ganchos y cinturones.
–
¡¡AAAtentiii!! ¡¡Presentar armas!! ¡¡Itum Tuus!!, grita con
descomunal voz el viejo Centurio, hasta gozando el recuerdo de sus años mozos
como soldado Legionario en batalla.
Nadie
se mueve ya; todos tienen algo desarreglado o mal puesto; muchos de ellos sudan
copiosamente y los ojos no dejan de moverse de un lado para otro, abiertos a lo
más que dan sus cuencas. Uno se ha
puesto el pectoral al revés; otro se ha colocado el casco volteado; uno más no
ha podido tomar una espada y se ha subido sin ella; a ése le digo:
–
¡¡Al agua!!, le
ordeno señalándole el mar. El hombre ni siquiera se mueve, está
estupefacto. Tremus, que me sigue a un
paso, le grita al infeliz remero que está paralizado:
–
¡Qué no has
oído, animal, al agua!
–
¡Es que no sé nadar,
Señor!,
dice aquél con toda la angustia que puede contener. Pero yo asiento que lo eche.
Tremus
con su descomunal fuerza lo prende de las correas del hombro de su lórica y lo lanza al mar. El pobre remero se hunde, pues no tiene ni
idea de cómo nadar o al menos poder flotar; además, los arreos le impiden los
movimientos naturales para ello. Le digo
a Tremus en voz baja –“Échalos a todos al
mar” – y de inmediato empiezan a
salir cuerpos disparados hacia el agua.
Los que saben, nadan; los que no, hacen lo posible por no hundirse; pero
todos están presas del pánico, completamente desconcertados por el momento y lo
que sucede.
–
¡Marcus!, ¡una
cuerda para estos infelices!, le ordeno, y desde la liburna, aquél, casi riendo, les avienta
un grueso cabo con corchos del que se sostendrán los que no pueden flotar.
Cuando
empiezan a salir de la playa o a trepar por el muelle, Tremus vuelve a la carga
con las órdenes:
–
¡¿A dónde crees
que vas, nauta inútil?! ¡¡A formarse
todos!! ¡¡¡Ahora!!!
Vuelven
todos a colocarse en el lugar en el que estaban hace un instante, en espera de
los siguiente que les pueda ocurrir. Me detengo a la mitad de la fila y llamo a
Selenio:
–
¡¡Præfecto
Abdera!!, le
grito, pero el hombre está tan fuera de lugar y de tal manera desconcertado,
que ni responde a mi llamado. Está al
inicio del muelle, a donde lentamente se acerca Tadeus y le grita casi en su
oído:
–
¡¿No has
escuchado al Tribunus Legatus, nauta?!
¡¡Respóndele!!
–
¡Al Mandato,
Señor!,
finalmente hila qué decir.
–
¡¿Es esta la
forma en que debiera hacerse una Inspección?!, le aturdo con la obviedad de
la pregunta.
–
¡No, Señor!, contesta el
joven Centurión del mar.
–
Embarquemos, ya;
no quiero seguir perdiendo tiempo. Le expreso mi malestar, con la
indignación más fingida que yo pueda hacer.
Así
les voy a dejar, con ese nivel de excitación y preocupación que acaban de
generar; porque dentro de tres horas, cuando hayamos tomado aguas profundas y
velocidad de maniobra suficiente, dos galeras de ‘Cartago’ zarparán de
Tarquinii y “nos atacarán” con toda su furia, teniendo nosotros que defendernos
con cuanto podamos hasta hundir una de
ellas (la que irá vacía, por supuesto), mediante un impacto con nuestra
‘liburna’ y su ‘poderoso’ rostrum de
hierro frontal. (Esta segunda parte de
mi plan secreto, no la conocen ni mis Centuriones. Ya veremos la reacción de todos).
El
silencio es casi de sepulcro; todos se sienten muy mal por el momento tan
desagradable que han vivido delante de mí y por la forma en que fueron tratados
por mis Centurios. Los remos han
empezado a jalar agua con fuerza, impulsados por la furia que tienen los
remeros. Llamo a Tadeus, Diófanes,
Marcus y Tremus al cubículo de popa, y les digo:
–
Quiero
que entrenen a estos hombres en la lucha cuerpo a cuerpo; aprove-chando que están
enojados y que pueden violentarse.
Empiecen ahora con los remerii que están de descanso; en el arsenal hay
espadas de práctica, no se agredan, solamente es entrenamiento.
Bajan
Marcus y Tremus por las espadas y Tadeus sube a la popa para avisarle a Silenio
mis planes. En unos minutos se empiezan
a oír los deliciosos chasquidos del golpeteo del hierro de las espadas; para
muchos, entre los cuales me incluyo, esos son sonidos de ‘gloria’.
Tomamos
rumbo Septentrional y se oye la voz de mando de desplegar velas; salgo a ver el
espectáculo y me encuentro con uno más: las velas han sido pintadas en su
totalidad en un fondo azul turquesa con gotas de agua y el signo del pez en
color índigo marino. Realmente lucen
sensacionales, nos harán buena presentación en todos los mares y lugares a
donde vayamos.
<><
SIGNO DE LAS
VELAS DEFINITIVAS
EN LA LIBURNA “CHRISTINA”
Salgo
del cubículo a la cubierta de la liburna
para revisar todas las adecuaciones de armas que se han instalado; las
ballestas gigantes son sensacionales, tres a babor y tres a estribor; pueden
aventar dos lanzas a la vez y éstas miden más de seis pies de largo; junto a
cada una de ellas hay una gran cesta de bejuco que contiene más de treinta
piezas de parque, esto es, quince disparos; están montadas sobre un gran tronco
sobre el que pueden girar un círculo completo.
A cada lado de la borda en cubierta, han colocado diez baldes para sacar
agua del mar y con ello sofocar los incendios que de puedan ocasionar en una
batalla; cada cubo está sujeto con un cincho para que no se mueva y dentro de
cada uno está colocada la cuerda, suficientemente larga para la maniobra. Las catapultas de proa y popa son una máquina
perfectamente diseñadas para que funcionen
certeramente; su trípode de apoyo es tan firme como los mástiles de la
liburna por lo que la fuerza del lanzamiento siempre está garantizada. Los recipientes son de hierro para poder
contener piedras incendiarias. Pero lo
mejor, son estos grandes escudos levadizos, de cuero y metal, que tapan babor o
estribor, según se necesite, desde el fin de la proa hasta el principio de la
popa; toda la cubierta plana de la nave queda protegida y además desde la
baranda hasta medio mástil de altura.
Plegadas fuera de borda no quitan ningún espacio sobre cubierta. Realmente se han lucido nuestros Præfectos fabrum a quienes les debemos
su invención y fabricación.
Solo
ver todo este armamento, da seguridad estar aquí; ya veremos como funciona
todo.
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla,
me dice Silenio acercándose a mí con la cabeza casi agachada, estoy muy apenado y preocupado por los
sucesos al momento de la inspección antes de embarcar. Realmente usted es un hombre de guerra y
acción y yo solo un marinûs incapaz de responder al instante a sus demandas militares;
creo que no soy digno de ser su Præfecto de Navis, Señor.
–
Tienes razón en
lo que dices, Silenio, le respondo muy serio y firme; pero te pregunto: ¿podrás aprender lo que se necesita ahora, además de
tus habilidades como marinûs?
–
Sí, Señor, sí
puedo; me
responde animado.
–
Has demostrado
destreza en el mar, que es para lo cual fuiste requerido, pero ahora no
transportas a un ‘pacífico senador’, sino al Comandante Máximo de las Fuerzas
Imperiales Romanas en Europa; ¿entiendes la diferencia?
–
Por supuesto que
sí, Señor;
me contesta el hombre.
–
Por lo tanto,
ahora no se trata solo de escabullirse a gran velocidad, sino de hacer frente y
luchar si fuese necesario. Estas son
tácticas diferentes a las de evasión, son de confrontación. También tu tripulación
debe entender eso. Somos una nación en
constante estado de guerra; ningún súbdito del Imperio Romano puede ser ajeno a
ello, ni siquiera los senadores; nadie.
Todos debemos mantener una actitud de beligerancia constante, porque los
pueblos que hemos conquistado para ayudarlos en el avance de su cultura, y los
que seguiremos conquistando, no quieren nuestra amada Pax Romana, quieren sus
sistemas de gobiernos dañinos, prepotentes e injustos. ¿Entiendes todo esto,
Silenio?
–
Sí, Señor, sí lo
comprendo.
–
¿Y estás
dispuesto a formar parte de ello, no solo vistiendo un uniforme, y cobrando
sino haciéndolo una forma de vida?
–
Sí Tribunus
Legatus, sí estoy dispuesto.
–
Hoy has tenido
un examen que has reprobado rotundamente, Silenio, le digo con
severidad, ¿qué debo esperar de ti en las
siguientes pruebas?, ¿una disculpa más?, ¿otra derrotista posición de ‘yo no le
sirvo, Señor, cámbieme’? Si es eso,
Silenio, realmente no sirves para este “Christus Mandatus” que nos ha encargado
el Emperador.
–
¡Tribunus
Legatus, quiero ser parte de su comando aunque para ello tenga que perder mi
vida, Señor!,
me contesta con plena consciencia y sabedor de sus realidades.
–
Entonces,
Præfecto Abdera, tenemos mucho qué hacer, atiéndalo y supérese cada vez
más. Todos podemos cometer errores,
Silenio, porque no somos infalibles; pero nadie tiene justificado equivocarse,
estos es, cometer dos veces el mismo error. ¿Quieres intentarlo de nuevo?
–
Sí Señor,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, le agradezco todo, Señor.
La
Liburna “Christina” tiene ochenta
pies de largo más el rostrum; un Præfecto
de Navis, un contramaestre, seis nautas de mástil de vela, seis nautas de
cubierta, un nauta de proa y otro de popa, un guía de ritmos y cuarenta y cinco
remerii; sesenta y dos personas en
total. En caso de combate solo podrían
ser utilizadas la mitad, un tercio de Centuria; habrá que seleccionar muy bien
a la gente para los puestos de artilleros de ballestas fijas, catapulteros y
ballesteros móviles, todos estos, obviamente, no serán nautas, serán los
mejores Legionarios para estas armas que tengamos en el cuartel de Mediolanum; siempre será más fácil
enseñarles a nadar con todo y equipo, que adiestrarlos en el manejo de las
armas. Pero lo que sí es cierto, es que
esta embarcación siempre debe tener, al menos, diez soldados Legionarios a
bordo; ese es peso bruto a considerarse irremediable-mente. Setenta y cinco personas a bordo
incluyéndonos en ellas: un Centurión, mi asistente y yo.
–
¡Naves a proa! Grita con toda
su voz el vigía de mástil frontal; y de inmediato el Præfecto Silenio corre hasta la proa, distinguiendo en sus velas
los signos cartagineses de lucha.
–
¡Señor!, me informa, ¡son dos embarcaciones de Cartago, que
pueden ser agresivas por la formación que guardan, vienen muy juntas!
–
Prepárese para
atacar, Centurión Silenio, le digo.
–
¡Sí Señor! Me contesta
animado el marinûs; en tanto mis
Centuriones no caben en sí mismos de la sorpresa.
–
¡Tadeus!, ¡toma
el comando de ataque!, le ordeno a mi asistente; Silenio, tú solamente navegarás la liburna.
–
¡Sí, Señor!, contestan ambos
a la vez; mientras yo me paro en el puente sobre la cabina para que se escuchen
mis órdenes.
–
¡Tadeus, saca
los remerii de descanso; todos con una ballesta cada uno!
–
¡Al Mandato,
Señor!
–
¡Tremus a babor
y Marcus a estribor, a las ballestas fijas con dos hombres cada uno para
disparos de inmediato; Diófanes a proa!
–
¡Sí, Señor!, responden
aquéllos iniciando la carga de las ballestas.
–
¡En la nave a
babor hay humo, Señor!, me informa el vigía de proa.
–
¡Silenio, gira
la “Christina” a estribor, embestiremos esa nave dejándola en el centro con la
otra que humea!
–
¡Al mandato,
Señor!
–
¡Silenio, icen
el escudo a babor!
–
¡Sí, Señor!, contesta y
grita ¡Abajo nautas de babor!, cayendo
los dos hombres de lo alto de cada mástil, desde el travesaño superior de la
vela y amarrados a una cuerda pasada por las poleas, logran con la fuerza de su
peso en caída libre, levantar la pesada cubierta de cuero y metal, que ahora
tapa todo el lado babor de nuestra “Christina”;
solo dejando espacio a la altura de las ballestas fijas, que sí podrán
disparar.
–
¡Más velocidad
Silenio!
Le grito al Præfecto, quien ha tomado
el timón de la nave. ¡Golpearás su babor
con el rostrum!
–
Sí Señor, me responde sumamente
emocionado.
–
Tadeus,
enciendan brea para las ballestas fijas.
Dispararán después del contacto en cuanto tengan blanco seguro, les ordeno a
Marcus y Tremus.
–
Al Mandato,
Señor, me
responden atentos y motivados.
–
¡Todas las
ballestas cargadas!
Les grito.
–
¡Marcus!, todos
a babor;
moviéndose de inmediato él y sus nautas al otro lado de la “Christina”.
–
¡Missîlis de
fuego a babor!,
gritan el vigía de mástil y el de proa al unísono, golpeando éstos sobre el
escudo de la “Christina”, y
escurriendo la incandescente brea sobre cubierta.
–
¡Agua de
estribor!, reacciona
de inmediato Marcus con sus hombres, para sofocar el fuego con agua extraída
del mar con los baldes.
–
¡Gooolpe al
punto!
Se oye el aviso de Diófanes, metiéndose los remos de babor al instante y para
que todos nos apoyemos y detengamos al impacto; el cual produce un desgarrador
ruido de crujientes maderas astilladas por el metal de nuestro ‘rostrum’.
–
¡Disparen todas
las ballestas!, ordena
Tadeus logrando que una de las fijas, la disparada por Tremus, acierte en un
blanco ideal, el cubo de brea líquida de la nave agresora; y produciéndose una
gran explosión.
–
¡Viraje a
estribor, Selenio!,
le ordeno al Præfecto, quien inicia el movimiento con el timón
de mando.
–
¡Giro en círculo
a estribor para nuevo contacto, timón! Le ordeno al nauta, quien ayudado con la
fuerza del contramaestre hacen girar de inmediato la “Christina”, embistiendo ésta de frente exactamente, el lado
estribor de popa de la nave ‘cartaginesa’ y retrocediendo a fuerza de remos
para abandonar el sitio.
–
¡Todo a
estribor! Le
ordeno al Præfecto, quien enfila
nuestra liburna lejos del alcance de las dos naves ‘agresoras’; mientras Tremus
y Marcus siguen disparando lanzas incendiarias desde las ballestas fijas.
Hacemos
cien pies de distancia contra las naves, justo al momento en que vemos hundir
la que ha sido golpeada e incendiada, ante la alegría histérica de nuestros
hombres. Todos gritan desaforados ante
la evidencia del triunfo obtenido.
Nuestra “Christina” toma velocidad por las ráfagas de barlovento que la
impulsan hacia el Septentrio, que es nuestro rumbo. Ya se ve muy retirada la
‘nave enemiga’ que subsistió nuestro ataque, lo que significa que también va en
retirada respecto de nosotros.
–
¡Todos a
cubierta!,
impone la orden Tadeus; iniciándose la movilización de la tripulación
completa. Solo el contramaestre de timón
y el nauta de mástil frontal permanecen en sus puestos; todo los demás han
formado cuatro filas en cubierta de frente al puente de popa.
–
¡Centurión
Tadeus; reporte su situación! Le ordeno al soldado.
–
No hay bajas ni
heridos, Señor, todo en control. Me responde.
–
Præfecto de navis Silenio; reporte su situación; le inquiero al otro.
–
No hay daños,
Comandante; el rostrum está intacto y el escudo de babor no sufrió daño alguno,
Señor; al igual que los mástiles, las velas y los palos transversales, Tribunus
Legatus.
–
Contramaestre,
reporte sus daños, le ordeno al último.
–
Ninguno que
reportar, Señor, todos los remos completos y todos los remerii sanos,
Comandante.
–
¡Óiganme bien
todos!, lo que acaban de vivir ha sido solo una práctica de batalla naval; no
fue una confrontación real, sino que todo estaba preparado; aquí no hubo ni
muertos ni heridos, porque ‘el enemigo’ no disparó sus armas contra
nosotros. La guerra es terriblemente más
feroz que lo que hemos vivido; en la guerra sí hay muertos, sí hay heridos y
muchos daños materiales más. Lo
importante, es la voluntad que se tenga de querer la victoria y eso es lo que
ha sido probado hoy ¡¡Y han vencido!!, porque todos deseaban el triunfo. No se alegren ustedes, me alegro solo yo;
solo siéntanse seguros de que, como hoy, siempre tienen que luchar por la
gloria. Ya los probé a ustedes y he
probado esta nave; todos tienen mi aceptación; seguiremos juntos, hasta
alcanzar la meta. ¡¡Ave César!!
–
¡Ave César, Ave
Tribunus Legatus!,
gritan de gusto nautas y remeros.
En
la cabina reúno a los Centuriones y al Præfecto, para comentar el incidente del
cual todos eran ajenos:
–
Tadeus, tus
comentarios, le
pido a mi asistente.
–
Me pareció muy
extraño que fuesen dos naves cartaginesas en aguas tan distantes de ellos, pero
no había tiempo de verificar su autenticidad, menos aún si ellos hicieron
formación de batalla. Hasta que pasó la
nave frente a nosotros, estuve seguro que ‘el enfrentamiento’ no era real. Me timó Tribunus Legatus, a usted nunca lo
voy a poder descifrar.
–
Algún día
podrás, Tadeus. Dime algo de la gente.
–
Todos estaban
muertos de miedo, no había enjundia en sus acciones, hicieron todo más por no
morir, que por valor; hay que hacerlos soldados Legionarios, Señor; hoy no lo
son.
–
Es cierto
Tadeus, le
contesto.
Tremus, ¿qué me dices?, le pregunto al cartaginés Ciudadano Romano.
–
Cuando las
enfilamos directamente y ellos no viraron, me di cuenta que no eran de Cartago,
ningún cartaginés enfrentaría un choque contra una nave romana. Pero
ciertamente no iba a comprobar si era o no un simulacro; ni siquiera lo pensé,
Señor.
–
Tus hombres,
¿cómo los viste?
–
De algo estoy
cierto, no se puede hacer la guerra con remeros; hace falta sentirse entre
Legionarios.
–
Marcus, dime
algo.
–
Creo que no
estoy bien en mis conceptos, Tribunus Legatus, pero a quien me agreda, primero lo quiero muerto. Las aclaraciones se pueden hacer después. Me
di cuenta que no era batalla real, hasta que vi que en la nave ‘enemiga’ no había ni soldados ni tripulantes; disparé
porque esa era la orden, Señor; por eso no fallé el tiro. Y respecto a los hombres, tengo mucho trabajo
qué hacer con ellos; no saben nada, absolutamente nada; se mueven con tal miedo
que son inútiles.
–
Diófanes, ¿cómo
estuvieron los impactos del rostrum?
–
La construcción
de la nave es magnífica, Tribunus Legatus, jamás había yo visto algo igual;
sinceramente creo que será invencible.
–
Esa es la
realidad de lo que tenemos, Præfecto Abdera, ¿está de acuerdo?
–
Sí Señor, estoy
de acuerdo.
–
Usted Centurión
Silenio, se desempeñó muy bien; hizo dos contactos perfectos con el rostrum, lo
felicito. Cuénteme sus impresiones.
–
Le agradezco sus
palabras, Tribunus Legatus; pero después de lo que sucedió esta mañana en
Ostia, solo pensé en una cosa: no puedo fallar por ninguna razón. Es cierto, la tripulación no sabe de guerras,
ellos solo navegan y ejecutan órdenes; pero también es cierto que navegando con
Usted, Señor, nadie puede exceptuarse de ser soldado. Estoy de acuerdo con todos los Centuriones,
hay que convertir en Soldados Legionarios a todos estos nautas, empezando por
el Præfecto de Navis. Solo cuando vi la
quilla de las naves, me di cuenta que eran romanas y no cartaginesas; pero
nunca pensé que fuese una práctica.
Quiero decírselo, Señor, es usted sorprendente; le admiro mucho.
–
Bien,
Silenio. La tripulación tiene ahora
sesenta y dos hombres; y aunque hagamos Soldados Legionarios de cada uno de
ellos, sumaremos de manera permanente diez Legionarios más: cuatro catapulteros
y seis ballesteros de tiro fijo; además, todos deberán ser diestros en la lucha
cuerpo a cuerpo. Tadeus, tú te
encargarás de esto en Mediolanum.
–
Al Mandato,
Señor.
–
¿Qué les
parecieron las armas y las defensas?
–
‘Dignas del
Imperio, Señor’; Tadeus. ‘El rostrum y la proa son fortísimos, Señor, nada hay
que se les parezca’; Diófanes. ‘Sensacionales, Tribunus Legatus, las ballestas
son perfectas’; Tremus. ‘De lo mejor que
he visto, Señor’; Marcus. ‘El escudo
plegable es la realización de un sueño que todos los nautas habíamos tenido;
Tribunus Legatus’; Silenio.
–
Muy bien
señores, a comer todo mundo. ¿En dónde estamos, Silenio?
–
En el
Archipiélago ‘Toschi’, Señor; en Etruria Media.
–
Escoja el mejor
lugar para anclar en las islas; sus hombres deberán aprender a nadar hoy
mismo. No se puede ser nauta sin saber
nadar. Los que ya sepan, iniciarán sus
prácticas con espadas y escudos: Tadeus, Marcus y Tremus serán los
instructores. Allí pernoctaremos y
saldremos a Genua a primera luz del día para navegar toda la jornada de
continuo, y dejar el mar al final de la primera vigilia de mañana. ¡Ave César!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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